Una Próxima Vez


Viernes 25 de diciembre. Nos levantamos temprano. Yo trabajé en mi novela. Abrimos dos regalitos que le pusimos a Clarissa. Nada de Niño Jesús exagerado. Yo me quedé como el interior de Superman, es decir, que en el arbolito habían para mí naranjas chinas. Pero bueno, fue un buen año, no me puedo quejar. Estábamos en Osma, a eso de 40 minutos de Caruao, donde uno de mis amigos del alma tiene una casa. Nos invitó a pasar el día y total que agarramos y montamos en nuestra camioneta prestada lo que parecía la última gira de U2. Sillas. Coche. Un pato inflable que nunca usamos. Paños. Muda de ropa.

Arrancamos y como se ha vuelto tradición en nuestros viajes por la costa, pusimos Mecano. Yo amo a Mecano. Me pongo a cantar y me siento que si me lo piden Nacho y José María, yo fácil puedo suplantar a Ana Torroja. Íbamos viendo la costa. Como diría Jorge mi amigo fotógrafo: es maravishoso (él es argentino). Apenas bajamos la curva de Caruao vimos su carro y ubicamos la casa.

He intentado varias veces describirla y de verdad que no puedo. O no le hago justicia. O siento que a lo mejor la imaginación me hace trampa. Pero esa casa es uno de esos lugares que cuando uno entra en ellos, oprimen el corazón. Tienen ángel. A uno le entran ganas de quedarse. De vivir allí. Es una sensación de seguridad. Esa es la palabra.

No sé si es porque se abren unas puertas que dan directamente hacia el mar. Allí, como en un deck hay un árbol que lo cubre todo de sombra. Es un árbol que arropa a todo el que está en esa terraza. Mi amigo puso una mesa, donde yo amaría estar sentada escribiendo alguna novela o cuento. No sé si sería de gran calidad, pero me lo gozaría como pocas cosas. Además guindó unos chinchorros, de los cuales mi hija de cuatro meses y medio no se quería bajar. Era tanta la emoción de la casa, que durante los dos días que pasamos allí, no quiso hacer siesta. Era como si estuviese diciendo, yo me visto, porque yo sí voy. Dormir, dormiré más tarde, pero yo esto me lo gozo. No cambio por nada esta vista. Esta casa, frente al mar. Digna hija mía.

La playa que está frente a esta casa es una de esas playas de arena suave que te acaricia los pies. No había llovido, así que el mar estaba azul. El cielo despejado. El sol intenso, pero clemente. Igual que yo. Apenas llegué me quité los zapatos y comencé a caminar por la playa. Veía las aves lanzándose en picada a pescar cerca de la orilla. Así como debería lanzarse uno cuando ve algo que quiere. Así como me he lanzado yo. Tantas veces, que tarde o temprano, igual que ellas, moriré ciega. Los ojos dañados de tanto golpe. A lo lejos se escuchaba una salsa contagiosa. De esa que te hace saber que estás en Venezuela. Por si acaso se te olvida en algún momento. Sin importar la hora. Aquí la vida se goza. Cada minuto. No hay horario.

Y veía hacia todos lados y veía troncos. Y piedras en los extremos. Y un río que trata de desembocar al mar. Y olas rompiendo. Y la vecina tomando sol en el muro de su casa. Y me provocó enormemente ser ella. Aunque yo no tomaría sol. Yo me echaría a leer mis libros. Y después me sentaría a escribirlos. Y caminando y mojándome los pies en el mar, conociendo esa playa pensaba: aquí podría estar sola. Acompañada. Aquí podría quedarme. Este es uno de esos lugares a los que llegas. Y llegaste. No necesitas más nada.

Pero después vino lo mejor. La gente del pueblo. La señora Josefa que tiene un pequeño restorán. De esos que no tienen pretensiones sino buena comida. Y cerveza. Caminamos por el pueblo y la gente saludaba a mi amigo. Así como sólo se saluda en los pueblos. Con el cariño de la familia. Hasta el perro que tomaba sol sobre la acera, un poodle que generalmente son ariscos y mañosos. Este no. Este vive en Caruao. Es feliz. A rabiar. Se dejaba acariciar. Es el tipo de lugar donde sientes que cabes. Seas quien seas. Y mi amigo me presentaba a la gente, como se debería presentar uno. Por su nombre de pila. Punto. Sin apellidos. Sin generaciones. Ni padres. Ni madres. Ni hermanos. Ni tíos. Nada de tú eres hijo de. O fuiste esposa de. Eres simplemente Manuela.

Mi amigo me presentó a tres o cuatro personas con las que pude compartir y un rato. El electricista que ahora olvidé su nombre. Pero que nos dijo que trabaja en Caracas y que "Si te soy sincero. A Caracas sólo voy por necesidad. Esa ciudad. Esa ciudad está loca." Yo le dije "Claro amigo. Si por algo la llamamos, la Ciudad de la Furia." Otro personaje, un chamo de unos 12 años. Juan David. Un alma vieja. Unos ojos que dicen mucho más que tanta gente que uno conoce. Que a los 50 no lleva nada de vida. No tiene acumulado nada en el alma.

Juan David me cautivó porque es la mezcla entre el angelito y el diablillo travieso. Pero travieso de verdad. Entre las locuras que nos contó está la de ir a la "playa desnuda." Una playa nudista que aparentemente hay cerca de Caruao. Entonces le pregunté que si su mamá le daba permiso, a lo que me contestó: "Yo hago lo que me da mi gana." Me quedé pensando que uno debería contestar eso mucho más a menudo. Claro que el chamo se me quedó viendo y después se dio cuenta que si su mamá lo oye decir eso probablemente lo castigue. Así que después me confesó: "le pido permiso, y ella, casi siempre me deja." Ama las computadoras, dice que aunque no lee muy bien las maneja mejor que nadie y que su sueño es ser: pelotero. Su jugador favorito: El Kid Rodriguez. Tal cual. Yo lo veo y le digo, chamo tú puedes ser cualquier cosa que tú quieras. Y si él se lo llega a creer sin duda lo será.

Conocimos a Quintín. Uno de esos tipos de los que a juro te tienes que hacer amigo. Maneja una lancha. Trabaja en construcción. Pero sobre todo es filósofo de la vida. Según él, las parejas ahora no duran nada, porque las mujeres, ya no somos recatadas. Estamos demasiado liberadas. Y sí. Puede ser. Ya no aguantamos tanto. Ahora damos como siempre, pero exigimos como nunca. Nos llevó a pescar en su lancha. Cosa que fue toda una experiencia, entre otras cosas por a mi amigo se le clavó un anzuelo en el pie. El pobre. Aguantó como super rudo. Si se me hubiese clavado a mí hubiese pegado gritos como la llorona de la carretera vieja de la Guaira. Qué Impotencia cuando pasan esas cosas. Pequeñas, pero igual. Cómo joden. Pero la mejor frase de Quintín, mientras nos daba consejos de pesca fue: "Eres un choro de los pescaos."

Antes del incidente del anzuelo, paramos la lancha y nos tiramos al mar. Allí, en la mitad de la nada. Cerca de la costa, pero a la vez lejos. Y por un momento puedo jurar que el mar era mío. Claro que clásico Manuela después no me podía montar en la lancha y los hombres me tuvieron que subir. Pero nada. Damisela desmayada sólo por 5 segundos.

El último personaje del que voy a hablar es Hernán. El vecino de mi amigo. Ese que ya veo que se va a convertir en su padre putativo. Nervioso cuando supo que a mi amigo se le había clavado el anzuelo, lo fue a buscar al dispensario. Como no lo encontró, se puso a limpiarle la arena a la terraza. Totalmente paternal. Diciendo que cuando lo viera le iba a echar broma. "Lo voy a joder. Ya tú vas a ver. Le voy a decir ¿Tú no y que eres Ya Custó ?" (Jacques Cousteau pero pronunciado por él es comiquísimo). Pero yo leo ojos. Y en ese señor estaba preocupado. Quería verlo bien. Y se lo dije a mi amigo. Un hermoso ser. Que iba a enseñar a cazar guamo, pero no se pudo porque la cucarachitas de arena ese día, simplemente no tenían ganas de comerse la carnada.

Lo que sí nos comimos fue la Picúa que pescó mi amigo. Yo juraba que era un pescado duro y resulta que no. Resulta que era un pescado divino. Preparado a la parrilla con ají dulce y ajo, fue el mejor pescado que me he comido en mi vida. Y aunque yo tiendo a la exageración prometo que en este caso estoy haciendo una excepción. Divino. Pero rico. Rico de verdad. A mi amigo la picúa le habrá clavado el anzuelo, pero después se la comió. Y bien comida.

Quizás lo que más amé de esta experiencia es que me sentí en la Venezuela que amo. En este lugar, a pesar de algún vestigio de color rojo. De la presencia de un cubano. De las lanchas de PDVAL. No hay Chávez. No hay oposición. No hay country club. No hay líneas divisorias entre unos y otros. No se buscan razones para mantener la distancia. Sino al contrario. Sobran las excusas para sentarse con cualquiera en una mesa y tomarse una cerveza fría. Estamos en Caruao.

Durante los dos días que estuve allí fue como si el tiempo se hubiese detenido. Hice dos llamadas. A mi primo. Y a un amigo que tenía mucho tiempo sin ver. El resto del mundo se quedó en otro planeta. No existió. Y si existía yo no me acordaba.

Jules Renard dice "El paraíso no está en la tierra. Pero hay fragmentos. En la tierra hay un paraíso roto."Siempre que uno encuentro fragmentos de paraíso, debe tomarlo con calma. No agotarlo. Dejar siempre algo para la próxima vez. Después de todo el paraíso es para la eternidad. Caruao es un fragmento de mi paraíso y yo allá dejé muchas cosas para más de una próxima vez.

En la foto: Juan David.

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