Adicta al Chocolate


Me acabo de comer como 12 Torontos. Creo que lo puedo decir con propiedad: Soy adicta al chocolate.

Todo empezó en cuando era apenas una niña. En mi casa hacía brownies que mientras estaban en el horno impregnaban todo de un olor dulce, que me llenaba por dentro. Se me abría el apetito. No podía esperar a que salieran. Siempre lloraba para que los sacara, aunque no estuvieran listos. Al menos no según la receta. Entonces quedaban mojaditos por dentro. Parte de la masa aún derretida. Gloriosa. Calientes y todo me los comía. Siempre me amenazaban con que me iba a dar dolor de estómago. Jamás me dio. Mi estómago es de piedra.

A mí me gusta todo lo que sea de chocolate. Hecho en casa. Prefrabricado. Envuelto en papel. Horneado. Helado. Torta. Ponqué. Marquesa. Brownie. Muffin. Galleta. Con chispas de chocolate. Con sirop de chocolate. Con lluvia de chocolate. En tableta. En tamaño industrial. En tamaño mini. Relleno quizás no tanto, pero chocolate sigue siendo chocolate. En bebida caliente. En bebida fría. Merengada. Tody. Swiss Miss. Con Marshmellows. Sin azúcar. Con Splenda. En Fondue sobre unas frutas. En finas láminas. Carré. Trufas. Como amo las trufas. El postre si no es de chocolate es algo dulce pero no es postre.

Yo como chocolate cuando estoy sola. Cuando estoy triste. Cuando me siento flaca, porque me doy permiso. Cuando hago ejercicio porque me lo merezco. Cuando me siento gorda porque qué carajo, la vida es muy corta. Cuando quiero celebrar, porque si uno está feliz tiene que vivir a pleno. Qué mejor forma de hacerlo que con un chocolate. Lo comparto, sobre todo si estoy en un restorán. Lo pichirreo si es difícil de conseguir. Lo regalo porque sé que es algo que nunca falla. Me fascina que me lo traigan de sorpresa porque siento que el que lo hizo, lo hace con cariño. Sabe lo que me gusta.

Los saboreo. Lo muerdo poco a poco. Lo paso por toda la boca. Lo trago con cuidado. O me lo como en cantidad. Uno tras otros. Sin pensar tanto en lo que tengo en la boca, sino en lo que viene después. Me encanta verme al espejo y ver un bigote marrón. Para comer chocolate. Para disfrutar chocolate, hay que tener un niño adentro. El que come chocolate, no tiene prejuicios. No tiene pretensiones. Disfruta la vida. Es un poco más feliz que quien se priva.

En caja. Por kilo. Derretido. Frío de nevera. Congelado en un postre. Hirviendo. Cocinarlo. Comprarlo. Guardarlo como si fuera un vino. Nutella. Pocas cosas superan la Nutella. Helados. Dos bolas de helado marrón. Divino.

Yo sueño con una piscina gigante llena de chocolate. Allí me voy a tirar. Me voy a lanzar. Voy a nadar, y a ser feliz.

Yo amo el chocolate. Y sí. A lo mejor tenga un rollito más por ahí. Un talla más en el pantalón. Algo más rellenita que la de la portada de la revista. Pero cuando uno tiene en la boca un chocolate divino que se funde. Que calma cualquier angustia. Que anima cualquier celebración. Que nos recuerda que este mundo tiene sensaciones que aceleran el alma. Como vale la pena. No lo cambio por una barriga de tabla. Más nunca.

 

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