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Mostrando entradas de agosto, 2011

El Título de Preescolar

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En un mundo que cada vez se vuelve más tecnológico y en el que el conocimiento se profundiza en todas las áreas subestimamos lo que se aprende en los primeros años de vida. Después de todo, a nadie le dan un título de Preescolar. Uno no sale del jardín de infancia con toga y birrete. No hay discurso, ni invitado especial y los padres sólo lloran si cuando dejan al niño este a su vez no hace un escándalo que le refuerce al progenitor la idea de que su hijo le quiere. Hoy en día hay más gente que termina el bachillerato o que saca un diploma técnico, que se especializa en tal y cual cosa, desde lo más académico, hasta lo más práctico. Se podría decir que ya ser carpintero no es nada más agarrar madera, martillo y clavos. El mundo se ha vuelto algo muy complejo. Nada de eso está mal. El problema es que mientras más elevados creemos que somos, más nos olvidamos de lo básico. Subestimamos aquello que nos enseñaron de pequeños, porque lo creemos ínfimo en comparación con nuestr

¿Estás bien?

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Quienes tengan cierta edad recordarán, que el local que está al lado del Miga de Altamira en un momento dado fue un local nocturno llamado: Stage. Una noche fui a Stage con mi hermana y su esposo a ver a Emilio Lovera. Por supuesto la pasamos buenísimo. Nos reímos. Tomamos algo. Y a eso de la una de la mañana decidimos irnos. Para abandonar el local teníamos que bajar una escalera bastante empinada y oscura. Los escalones eran de madera, y tenía unas paredes de piedra, muy bonitas y bastante estrechas. Comenzamos a bajar y de repente fue como si hubiese surgido una versión previa del video del regaeton que dice “estás en falda y se te ve tóooo.” Bajé escalera por escalera de fundillo, directo hacia una señora, que iba con su marido muy elegante, muy con su vestido negro y sus tacones, y que al estar de espalda no pudo ver que yo venía cual pelota de bowling a llevármela por delante y tirarla al suelo. Sí. La vieja se pegó más duro que yo. Lo peor de todo no fue eso.

La Luna en el Cachete

Yo le pinto una estrella y ella me pregunta “mamá ¿dónde está la luna?” Yo le digo, “No sé. ¿la pintamos?” “No.” Dice ella categóricamente. “Está aquí.” Y señala mi cachete. Según mi hija llevo la luna en el cachete. Y ¿por qué no? ¿Quién dice que uno no lleva la luna en el cachete? ¿Quién dice que es imposible alcanzar el sol? Desde que tengo uso de razón me están convenciendo de los imposibles. Me están diciendo las cosas que no puedo, o que no debo hacer. Cuántas cosas se quedan a medio camino, cuantas leguas se dejan de recorrer porque vino alguien que estableció como máxima“eso no se puede” o peor, que uno no tenía talento para eso. En nuestro sistema, si no sabes cantar no cantas. Si no corres rápido no haces deporte. Si no tienes la letra bonita no escribes. Y lo que es más patético, si no eres el favorito de la maestra no actúas en la obra de teatro, no presentas en el acto en el acto de fin de curso, de milagro y sales en el anuario. Eres lo que eres porque sí, y a

El no sé qué del Ken

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Nota Post-Post: Este post trata sobre el Ken de mi época Barbiequera (los 80) veo que el Ken actual no tiene nada que ver con el nuestro. De hecho es material para otro post. El juego de la Barbie pasó a otras ligas. Hace días estaba hablando con Juan sobre Bill Hemmer el ancla de Fox News. Cuento corto: Bill Hemmer es un muñeco, pero siempre me había parecido que tenía algo sospechoso. Y hoy lo conseguí. Es sospechoso porque se parece al Ken. El Ken siempre fue algo raro. Una tenía cinco Barbies y un Ken. A lo mejor el problema era ese y por eso las mujeres somos tan cuaimas y desesperadas con los hombres, porque desde el juego simulado ya tenemos en el mercado más mujeres que hombres. Tal vez por eso el tipo, así fuese de plástico era un creído, insoportable. Es que yo no sé qué estaban pensando en Mattel, pero el Ken era demasiado perfecto. No tenía un gramo de grasa. Siempre estaba peinado que no se le movía ni un pelo. Además el coño de su madre aparecía montado

Lo que haces vs lo que No haces

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Odio las montañas rusas. No le veo el sentido, el placer, a estar dando vueltas de cabeza en un aparato que hace ruidos horribles. Siempre digo que la vida te hace dar demasiadas volteretas como para ir de gratis a montarte con tus propios pies en un aparato que lo haga. Las únicas veces que me he montado, algo así como dos o tres en total, siempre que el trencito va subiendo lentamente, acercándose a la caída de vértigo me digo “¿para qué monté en esta mierda? ¿quién me mando?” Tengo que reconocer que esas veces me bajé del aparato con una sonrisa. Con un sentido de haber logrado algo dentro de mí misma. Superar el miedo. Entonces me doy cuenta que mi mamá tiene razón cuando dice que uno siempre se arrepiente de lo no hace, pero de lo que hace jamás. Porque de una forma u otra, así te hayas equivocado. Así la primera conclusión sea “no tenía necesidad de hacer esto” lo cierto es que siempre le sacas una lección, un aprendizaje, una herramienta de crecimiento personal. Hacer c

La Patrulla

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Juro que digo la verdad y toda la verdad cuando les cuento, que hace ya unos cuantos años participé una conversación en la que se dijo lo siguiente: “Ay no mi amor. Él llega y ya yo estoy dormida. Cuando me doy cuenta que el hombre llegó, le pregunto. ¿A qué hora llegaste? El siempre dice doce o doce y media, algo por ahí. Entonces yo calladita, me hago la que voy a la cocina, bajo al estacionamiento y toco el capó del carro a ver qué tan caliente está. Comparo con la hora. Y si los números no cuadran…” La verdad es que el tip, digno de un libro así como “Paranoia para Idiotas” iba acorde con la cara de la mujer y la pinta del flamante esposo, que estaba en otra esquina de la mesa fumando tabaco y echando chistes con los amigos. Era una cara como de sufrimiento, de amargue. Era la típica cara de eso que llaman: Una Patrulla. La Patrulla es la clase de mujer (u hombre porque los hay que pertenecen al gremio) que digno miembro del Club de Ojo Podrido, se busca un tipo que no

Ficciones: Texarkana

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Nosotros siempre fuimos almas viejas. No nos robamos el carro, aunque sí manejamos a escondidas. ¿Eso es robarse el carro? Bueno, entonces sí lo hicimos. Pero fuimos siempre prudentes. No mentimos más de la cuenta. No nos escapamos. Fuimos como los muertos de la canción de Mecano, todo lo hicimos sin pasar de la puerta, porque sabíamos dónde teníamos que estar. No nos botaron del colegio. Ni llamaron a nuestros papás. Y si lo hicieron al menos yo no lo recuerdo. Sí fumamos a escondidas, entre los matorrales de casa tu abuela. Yo me moría de miedo y tú los sacabas como si fuese cualquier cosa. Como si hubiese una cámara escondida y el mundo te estuviera viendo. Presenciando tu franca rebeldía. Nos enamoramos mil veces. Yo de ti. Tú de mí. Nunca al mismo tiempo, y después no quedó más remedio que enamorarse de otra gente. Odié a tu primera novia tanto como tu odiaste al tipo que resultó ser destinatario del “me empaté” que según tú, te confesé demasiado tarde. Me reclamaste h