¿Cómo se pide el empate?

Pedir el empate. Suena tan común. Tan corriente. Pero, lo que ese término implica es algo que abarca la vida entera. Anoche cenando con mis sobrinitos mi esposo les pregunta:

-¿Cómo se pide el empate?

Éramos 4. De entrada los hombres dijeron a coro que ellos no dicen:

- ¿Te quieres empatar conmigo? O ¿Quieres ser mi novia? Lo clásico.

Según mi esposo no se pide. Se va dando. Según uno de mis sobrinos uno dice "me gustaría que fuésemos algo más. ¿Qué te parece?" A lo que yo dije ¡Coño de la madre! Porque ese "algo más" es el típico término masculino que corresponde al lo que se denomina: LABIA. Claro, porque al decir algo más, si a la semana se fastidia de la chama, le puede decir: yo nunca te dije que éramos novios. Algo más puede ser físico. Emocional. Amoroso. Tibio. Puede ser cualquier cosa. Pero mi sobrino me dice: tía, no es tan así. Porque como tú dices con lo de beso. Uno simplemente, sabe. Yo dije que uno se da un beso y cuando se lo da uno sabe, si va pal baile o no. Y eso también es verdad. Uno sabe. Sólo que a veces, tanto el que quiere creer que lo quieren, como el que quiere pensar que la otra persona no se están enganchando, se hace el que no sabe. En cuanto a mi otro sobrino, no contestó. Por Twitter me acaban de decir: Tiras y ya. Si no te largas antes del desayuno estás empatado. Entonces como que mi cuestión del beso era más bien mojigata. Tonta. Pre-escolar casi.

Yo recuerdo que cuando tenía como 12 años me pidieron el empate dos veces. No me recuerdo qué fue lo que me dijeron. Pero, como dijimos anoche, yo sabía. Yo sabía que había algo más. Yo sabía que el pobre niño tenía un enganche. Y yo sabía que no me gustaba. Igual, así como los hombres son guavinosos, las mujeres somos crueles y yo dije: lo voy a pensar. Y no pensé nada. Y al día siguiente dije que sí. Y a penas las palabras salieron de mi boca me arrepentí. Porque no le estaba diciendo que sí al chamo, estaba diciendo sí quiero tener un novio. Así que me escondí en las faldas de mi mamá, porque a los 12 todavía se puede. Y en amabas oportunidades, después de esconderme y decir en mi casa varias veces: si llama fulano digan que no estoy. Tuve que enfrentar mi error y decir: No quiero seguir empatada contigo.

Lo cierto es que para pedirlo hace falta una estrategia, pero para deshacerlo no hacen falta muchas palabras. Eso sí lo aprendemos de una. Y no lo olvidamos nunca. Igual que nunca olvidamos el dolor que causamos. Y el que sentimos.

Como nos cuesta a las personas admitir cuando nos gusta alguien. Es quizás el momento más vulnerable del ser humano. Hay un miedo terrible a desnudar el alma. A confesar que ese deseo máximo que llevamos dentro es estar cerca de alguien. Ese alguien que completa todo. Que tiene el poder de hacer que un día, una noche, un fin de semana, un año entero sean lo mejor que hemos vivido, o la tristeza más grande que hemos experimentado. Creo que no hay miedo más fuerte que el miedo al rechazo. Y es que sí. Lo dice alguien que lo ha vivido, porque para qué voy a mentir, el rechazo duele. Pero también duele rechazar. Y lo que más duele, el no haber tomado la oportunidad, el no haber dicho a tiempo, de frente y sin miedo: ¿sabes qué? Yo quiero estar contigo. Lo que pasa es que nos enseñan que el orgullo hay que mantenerlo. Aunque al final, como dice mi hermana, con un orgullo herido, ni ganas, ni pierdes nada. En cambio con las oportunidades que dejas pasar, sí pierdes. Pierdes todo. Y como dice la canción de Juanes, lamentablemente nunca vuelve.

Todos los rollos que uno tiene en la vida tienen algo que ver con un empate, un majarete, una esposa, una ex, un ex malpegado, un pobre diablo que nunca te olvidó, un bellito que nunca te paró, un fisiquista que te dijo: tú deberías ir más seguido al gimnasio, un papi que te abrió la puerta del carro para que te bajaras y no te quiso dar un beso, un novio que nunca te perdonó una mentira, una duda que nunca te sacaste de encima, unas palabras que dolieron, una mirada que no te devolvieron, una llamada que nunca llegó, un mail que se te devolvió, una comprobación de que te borraron del Messenger, un SMS de una sola palabra incoherente, una voz parca y monótona, un beso frio, una mano que se escurre entre tus dedos evitando el contacto, el sonido de un carro que arranca y no volverá a estar frente a tu casa.

Al final, el amor, como la vida misma es un juego. Yo siempre me imagino que somos como las piezas de un gran juego de mesa, que tienen seres superiores, entre los que está Dios, que se burlan y hacen de nosotros lo que quieren. Y en este juego, el que gana, es el que entiende, precisamente, que al ser un juego, nada es tan serio como pensamos.

Después de un rato mi otro sobrino, que no había dicho nada, dice:

"Chamo, qué tal mi amigo de primaria, que estaba empatado con una chama. No fue un día al colegio. Y se la quitaron."

Ejemplo perfecto de lo complicado que es el amor. Porque aunque cómo pedir el empate es crucial. Aunque lo tengas planeado y sepas perfecto qué vas a decir y cómo lo vas a hacer. Después viene otra pregunta igual de importante y decisiva: ¿Cuándo?

NOTA: Yo me sigo preguntando: ¿Cómo se pide?

Comentarios

Mau Cruz ha dicho que…
En realidad está bastante interesante y, como tu dices, es cierto, con los hombres es pura labia!

La ultima vez que me pidieron el empate fue de una manera muy creativa y me gusto, recuerdas la propaganada de cheez wizz que decia que es eso? eso es queso con los dedos ? algo asi, pero en ingles "Do you wanna be my gf?"

Fue un juego muy comico y me gusto, por desgracia no me gustaba el chamo, ahora si yo opino que mientras mas creativo seas y no sea pura labia, genial!

Y bueno, respecto a cuando?... lo mismo me pregunto yo!
Clara Machado ha dicho que…
Mau! Qué cool esa pedida! Por qué será que los que se fajan no son los que más nos enarmoran. El ser humano si es complicado!
Mau Cruz ha dicho que…
jajaja yo me pregunte lo mismo! pero es que en verdad no era para nada mi estilo! y despues andamos sufriendo! XD

Entradas populares de este blog

¿Ver Luis Miguel? ¿Qué cosas dices pisha?

Soy desordenada ¡Qué carajo!