¿Estás bien?


Quienes tengan cierta edad recordarán, que el local que está al lado del Miga de Altamira en un momento dado fue un local nocturno llamado: Stage. Una noche fui a Stage con mi hermana y su esposo a ver a Emilio Lovera. Por supuesto la pasamos buenísimo. Nos reímos. Tomamos algo. Y a eso de la una de la mañana decidimos irnos.

Para abandonar el local teníamos que bajar una escalera bastante empinada y oscura. Los escalones eran de madera, y tenía unas paredes de piedra, muy bonitas y bastante estrechas. Comenzamos a bajar y de repente fue como si hubiese surgido una versión previa del video del regaeton que dice “estás en falda y se te ve tóooo.”

Bajé escalera por escalera de fundillo, directo hacia una señora, que iba con su marido muy elegante, muy con su vestido negro y sus tacones, y que al estar de espalda no pudo ver que yo venía cual pelota de bowling a llevármela por delante y tirarla al suelo. Sí. La vieja se pegó más duro que yo.

Lo peor de todo no fue eso. Fue la humillación del caído. Ese momento en que vienen y te hacen la pregunta de mierda ¿estás bien? Nada peor que esas dos palabras cuando estás en el suelo. Yo prefiero que me dejen sangrando, que me respeten diente o hueso roto, a que vengan con esa cara de Teresa de Calcuta reencauchada a salvarme.

En ese momento vinieron mi hermana y el esposo e hicieron exactamente eso. Yo me levanté y dije lo que siempre dice uno en ese momento “estoy bien. No pasa nada.” “¿Seguro?” “Sí. De verdad. No me pasó nada.” Salimos a la calle y acto seguido, las carcajadas más feas de la historia. De esas que son mudas, de risa callada, de menearse para adelante y para atrás como asquerosos porfiados.

Sí. Yo he tenido par de caídas públicas y apoteósicas. Otra sumamente humillante fue también hace años saliendo del Teresa Carreño. Era un domingo y no recuerdo qué coño había escuchado, pero sí recuerdo que me había vestido de blanco. Pantalones blancos. Camisa blanca. Y había ido con mi novio, con cuya familia tenía planificado almorzar a la salida. El típico plan dominical. Concierto a las once, almuerzo a las dos, depresión a las seis porque al día siguiente era lunes.

Cuando salimos de la función llovía a cántaros, cuando todavía la lluvia no era el deporte capitalino de riesgo y sufrimiento máximo. La gente se resguardó bajo el techo que está frente al Hilton, esperando a que escampara un poco para ir a buscar sus carros. Mi novio, tan regio él, se sacrificó por mí y fue a buscar el carro. Yo me quedé con su hermana con las demás personas y en lo que lo vi, le dije, “le voy a ir a preguntar si te podemos dar la cola.”

En esa época no había PIN, y de novia nueva yo quería hacerle la gracia a mi cuñada. Salí brincando como una gacela, con mis pantalones blancos bajo la lluvia, pensando “no soy de azúcar, si me mojo un poquito no pasa nada.” Y fue justo entonces salí volando, literalmente volando y caí directo en un charco cual clavadista olímpico. Eso sí, tuve jurado y todo, sólo que en vez de levantar cartelitos de 9.5 o 0.1 cantaron a coro “aaaaayyyyyyyyyyy.” No tenían más nada que hacer, unas treinta o cuarenta personas que pasaron de ver llover, a ver caer y por supuesto, no pudo faltar, el macho cabrío venezolano que al ver a la doncella caer salió corriendo a su encuentro para hacer la maldita pregunta “¿estás bien?”

Y yo con mis pantalones ahora negros con esas ganas de responderle “cállate idiota, yo hago esto todas las semanas, estoy entrenando para los Panamericanos.” Final del cuento: me tuve que ir a cambiar a mi casa.

¿Qué puedo decir? Soy la clásica patuleca. Me he fracturado el brazo derecho tres veces. Puntos me han cogido unos cuantos, entre ellos siete en una rodilla porque un niñito me estaba persiguiendo para pegarme con una fusta y me caí. La última fue embarazada. Llegando al trabajo con un perolero en la mano, y clavé las rodillas en Tierra.

No hay nada peor que caerse, y como todo, uno piensa que el golpe principal es el físico, pero el que más duele es el moral.

Comentarios

Ira Vergani ha dicho que…
Justo la semana pasada twitteé "por qué será que uno se siente tan estúpido cuando se cae?" Al igual que tu soy pataruca a más no poder aunque increiblemente solo una vez terminé con fractura. Caerse es horrible y como bien dices el dolor grave no es el físico (aunque aún me duele la caída de la semana pasada!) sino la sensación de completo "sirve para nada" con la que uno queda, estoy convencida que somos malísimos con nosotros mismos!
Clara Machado ha dicho que…
Jajaja. Sí. Tal vez uno se siente estúpido cuando se cae porque está visto como algo de niños, y a uno le enseñan que los rasgos infantiles son así...algo malo, que te hace menos adulto, que te ridiculiza. No sé. Es un invento pero...se siente terrible cuando si te pones a ver es lo más normal...en fin...andar con más cuidado! jajaja

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