El no sé qué del Ken


Nota Post-Post: Este post trata sobre el Ken de mi época Barbiequera (los 80) veo que el Ken actual no tiene nada que ver con el nuestro. De hecho es material para otro post. El juego de la Barbie pasó a otras ligas.

Hace días estaba hablando con Juan sobre Bill Hemmer el ancla de Fox News. Cuento corto: Bill Hemmer es un muñeco, pero siempre me había parecido que tenía algo sospechoso. Y hoy lo conseguí. Es sospechoso porque se parece al Ken.

El Ken siempre fue algo raro. Una tenía cinco Barbies y un Ken. A lo mejor el problema era ese y por eso las mujeres somos tan cuaimas y desesperadas con los hombres, porque desde el juego simulado ya tenemos en el mercado más mujeres que hombres. Tal vez por eso el tipo, así fuese de plástico era un creído, insoportable.

Es que yo no sé qué estaban pensando en Mattel, pero el Ken era demasiado perfecto. No tenía un gramo de grasa. Siempre estaba peinado que no se le movía ni un pelo. Además el coño de su madre aparecía montado en un Corvette con un sweater blanco amarrado por el cuello, con unos pantalones de golfista de domingo. Tenía además una sonrisa, no de político en campaña, sino peor, del que le dona la plata al político en campaña.

Claro que la Barbie también era perfecta, pero por alguna razón, para la pareja de la “mujer perfecta” eso siempre termina siendo un conjunto vacío. Tengan lo que tengan los hombres siempre joden. ¿A Elizabeth Hurley no le montaron cachos con una prostituta? Bueno, el Ken, ahora me doy cuenta, es el propio tipo que le decía a la Barbie que estaba gorda, que se vestía horrible, que sus plataformas eran niches, que su peinado estaba pasado de moda, que sus lentes no pegaban con el resto de su atuendo. Era el propio sonrisita fuera de la casa, monstruo al cerrar la puerta.

Eso me recuerda a la mamá de una amiga de mi hermana que solía decirle, “no se busque al más inteligente, ni al más rico, ni mucho menos al más bello. Búsquese uno normalito, que lo demás lo único que trae. Es rollo.” Ciertamente, como dice la sabiduría popular bueno es cilantro, pero no tanto. No vamos a generalizar claro, hay majaretes, muñecotes de torta que se portan muy bien, pero un hombre creído es lo peor. Lo peor del mundo. Y cuando tienen un atributo que los hace sentirse “especiales,” generalmente tienden a ser especímenes no recomendables, de esos de los que se enamoran las miembros del Club del Ojo Podrido.

De verdad la belleza para hombres y mujeres es muy distinta. Sobre todo el efecto que tiene en ellos. Para la mujer la belleza es casi una tarea con la que hay que cumplir. Desde chiquitas nos meten ese cassette. Si eres fea, no importa: te operas. Si tienes los dientes choretos, ni te angusties cariño, que así sean varios años con la boca con más metal que una chatarrera, esos dientes se acomodan.

Tetas enanas: Implantes. Culo plano: se le inyecta grasa. Celulitis: electro shock. Lo que sea, así termines como Herman Monster por un tiempo, porque pare ser bella hay que ver estrellas.

Con tal de ser bellas las mujeres nos sacamos costillas, pagamos fortunas en gimnasios, tomamos pastillas que se hacen en los rincones más bajos del tercer mundo y que bien pueden tener veneno de ratas o semen de zorrillo, pero uno se las traga porque ¡hay que ser bella! Punto.

En la mujer es algo esperado. Una condición sine qua non de su género. En cambio en el hombre, se supone que es algo que pasa casi sin esfuerzo, o que no hay más remedio. Si nació feo le dicen tranquilo amigo que el hombre es como el oso, mientras más feo más sabroso. Y si nace bellito. Entonces es un regalo de la naturaleza. Lo único que tiene que hacer es coser y cantar.

Sin embargo, decía un amigo mío que los hombres feos al final siempre terminaban por tener mucha más suerte con las mujeres y que eran mucho mejores, porque siempre les había tocado trabajar más duro.

No sé qué tan cierto sea eso. Hoy por hoy no creo en nada. Por más bello que sea un tipo. Por más Brad Pitt. Más muñeco de torta. Más hermoso. Más estatua griega. Cuando se porta mal. Cuando hace cosas que no debería hacer. Cuando tiene el ego que más bien lo que parece es un copete de Cacatua y se pone insoportable, a mí me termina pareciendo feo. Al final, trillado y todo, la belleza está en el ojo de quien mira. Tarde o temprano la manera como uno se comporta afecta hasta el físico, y eso pareciera ser verdad tanto para los hombres como para las mujeres.

Pobre Ken, yo creo que aunque tenga su peinado plástico perfecto merece otra oportunidad. A lo mejor no es tan malo.

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