Kafka y los días clásicos de diciembre


Hoy es uno de esos días clásicos de diciembre. No. No estoy hablando del friito que por fin está haciendo en las mañanas, que lo hace a uno sacar la cabeza por la ventana del carro como si fuese un perro ovejero. Exponiendo, dicho sea de paso, las pertenencias materiales y la vida. Ni tampoco lo digo por ese maravilloso cielo azul que es único de la Ciudad de la Furia. Tan parecido a nosotros, que nos hace pensar al levantar la mirada, que de puro azul, no estamos viendo el cielo, sino el mar. Hoy ha pasado de todo.

Todo empezó esta mañana. Se me terminó de romper el cosito de la alarma del carro. Está ahora separado de la llave. Cada uno por su lado. Y por más papel peguita (como dice mi mamá) que le pegue, nunca volverán a estar juntos. Así que algún día se perderá y me quedaré varada en un lugar patético como el Tolón y mi esposo tendrá que ir a buscarme arrecho, y cuando llegue, nos daremos cuenta de que el bichito de la alarma de las llaves de repuesto no sirve. Y yo no hice nada. Y me va a decir y lo peor es que sé que lo sabías porque lo escribiste en el blog.

Decidí que me iba a hacer unas mechas. Tengo tiempo pensándolo. Me lancé hoy. (Por cierto, no sé qué me hice porque salí de la peluquería a las 12 y nadie me ha dicho nada. Ni verga, pareces un Leopardo, como pasó la última vez.) Justo antes de salir me llaman de casa de mi hermana, que se fue de viaje. El gato está malísimo. El pobre Merlín. Merlín tiene leucemia y más bien ha durado demasiado. Pero ya. Ahora sí. Tenía dos días escondido, salió anoche, en las últimas. ¿Qué hacemos? ¿Lo llevamos al veterinario y que nos clave la dormida? ¿Esperamos a que se muera? ¿Qué le digo a mi sobrinito que adora a su gato? Empiezo a llamar a mi hermana. La cuenta del celular le va a salir en 5 millones por el peo del gato. Al final, decidimos llevar el gato al veterinario. Voy a salir para allá. El gato se murió. Ahora, ¿Qué hacemos con el gato muerto? ¿Lo enterramos en el jardín? ¿Dejamos que se lo lleve el aseo? Nadie sabe.

Me voy a la peluquería, mientras mi hermana decide qué hacer. Al llegar veo que es como si todo el guevón que no se ha ido de vacaciones decidió irse para esa cuadra. No había puesto ni trancando los carros que se paran enfrente de la peluquería. Debe ser porque cerca hay un banco y todos los pobres infelices estaban yendo a sacar las utilidades para comprar porquerías para los amigos secretos. Tuve que estacionarme como a tres cuadras y bajarme del carro todo el tiempo diciendo: San Bernardo Patrón, que no me joda un ladrón.

Llego a la peluquería. Estaba atestada. El ya te atiendo que me dijeron por teléfono quería decir: en vez de a las 10 te atiendo a las 11. Me siento a esperar. Me llama mi esposo. La esposa de su papá tiene culebrilla. Llamo a mi hermana. Es como llamar al 0800-PANICO. Empieza con, eso se pega. Eso es horrible. Eeessooo pueeedeee deeejarrr secuelas. Ni Marina Baura se tira un parlamento tan dramático. El novio de mi otra hermana que es médico escribe por mensajito: altamente contagioso. Listo pues. Encontramos al mono del ébola perdido por Caracas. Llamo al pediatra. Dice, no es contagioso. Pero, mejor evitar contacto. Después empieza a llamar todo el mundo que la cura para la culebrilla es buscar un brujo y darse unos ramazos. Después me llama mi mamá y me dice, que cuál es el tercer mundismo. Que le arrecha el pánico. Que a mi abuela le dio y vivió 20 años más. Que la culebrilla se le quitó, y lo que pasa es que desespera porque tarda en curarse.

Mientras todas esas conversas por teléfono, me levanté de la silla donde estaba sentada para alejarme de los secadores y escuchar mejor. Acto seguido una vieja abusadora, no una vieja, corrijo, porque una vieja lo hubiese entendido yo. Una tipa se sienta en mi silla. Y cuando regreso mira para el techo como si yo fuera idiota. No digo nada. Es diciembre. No voy a estar peleando con una maleducada que se roba la silla de otra persona, cuando además había una vacía al lado, como si estuviéramos en kínder. Pero me hubiera encantado estar en kínder para jalarle los pelos y morderle un brazo, así llamaran a mi mamá. No joda.

En eso la tipa se para y le van a lavar el pelo y entra a la peluquería una vieja, vieja de verdad. La tipa entra y alguien dice ¿Qué le pasó? Y la señora contesta: Ay mija, me caí. No le veo nada raro y empiezo a leer mi libro. Al rato la vieja regresa con el pelo mojado, y la sientan en la silla que estaba al lado mío para secarle el pelo. Volteo para sonreír y saludar, aunque no la conozca, porque además es de esas viejas que dicen todo lo que piensan: "ay esta silla aquí es donde me tengo se sentar, verdad. Sí ya me voy a sentar, ay es que todavía estoy adolorida de la caída. Será que busco una revista. No mejor no, porque si me pongo a mirar para abajo me voy a marear." Yo iba a sonreír pensado: Ok. A callar. Cuando volteo veo que la vieja tiene un hueco en el pelo como de 4 dedos, justo en la parte de atrás del coco, y como seis puntos, así negros amarrados, con sangre y manchas amarillas de algo que después dijo que era Povidine. Casi. Casi. Me voy de culo y eso que estaba sentada. De verdad, sentí como si por un momento el piso se estuviera bajando como a tres mil por hora. Mal. Mal.

La vieja empieza no me seques los puntos. Cuidado con los puntos. No me puedes echar aire en los puntos. Todo el mundo me dijo que estaba loca de venirme a secar el pelo. Que si no me podía esperar 7 días a lavarme el pelo. Están locos si piensan que yo aguanto 7 días con un pegoste en el pelo. Yo pienso esto es el colmo del dicho, Primero Muerta que Sencilla. La mujer estaba histérica con lo de los puntos. Le decía a la peluquera. Estas muy cerca de los puntos. No me los toques. Cuidado, siento que me estás tocando cerca de los puntos. Después la pobre dice: Bueno, no estoy tan mal como Benito. Benito se cayó de la cama y se fracturó toda la cara. Lo tienen que operar. Yo me caí porque se me enredaron los pies. Él se cayó de la cama. ¿Con qué se habrá enredado? Pienso coño, qué mierda. Para allá vamos todos.

Terminan mis mechas. Me siento contenta. No parezco la mascota del mundial, con la cresta verde. Corro al carro viendo para todos lados pensando que me veo como Jack Bauer, cuando en realidad en la calle deben pensar que ando buscando a alguien que venda droga. Casi me caigo. Dos veces. Mi hermana me escribe, el gato que se lo lleve el aseo. En eso me llama mi mamá: tu papá no sabe manejar silla de ruedas. Me suelta en las bajadas y yo no tengo fuerza para frenar. Atropellé a un transeúnte. Era una modelo, pero no le pasó nada. Y se muere de la risa. Están locos. Como que la culebrilla sí deja secuelas.

En eso llega a una amiga y me dice: Vendo anillo de compromiso. Yo creo que le saco 1200 fácil. Veo que anuncian la ley popular de no sé qué coño. Medio la leo, ni se entiende. Estoy harta de estos peos. Cuando haya una protesta me avisan. Pero ahorita no me amargo más. Voy a comprar café descafeinado. No consigo. Me arrecho dejo el carrito como con tres o cuatro cosas y me voy del súper. Seguro pensaron otra cleptómana que se robó algo así como una lata de berberechos. Voy a comprar un regalo de navidad que me falta. Me compro un escapulario porque me merezco un regalito no joda. No me quieren conformar el cheque, pero al tipa de la tienda me dice. No le pares. Cualquier cosa te llamo. Mi mamá me escribe que si se murió la mamá de un amigo. Me asusto. Averiguo. La regaño. Por qué las viejas andan regando algo que nada qué ver. Al rato me dicen que era la abuela de mi amigo la que murió.

Entrego los regalos de navidad. Me dio por ser hoy Santa Claus. Fuck esperar hasta el 24. Me siento rara. Mi esposo me dice: yo no te tengo nada. Qué quieres. No sé. Me parece chimbo decir qué quiero. Me gustan las sorpresas, así cuando lo abras sean las gaitas de Joselo. Pero es una sorpresa. Al final le digo. Unos pececitos. No sé por qué. Yo detesto las peceras. Él lo sabe. Al rato me dice. ¿De mar o de comer? Si me trae una pecera, ya no se las puedo dar al gato. Y mis sobrinos ya crecieron y ya no van a meter las manos y a sacar los peces y tirarlos por la poceta o por la grama.

Invito a mis sobrinos a comer sushi. Les tengo que decir que el gato se murió. Como el gato se murió iremos a comer pescado. Comida de gato. Como yo pedí pececitos, y de comer es una opción, iremos a comer pescado. Me llega un mail que puedo participar en una cuestión de cuentos en Chile. Si me llegasen a escoger publico un cuento. No tengo el cuento. El que hace 24 horas me parecía genial ahora me parece una plasta. Me pica un mosquito en el cachete. Mi sobrino me dice que el chamo que lo iba a traer echó carro, literalmente le digo: dile que te tiene que traer porque tú tía es una amargada y si no llamo a su papá. El chamo me escribe: a las 8 llego. No le he dicho a mi esposo que vamos a comer sushi, seguro va a decir que no. Pero ya prometí, además el gato se murió. Hay que hacer algo. Tengo que llamar a mi amigo a darle el pésame por lo de la abuela. Terminar de envolver regalos para dárselos a la familia de mi esposo, con todo el culillo por la culebrilla.

Diciembre es un mes escrito por Kafka. Hoy es un día clásico de diciembre.

Comentarios

Ira Vergani ha dicho que…
Me sacaste lagrimas de la risa, especialmente con aquello de que tu mama atropello a un traunseunte!!! no consigo decaf tampoco :(

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