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Mostrando entradas de agosto, 2014

País dañado

Me siento en un restaurante. Frente a una pizza comienzo a imaginar el momento en que voy a estar dentro del avión, cierran la puerta y ya no hay alternativa, me tengo que bajar en Caracas. Empiezo a llorar. De la mesa de al lado una señora me miran. Seguro pensarán que mi pena es amorosa. Porque en el primer mundo nadie imagina que alguien sienta un pánico así por su país. Es pánico. Desconfianza. Hasta vergüenza. De la circunstancia y de mí misma. Vivimos comparando nuestros problemas con los de los demás y es tan fuerte lo que padece tanta gente, que uno a veces se limita a decir, “podría ser peor”. Entonces la vida pasa a ser lo que te toca y lo que tienes, y no lo que aspiras. ¿Qué pasa con lo que aspiraba? ¿Qué pasa con la vida que quería tener? ¿Qué pasa con todos los sueños y las metas? En un país donde un señor diabético no consigue sus agujas para inyectarse insulina, ¿cómo alguien puede sentarse a pensar con la empresa que quiere montar, la idea genial de un invento
Lean los muros y los artículos. Qué nos pasó? Qué somos? Estoy harta del falso pacifismo. De los golpes de pecho de la gente que se declara buena. Las manos arriba, porque esto que nos pasó es culpa de otro. Y cada cosa que pasa, cada horror va en la cabeza de otro. Y mientras todo se va a la mierda, nos invitan a llorar algo que nunca tuvimos. Algo que nunca fuimos. Y más que a reaccionar nos invitan a adjudicarle la culpa a alguien. Chávez consumió todo. Enseñó la envidia y el resentimiento, la desconfianza. Quedan pocos capaces de hablar o redactar algo con mediana objetividad. Ya no compro más la paja del llanto por la paz de quien habla de renconciliación pero insulta a otros con ironía por pensar distinto. Aquí no hay un cambio porque la gente no quiere cambiar. Es mucho más cómodo mandar a los demás a que cambien y a final ds cuentas lavarse las manos con un simple "es que yo no soy político". Siento que ya no quepo aquí. La desilusión es demasiado grande.

Es un libro

Estoy enamorada de un mamá. Alta. Catira. El pelo le baja por la espalda. Tiene unos pantalones de rayas azules, y una camisa también de rayas azules, pero el fondo es blanco. Tiene la mano llena de pulseras de colores. Una cartera de colores y de patrones extraños. Medio hippie. Los lentes en la corona de la cabeza. Un anillo. Poco maquillaje. La piel suave. Se mueve como estuviéramos bajo el agua. Por un momento este lugar se llama Atlantis. Ella se sienta a tomar un café en las mesas que están en la acera. Desde un coche marrón claro la mira un bebé con un chupón y sombrero. De vez en cuando ella le habla. Tal vez ha leído en algún libro que los bebés se angustian si la madre los ignora.   Lola se acerca. La madre pregunta si es un perro dulce y él dueño dice que sí. Lola le quiere brincar encima. Lola siempre se va a las piernas de las personas de quienes busca caricias. El dueño no la deja. Lola ladra. La mamá se sobresalta. El niño dice “miau” y la mamá con toda la dulzura del m

Pesadilla 1

Esto es lo que no quiero escribir el día de hoy.: Vivo a las puertas del infierno. Rayos de oscuridad que hacen temblar los cimientos de este submundo. Lugar donde la tierra no es tierra. Ni el corazón es corazón. Ni las miradas son miradas. El autómata. Ignorante de su mortalidad. Girando en su absurdo. Perdido en su idioma entre fantasía y terror. Una felicidad fabricada. Artificial. Exterior. Muñecas de plástico corroídas por el calor del trópico. Maquillaje derretido. Payasos de llanto. Sonrisas congeladas. Corazones marcados. Encerrados. Las miradas en el suelo. Las manos en los bolsillos. Todo en los bolsillos. El corazón. La consciencia. El futuro. Todo vacío. La bolsa. La despensa. La mente. El futuro. El alma. El espíritu que tiembla por los escalofríos de su último intento. Una última búsqueda de calor. Una canción desesperada de empatía. El frío nos recorre. Las olas han ido rompiendo sobre nosotros. Nos ha ido consumiendo el sa

El mundo. El país. Nosotros.

Una crónica. Un réquiem. Un lamento. Un género no inventado. Una serie de palabras repetidas mil veces. El despliegue de lo que se ha dicho tantas veces. La humanidad y sus sistemas. Lo poco que hemos avanzado. La fantasía de la libertad. La ilusión de que hemos evolucionado. Las trampas. La intolerancia. La avaricia. La falta de compresión. La comodidad. La terquedad. El miedo. Finalmente el miedo. En estos días me siento con el espíritu por el suelo. Antes pensaba que era sólo mi país. A pesar de que la situación es casi extrema, lo cierto es que el mundo está mal. El antisemitismo crece. El islamismo radical amenaza. Las religiones en general tienen poco que ver con Dios, o con amor, sino con juzgar a los demás y convertirlos, empujarlos, chantajearlos y hasta matarlos por no adoptar una misma creencia. No hay amor en ningún lado. Sólo miedo. Miedo del infierno, miedo del que piensa distinto. Miedo a la libertad y sobre todo miedo a que somos dueños de nuestro destino. Mi

Carta de amor 7

En la memoria te construyo como quiero. El momento exacto en que con el índice partiste mis labios. Hacia donde mirabas cuando dijiste aquellas palabras. Mi silencio. Mi respuesta. La forma en que articulé, declaré y tomé de tus manos las caricias que desde siempre me han pertenecido. En la fantasía te creo, a mi imagen y semejanza. Me obecedes. Me sigues. Y yo me entrego. El ala rota y el ala sin freno. Te las obsequio. Como quien da la vida sin pensar en guardarse un último suspiro en soledad. Estás sujeto a los caprichos de mi imaginación desbordada.  No tienes historia. Eres mi cuento.  Las vueltas de mi corazón y sus repentinos cambios constantemente se baten a pulso con la realidad.  No estás. Pero estás. Me perteneces aunque no quieras, porque cada vez que sueño, tu fantasma intenta intervenir y no puede. Porque cada vez que armo las escenas cargadas de deseo, de roces, de miradas, de la forma como trascendemos hacia el cielo que nos pertence, un espasmo retuerce tu corazón. Te

Hasta nunca

Tu lugar en mi memoria es un desierto. Árido. Inhóspito. Seco. Bebo arena en el oasis con que me engañas. Vuelvo a morir ahogada. Seca. Tapiada por dentro por una tormenta de fantasías.  Las dunas de ilusión no calman la sed. No hay agua.  No hay lluvia.  No llanto tampoco.  La tristeza se ha cristalizado.  El sol ha secado la húmeda dulzura de aquellos besos.  En tu desierto mis huesos secos. Mi clavera, la que alguna vez soño tu poesía desde unos ojos que se marchitaron. El torax que alguna vez albergó un amor desgarrado. Desbordado. Luego prostituido. Tú. Desierto. Donde florece y repta el olvido. Se pobla de espinas y de silencio.  El amor se secó. Nos hicimos piedra y nos fundimos en las olas doradas de arena. No hubo nada.  Sólo el viento, que secos, inertes y diminutos nos llevó.  Hasta nunca.