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Mostrando entradas de julio, 2011

Instinto

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No voy a tener tiempo de releer esto. Así es la vida ahorita. Ni que tuviera tiempo de releerlo me serviría de algo. Si duermo tres horas seguidas es un triunfo, luego mi cerebro está un poco desajustado. Serán días extraños, de una rutina extraña. Soy una especie de máquina. Dispensa cariño, alimento, sirve de almohada y tiene un procesador de palabras que anda un poco lento. Guindado. Ideas van e ideas vienen, pero es un poco como la marea. ¿Yo era alguien antes de esto? Pareciera que “antes” ya no existiera. Ayer es una falacia. Una fantasía. Algo que nunca sucedió. Sólo que la pioja que me recuerda que ayer es más verdad que nunca. Pues ella nació un día que desde hace tiempo está en el ayer. No olvidar: no estamos solos. Y la afirmación no tiene nada que ver con los extraterrestres. A veces te tienes que sentir bien porque te tienes que sentir bien. Y punto. ¿Y si no te sientes bien? Yo lo único que quiero es que se me quite el dolor. Poder acostarme de forma horizonta

Se Acerca

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Respirar fuera del agua. Abrir los ojos. Conocer. Saludar. Comenzar. Ver. Mirar. Escuchar. Llorar. Gritar. Comer. Tragar. Tocar. Dormir. Descansar. Despertar. Probar. Consolar. Sonreír. Reír. Agarrar. Desesperar. Ir. Venir. Llegar. Querer. Saber. Olvidar. Pensar. Aprender. Luchar. Patear. Soñar. Amar. Agarrar. Caminar. Gatear. Dominar. Pelear. Vestir. Poner. Arrastrar. Descubrir. Bañar. Mojar. Contar. Gustar. Odiar. Pegar. Rabiar. Caminar. Correr. Entender. Jalar. Empujar. Torcer. Ceder. Lanzar. Brincar. Hablar. Balbucear. Patalear. Desobedecer. Retar. Amar. Abrazar. Nadar. Leer. Escribir. Cavar. Trasladar. Rodar. Acariciar. Cantar. Mezclar. Ensuciar. Pintar. Romper. Asustar. Sorprender. Castigar. Recomenzar. Recompensar. Jugar. Pintar. Armar. Tumbar. Enseñar. Alimentar. Sentar. Acostar. Cocinar. Estudiar. Conseguir. Alcanzar. Vivir.

El Club del Ojo Podrido

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EL CLUB DEL OJO PODRIDO Hace unos años Charles creó El Club del Ojo Podrido. Lo creó a punta de servir de paño de lágrimas de todas las que llegábamos con historias que le hacían agarrarse los pelos, y contestarnos cosas como “coño, te lo dije.” O después de la tercera vez de escucharnos decir “yo lo amo y yo lo voy a sacar de esa espiral autodestructiva.” El Charles elaboró una teoría, digna de una universidad sueca, de que existen dos tipos de mujeres, las del ojo normal y las del ojo podrido. Y le pareció que lo mejor era reunirlas en un Club. El Club del Ojo Podrido. Las mujeres del ojo podrido, miembros del Club, somos las que tenemos un prontuario amoroso de horror. En este club no están las que amarraron al trabajador, al bien vestido, al que no levanta faldas, ni es tomador, ni sale a echarse palos con los amigos. Es el que ayuda. El que llama a los treinta y cinco minutos cuando te dice “te llamo en veinte,” es el que está ahí cuando la niña está enferma, es e

Carta a una Futura Mamá

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Es normal tener miedo. Valor no es no tener miedo, es enfrentarlo. Tú puedes. Venga lo que venga confía en ti, vas a poder. Sí. Lo sabes pero no lo admites. Te vas a equivocar. No trates de imaginarte perfecta. No te pongas esa meta porque es imposible cumplirla. Yo sé. Vas a sentir que se te viene el mundo encima, porque todos los mensajes que nos llegan nos empujan hacia vidas decoradas cual Architectural Digest. Pero nada funciona así. Martha Stewart tiene un tremendo equipo de producción, Demi Moore hace más de tres horas de ejercicio diarias, Hillary Clinton tuvo una sola hija y debe tener al menos dos asistentes personales más ve tú a saber cuántas secretarias. No vayas a entrar en plan “yo puedo todo y si no voy a ser implacable conmigo misma.” No vale la pena. No pelees batallas que de antemano están perdidas. Más bien concéntrate en las que puedes ganar. Recuerda que pensar en ti a veces es pensar en tu bebé. Que le transmites todo lo que sientes aunque ya no esté

Lo Dulce. Lo Dulce. Lo Dulce.

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El día que yo me muera no me comen los gusanos, a mí me despedazan las hormigas. Amo el dulce. Para mí la vida no existe si no puedo comer al menos una vez al día algo dulce. Lo mío son los postres, el azúcar, ese sabor entre cochino y glorioso del chocolate, una galleta crocante y una mordida a una torta esponjosa con su tope que parece nieve. Mi obsesión por los dulces es tal que yo los tengo clasificados. Cada chuchería tiene su momento, su ocasión especial, su lugar. Para una dulcera como yo una Susy no es una Susy en cualquier momento. Ni Cocosette sirve cualquier día de la semana. Por ejemplo, para mí Nutella es dulce de los domingos en la noche, y no es que me siento a comerla y ya. No. Tengo que estar viendo algo en la tele, pero algo light. O leyéndome un libro. Saco la cuchara repleta y voy comiéndomela poco a poco hasta que ya no queda nada. Cuando siento que terminé tengo que tapar el pote y meterlo en algún lugar. No lo puedo dejar cerca. Corro el peligro de

Ese mensaje que nunca debiste mandar

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El gran problema con este auge de las redes sociales, el SMS y el Messenger de los teléfonos inteligentes, es que sirven como archivo de nuestros momentos brillantes. Esos momentos en que se atravesó la nube negra, diste un paso con el pie izquierdo, chocaste contra el poste de luz, te cayó encima el parapeto y te electrocutaste. Sí. Ahora toda tu vida, tus aciertos, tus momentos de gloria y de tropezones de hierbas verdes en los dientes quedan en el muro de Facebook, en ese twitt desgraciado que retwittearon hasta sacarle sangre al pajarito, y ese mensaje que nunca debiste haber mandando se lo leen hasta el primo, “mira lo que la tipa esta me escribió. ¿Demencia o qué?” Todos cometemos faux pas con la lengua. En algún momento de nuestras vidas se nos salió el cursi, el agresivo, el amargado, el resentido, el deprimido, el fundamentalista, el bruto, el poco tacto, el inmaduro, el intolerante, el impulsivo, que todos llevamos dentro. Hay comentarios que uno nunca debió ha

La Koto, la piñata de palomas y el remedio asqueroso

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En sexto grado teníamos una profesora de inglés, una religiosa, que se llamaba Sister Katherine. Una pobre mujer recién llegada de Inglaterra a este verdadero valle de lágrimas y desorientación mental llamado Venezuela. Resulta ser que un día la Katherine regañó a una de las alumnas, ya ni recuerdo por qué. Molesta, la niña escribió en un hoja de papel bond SISTER KOTO y se lo dejó en su escritorio. Saliendo para el recreo conseguimos el papel, y nos dio una profunda lástima. El sufrimiento en los ojos de aquella monja que tenía pinta de haber escogido esa vida más por su fealdad física que por su amor a Dios era palpable, incluso para unas niñas de menos doce años. Hacerla sentir de manera tan directa que no la queríamos, era como mucho. Además, queríamos ahorrarnos el típico drama que generan las acciones anónimas en los salones de clase. La llamada de la sub-directora, el sermón, la amenaza de castigo colectivo, la circular a los padres, de nuevo un sermón en la casa.

El "Vete Mamá"y el Dejarlos Ir

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“From the moment I could talk I was ordered to listen. Now there's a way and I know that I have to go away.” Cat Stevens Father and Son No puedo dejar de pensar que la fotógrafa Sally Mann tiene razón. Luchas, preparas, sacrificas todo por otro ser que en esencia es tuyo, y lo haces por una sola razón, porque lo tienes que dejar ir. Esa es la parte más dura de este lío en el que uno se mete cuando trae al mundo un hijo. El otro día una amiga me estaba diciendo que una de sus mayores frustraciones había sido cuando a menos de los tres años de edad escuchó a su hijo decir las palabras: “vete mamá.” Yo la entiendo. En su primer día de colegio la Pioja no lloró. Me fui pensando egoístamente “¿yo no me merezco ni una lagrimita?” Fueron dos semanas en las que me dedicó miradas de desinterés mientras yo peregrinaba lentamente hacia la salida, y los demás padres luchaban con los gritos de los niños que no se querían quedar. Lo normal. Debí imaginar que digna hija

Dime quién eres y te diré si lees.

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En respuesta a comentarios y posts sobre el tema de ¿Cómo es el Chico/Chica para poder definirle como "que lee." El Chico que Lee. La Chica que Lee. Definámoslos de una vez por todas. ¿Cómo son? Él tiene pelo de jugador de futbolista argentino, medio largo, seguro usa lentes y carga un bolso que se cuelga como si fuera una banda presidencial. Lleno de libros por supuesto. Es profesor de literatura o todo lo contrario, es un físico, un matemático puro, pero es profesor. Da clases porque es muy callado, valga la ironía. El chico que lee está lleno de contradicciones. Es un poeta atormentado. Es tímido con los desconocidos, pero no tolera bien la bebida. Ella tiene lentes. Es amante de los animales. Estudió letras o arte. Pinta como los dioses. Sabe hacer Origami como si se llamase Makoto. No se pinta las uñas, ni usa aparatos de esos para alargar las pestañas. No usa tacones y le encantan las bragas. No es marimacha, porque hay algo que de ella que es pura feminidad

Tiempo para pensar sin pensar

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Aunque no tengo datos precisos me atrevería a decir que en promedio no tardamos menos de cuarenta y cinco minutos en llegar a nuestro trabajo. Quizás esa cifra es hasta conservadora. En la Ciudad de la Furia una gran mayoría está sometida al yugo de recorrer distancias cortas en grandes cantidades de tiempo. Dos y hasta tres horas para recorrer 20 km. Es una cantidad enorme de tiempo en la que el cerebro queda como en standby. Atrapados en un mar de luces rojas a uno le queda muchísimo tiempo para pensar, y no hay nada más peligroso que una mente ociosa. Cuando uno está ocupado no tiene tiempo para estudiar el número de patas que tiene el gato. En cambio, cuando la radio te atormenta una vez más con el “E-E” de Movistar, la cuña de Aires Acondicionados Coronet o una entrevista más en la que analizan el mapa electoral concluyendo que el futuro es incierto o lanzando una marca de traje de baños, uno se pone a pensar. Pensar. Pensar. Pensar. Pensar de todo. Sin pensar en nada

Bicentenario de 200 Razones

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Hubiese querido dar rienda suelta a toda la cursilería que hay dentro de mí para expresar mi amor por este país. Hubiese querido enumerar las doscientas razones por las que a pesar de lo que dicta la razón, la lógica, la prudencia y el sentido de la oportunidad yo sigo viviendo en Venezuela y no contemplo hacerlo en otro país. Me hubiese gustado contarles como me emociono, estilo Betulio Medina “cuando canto una gaita con orgullo y sentimiento,” o como me pongo pavosa cuando en ciertos momentos suena el Alma Llanera, porque ¡carajo yo nací en esta rivera del Arauca vibrador y a muchísima honra! También me habría gustado dejar un párrafo para decir lo mucho que me hiere cuando leo comentarios despectivos sobre Venezuela en portales como Facebook, sobre todo de gente que ya no vive aquí. Me lo tomo a pecho, me lo tomo personal y no me gusta, porque este país es mío y si te metes con él, te metes conmigo. Porque además me parece que golpear la patria es golpearse uno mismo, go