La única certeza
No es raro despertarse estos días por el olor de caucho
quemado que llega de la barricada que hicieron unos vecinos en la esquina. Mientras tanto uno mira el twitter para ver
qué a pasado en los últimos quince minutos. Si hubo otro acto de represión,
alguna declaración inesperada, si el gobierno hizo algo más para dejar claro
que está ignorando las protestas pero poniendo en evidencia que no las puede
ignorar, o si tal vez hubo otro muerto. Buscamos también una guía. ¿Qué debemos
hacer? ¿A dónde vamos? Pancartas. Volantes. Marchas. Artículos. Peticiones on
line. Barricadas. Ya estamos dispuestos a cualquier cosa, incluso a veces
arriesgando nuestra integridad, desafiando miedos que siempre supimos que
teníamos pero que no sabíamos que algún día tendríamos que enfrentar.
Desesperados buscamos consuelo en amigos, en conocidos, estamos pegados al
teléfono, leemos la última cadena que llegó y tratamos de preguntarle a alguien
a quien creemos sensato ¿qué opinas? ¿Qué dice la historia de esto? ¿Qué dicen
los analistas? Devoramos artículos, sedientos, como quien devora las profecías
de los videntes que ahora están de moda. Cada uno es vidente en su estilo. Cada
uno además aboga por la forma de protesta que cree mejor. Están incluso, los
que consideran que todo esto fue un error y que más bien nos llevan a
deprimirnos. Cada quien tiene una lectura, una creencia y una fe. Y dentro de
nosotros hay un remolino, se mezcla la inteligencia, con el instinto, con el
país que soñamos, con el escenario que tememos y el miedo a la realidad.
La verdad es que si abres la puerta de tu casa te
encontrarás con una escena que bien puede ser la de una guerra. Calles con
fuego ardiendo, basura regada, guardias nacionales con escudos y armas
apostados a lo largo de varias calles, esperando nada más y nada menos que a
alguien como tú, para hacer cualquier cosa, porque ya hemos visto que están
dispuestos a cualquier cosa. Pocos carros en la calle, y mucha incertidumbre.
En cualquier momento pasa algo. Pasan motos y nos tiembla algo en al alma,
porque ya sabemos lo que son los colectivos, porque estos días aprendimos a
diferenciar entre una explosión, un disparo de arma de fuego, un perdigón, una
bomba lacrimógena, porque a lo lejos escuchamos los gritos. Aprendimos el
rugido de la depresión.
También nos dimos en la cara con la realidad de que vivimos
en una dictadura. No quieres usar la palabra, porque las palabras son demasiado
fuertes, y te da miedo. Te da miedo aceptarlo. Porque vamos a estar claros, tú
tenías esta imagen de Venezuela, tú siempre te dijiste que ni en dictadura, ni
en comunismo ibas a vivir, pero llega un momento en que se te hace inevitable.
Porque torturan, desaparecen, reprimen, asesinan y además lo ignoran. Además se
ríen. Y tú ves el llanto de aquella madre, y piensas en ese ser que ya no está.
Esa criatura que perdió la vida. El presidente lo ignora, se ríe, como si no
existiera, y no te queda más remedio que aceptarlo. Estamos en dictadura y
además tú eres el enemigo. Eres el enemigo, por pensar distinto, por querer
otra cosa o mejor dicho por no querer lo que tienes. Esa normalidad que temes
que vuelva. Esa poca calidad de vida, de colas, de inseguridad, de mediocridad,
esa sensación de vivir siempre en bajada hacia algo peor.
La normalidad era un país violento, en que la muerte era ya
parte de la cotidianidad. Desabastecido y venido a menos, en que medicamentos y
alimentos se vuelven un lujo. En que quienes roban y corrompen el sistema y
carecen de valores derrochan no sólo los lujos que adquirieron con sus negocios
ilícitos, sino su falta de principios y de honestidad como si fuese una
fortaleza, algo que los hace superiores. Esa normalidad de sentirnos
extranjeros, no porque la patria no sea nuestra, sino porque el gobierno nos
ignora. Porque estamos cansados. Realmente cansados de vejaciones, de insultos,
de vivir siempre en un lado oscuro, incierto, en el que no tenemos ningún
derecho garantizado. En Venezuela cualquier sueño se ha vuelto imposible,
cualquier esperanza está destinada al desengaño. Al menos mientras siga esta
condición de gobierno que lo que quiere es el poder y el dinero y cada uno de
sus actos esté orientado a dominar y aplastar nuestros deseos y nuestras vidas.
Con cada control se esfuma una posibilidad.
¿Quién le iba a decir a los estudiantes que no protestaran?
Si con este gobierno el ingeniero no podrá construir, el chef no podrá cocinar,
el médico no podrá curar, el abogado no podrá litigar, el emprendedor no podrá
ni siquiera abrir una empresa, el comerciante no podrá vender. Porque este
gobierno ha hecho de todos enemigos. Cualquier cosa que implique no estar
mendigando un favor, un permiso, un bien al estado, desde un litro de leche,
hasta un dólar, va a estar prohibida. No olvidemos que desde hace tiempo este
gobierno regula incluso lo que vemos en la televisión, desde las novelas, hasta
los programas de concurso, Cualquier forma de expresión no va a ser tolerada. Esa es la única certeza que tienen los estudiantes, que tenemos todos en realidad, no es lo que vamos a lograr, sino lo que no vamos a poder hacer con nuestras vidas de continuar con esto. Este gobierno no está abierto a diálogo, ni a propuesta, no le interesa dejar ninguna de estas opciones. Es un gobierno de destrucción. De demolición de cualquier forma de expresión y de pensamiento. No hay punto medio. Uno no es medio libre, y uno no puede negociar sus metas. No puedo llegar al término medio de un sueño concreto, de ser algo en la vida, no puedo ser medio periodista, ni un día montar una medio tienda, no puedo negociar con una Ley de Precio Justo que hará de mí un mendigo o un criminal, o sencillamente me va a arruinar porque alguien algún día querrá fiscalizarme para aplastarme. No puedo ser medio expropiado, porque algún miembro del gobierno le pareció que mi negocio era mejor administrado por el estado, ineficiente o no, ese no es el tema. El tema es que no hay garantías de propiedad. Y lo que ya sabemos es que el estado, este estado siempre va más allá. No se detiene ante nada, esa certeza, también la tenemos.
Entonces, queremos saber qué depara el futuro. Con
desesperación. En cierta forma sabemos lo que viene si no sucede lo que estamos
esperando. Un cambio. Quienes son más racionales hablan de paciencia, pero es
difícil pedirle razón a un animal enjaulado. Y así nos sentimos todos. Cada vez
más cercados y presos. Cada vez más acorralados. Incrédulos y desesperados
buscamos una vía de escape para nuestra voz, para alzarla de alguna forma.
Porque si callamos ya sabemos lo que viene, aunque todavía en muchos casos no
lo queramos aceptar.
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