País dañado
Me siento en un restaurante. Frente a una pizza comienzo a
imaginar el momento en que voy a estar dentro del avión, cierran la puerta y ya
no hay alternativa, me tengo que bajar en Caracas. Empiezo a llorar. De la mesa
de al lado una señora me miran. Seguro pensarán que mi pena es amorosa. Porque
en el primer mundo nadie imagina que alguien sienta un pánico así por su país.
Es pánico. Desconfianza. Hasta vergüenza. De la circunstancia y de mí misma.
Vivimos comparando nuestros problemas con los de los demás y
es tan fuerte lo que padece tanta gente, que uno a veces se limita a decir,
“podría ser peor”. Entonces la vida pasa a ser lo que te toca y lo que tienes,
y no lo que aspiras. ¿Qué pasa con lo que aspiraba? ¿Qué pasa con la vida que
quería tener? ¿Qué pasa con todos los sueños y las metas?
En un país donde un señor diabético no consigue sus agujas
para inyectarse insulina, ¿cómo alguien puede sentarse a pensar con la empresa
que quiere montar, la idea genial de un invento, el modo de ganar dinero para
financiar una casa? En un país donde salir de viaje es ya en sí una odisea, llena
de obstáculos, cargada de imposibles, en donde ya uno no se siente afortunado,
ni mucho menos lleno de orgullo, sino más bien como una especie de mago que
sortea las trancas del destino y lo logra. Como si estuviera traicionando a
alguien. ¿Qué pasa?
Es un país dañado, malogrado, que se ha vuelto tóxico.
Mientras pasaba los días afuera y veía la actitud de la gente me di cuenta que
Venezuela se ha vuelto un pantano. Aquí todo se queda atrapado, no sólo en las
trabas que pone el gobierno, sino en el resentimiento de la gente, en la forma
de politizar todo. Absolutamente todo.
Yo siento que este lugar se ha vuelto un sitio para caerse
muerto, no un lugar para correr vivo. ¿Cómo educo a mis hijos aquí? ¿Qué clase
de vida les puedo inspirar a tener? Este es un país, en el que hoy en día con
las cosas como están, nadie que no tenga en sus planes enchufarse con el
gobierno tiene futuro. Podemos sentarnos a creer en pajaritos preñados, pero
esa es la realidad. El futuro aquí es hacer cola, quedarse callado y aceptar lo
que le toca. Y olvídese de aspirar. Porque ya ni siquiera la gente que está en
contra del gobierno le perdona aspirar.
Yo como escritora, me he quedado helada al ver las reacciones de la gente a
quien llego con mis manuscritos y le expreso mis ganas de hacer algo grande.
Unos me ven como una carajita malcriada que lo quiere todo, y otros en plan, no
te hagas ilusiones porque no hay papel, no hay editoriales, no hay lectores, no
hay sueños, no hay nada, eso no se puede.
Y eso es un simple ejemplo. Lo mismo le pasará al que aspira
a médico. Al que aspira a ingeniero. Al que aspira a su casa. A conocer La
India o montar una agencia de viajes. Ni hablar de las personas que tiene
vocación de enseñar. Aquí no hay como construir nada.
Mientras tanto, me toca ver como la gente llega a colegios,
por ejemplo, y pretende hacer lo que le da la gana. Las normas son detalles.
Los valores no cuenta. Los méritos tampoco. Lo que cuenta es cuánto haces y qué
tienes. La verdad, siempre fuimos así, pero ahora es de frente, sin vergüenza.
El venezolano se define por ser la persona que hace lo que le da la gana. O ser
la persona que no hace nada. El atropello, lo deja pasar porque aprendió la
resignación amarga que deja la impotencia.
Yo sé que uno no puede rendirse. Pero también hay que ser
realista. No quiero ponerme la meta de cambiar un país que no quiere cambiar.
La unidad no está en los partidos. Está en la gente. Y la unidad no hace falta
para salir de esto, sino para construirlo. Hace falta que los libreros, los editores,
los profesores, los maestros, los ingenieros se unan. Mientras estemos en una
tónica de mirar con desconfianza lo que hace otro porque piensa distinto,
aunque seamos ambos de oposición. Este país no va a mejorar.
No dejo de sentir rabia, contra la gente que se da golpes de
pecho. Habla de reconciliación, aborrece la violencia de las protestas y la
represión, culpa a los líderes de oposición con tanta vehemencia como a Chávez,
pero ejerce la misma intolerancia aunque con una estrategia intelectual más
pulida.
Y eso que no entramos en el tema de la inseguridad personal.
Eso es ya otro nivel de descomposición y miedo. Aquí nada vale. Nada.
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