¿Por qué Dumbo?


Cuando le pregunto a alguien qué recuerda de Dumbo generalmente se va a esa imagen de la elefanta sacando la trompa a través de los barrotes de la cárcel, meciendo a su elefantico desolado y triste. Acto seguido te explican cómo la película le marcó, le traumatizó, dejando en su memoria esa idea de tormento materno-filial, en el que por primera vez nos proyectamos a hacia un personaje que no deja de ser literario por ser un dibujo animado.

Así es la buena literatura, la que duele, la que nos hace proyectarnos y activa algo en nuestro cerebro, que aunque consciente de que no somos un elefante de circo se identifica y hace que nos duela. Dumbo duele. Abre heridas.

Claro que como me dijo mi esposo el otro día, cuando horrorizada le dije “mi papá le está poniendo Dumbo a la pioja, ya la vamos a traumatizar” dentro de todo Dumbo no es tan grave, porque después de aquel horror termina con su mamá. Al final son felices, se vuelven a reunir y siguen adelante. En cambio Bambi no corre con la misma suerte. La pérdida de Bambi es irremediable.

A veces me pregunto si estas historias sirvieron para ablandarnos o para hacernos más abyectos. Amo la literatura infantil, y la considero maravillosa precisamente porque es dura. Está claro que cuando un cuento trata de ser rosado en exceso o trata de aleccionar demasiado al lector, intentando moralizar más que una homilía de Semana Santa uno se aburre. Se siente como subestimado. Pero a veces me pregunto, ¿Por qué que partirnos el corazón en mil pedazos?

Es el caso del Árbol Generoso. Uno de mis libros favoritos. Varias veces me puse con mi esposo a leerle a mi barriga. Me criticó todos los libros, con toda razón, pues había escogido ejemplares de regulares a malos. Esos en que tiernas ovejitas brincaban entre nubes, botaban una lágrima y terminaban en una cajita de sueños, buscando aleccionar al lector como si fuese un deficiente mental, con el mensaje “irse a dormir es bueno.”

“Tú me vas a perdonar” Decía apuntando hacia el micrófono imaginario en mi ombligo. “Pero esto que te escogió tu mamá es una …” Ok. Dije. Ahora vamos a traer artillería de la buena. Al terminar de leer el Árbol Generoso la reacción no se hizo esperar. ¿Por qué? ¿Por qué hacemos esto? ¿Por qué leer esto? Qué duro. Qué fuerte. Maravilloso.

Ciertamente hay algo dentro de lo desgarrador que nos lleva directo al mundo de lo maravilloso. El Rey León se convirtió en un clásico desde el segundo en que el mono (no recuerdo el nombre ni la especie me disculpan) levantó al pequeño Simba y se escuchó el “Acuemba-abaki-chibabó” o como se escriba. Desde ahí casi lo presentíamos, el destino de este cachorro va a ser tan emocionante como trágico.

Es que hay algo en la tragedia que pareciera que enviste al protagonista de responsabilidad. Es como si fuese la marca de lo inevitable, se tiende a despreciar la vida fácil. A veces no sé si es que nos quieren convencer de que tenemos mucha suerte, o de que al final del día todos tenemos un destino marcado por algo, por la mano de la maldad que bien puede provenir de nuestros pares, o de alguna desafortunada circunstancia que simplemente no pudimos dominar.

Con películas así a veces me dan ganas de buscar el borrador de la historia y escribirlo todo otra vez. De arrancarle el guión a Disney y poner una escena dramática, pero alterando al final para destruir toda sensación de desasosiego, para escribir un final feliz, donde todo esté en orden y sólo los malos salgan perdiendo.

Sin embargo la vida no es así. Se sueñan pesadillas con los ojos abiertos, se cae en abismos, se toman caminos equivocados, el pasado queda atrás y no hay oportunidad de volver. ¿Está ahí la moraleja de Disney? ¿Es que hay una moraleja?

Tal vez no haya nada. Tal vez todo es tan sencillo como que Mufasa se muere, pero encontramos a Nemo. Ariel se tiene que separar de sus padres, como se separaron quienes dejan su tierra para irse a otro país, porque aunque tengas Facebook y Blackberry y te metas en Skype todos los días, nada es lo mismo. Y a veces la vida es así. Las mamás se van y los papás se quedan, y vice-versa.

Los finales son todo menos lo que planeamos, lo que queremos. A veces los presentimos, pero no podemos controlarlos, ni en la vida real, ni en las películas. Me imagino que esa será la explicación que daré a mi pioja cuando me haga la pregunta inevitable: ¿por qué mami?

Comentarios

Isa ha dicho que…
Creo que eso de que muchas veces no podemos controlar el final es tremenda lección. Si yo hubiera aprendido eso de chiquita, me habrían dolido menos algunos coñazos (disculpa el francés)

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