Defendernos
Somos un país cansado. Confundido. Totalmente paralizado. En
la calle lo que se respira es una angustia que entra por los poros. Ya uno no
sabe dónde empieza la sensatez, y donde se entra a la locura. Todo parece una
mala decisión. Cualquier paso parece en falso, porque caminamos en el abismo,
en el aire, en la caída libre que comenzó hace más o menos un año. En algún
lugar entre la muerte de Chávez y las elecciones que nos arrancaron. En algún
lugar entre la promesa de que las cosas no se iban a quedar así y que nos iban
a dar una respuesta, y la escasez brutal de dólares que hace que vayamos
entendiendo lo que es la desesperación.
Basta con ir a un mercado. El nivel de tristeza, de miedo,
de incertidumbre es tan grande, que ya no hay metáforas ni recursos para
describirlo. Uno no sabe con qué se va a encontrar. A veces una cola, a veces
no hay cola, a veces te llevas una caja, otra sólo es uno por persona. A veces
la gente está de mal humor y con ganas de protestar, otra es un silencio que
muchos toman como resignación, pero no lo es. Incluso los que no quieren protestar no están resignados, más bien están como perdidos, como si de pronto
nos hubieran dejado en medio del desierto y nos hubieran dicho que tenemos que
salir corriendo. ¿Para dónde corremos?
Uno ve en las caras de la gente y la desesperación es palpable.
Nadie es acostumbra a esto, y lo que a veces pareciera el silencio del apaciguamiento, es más bien el rumor de una
ansiedad que pareciera que está por despertar un monstruo terrible. Es que como
seres humanos nos han tocado en lo más profundo. Nos han tocado las raíces de
eso que nunca supimos que teníamos, la
patria. Irónicamente tras un slogan vacío que intenta convencernos de que la tenemos nos han ido enseñando a entender los colores de la bandera y las estrofas del himno nacional. ""¡Abajo cadenas!" "Compatriotas fieles la fuerza es la unión" "gritemos con brío muera la opresión". Aprendimos la opresión. La opresión en todos sus sentidos, desde los presos políticos, hasta la que sentimos en este extraño cerco a los medios, cuya libertad hemos visto como se cuela como agua entre las manos. A diario tenemos que enfrentarnos
con el muro de contención tras el cual han quedado aquellas cosas que marcan
nuestra identidad nacional. Empezando por la Harina PAN. En todos lados la polarización política ha venido a
mancharlo todo con sus tintes de intolerancia, y estamos agotados.
Estamos tan cansados que ya no sabemos qué es una opinión
coherente y qué no lo es. Ya no sabemos qué opción política realmente tiene un
fundamento y una posibilidad y cuál no la tiene. Queremos salir de esto pero la
salida no está clara. ¿Cómo sales de un desierto? ¿Cómo sabes qué es un
espejismo y donde está realmente el océano?
¿Y ahora qué? ¿Quiénes somos? No sabemos. Y sin identidad
cómo sabremos a dónde ir. Hemos perdido la capacidad de intercambiar ideas, de
tolerar, de escuchar, y no sé si nunca supimos pensar. Nos hemos vuelto un país
paralizado de miedo, desconfiado, que ve un vendido, un espía, un invasor en
cualquier persona que salga adelante con una idea. Estamos siempre esperando a que
un político se burle de nosotros, nos utilice para unos fines de poder que ya
ni entendemos, a veces sin pensar que la cantidad de anónimos que han usado
esta coyuntura para llenarse los bolsillos y salir corriendo con lo que es
nuestro, y dejarnos tan pobres no sólo en lo material, sino en lo moral.
Somos un país que no le hace falta ir a un paro. Estamos
parados. No se consigue nada, un tornillo, una batería de carro, un pote de
pintura, una resma de papel, un litro de leche, una medicina para la
hipertensión, un hilo de sutura, un pote de jabón líquido, una crema para el
cuerpo, un limpiador de pisos, un solvente industrial, un reactivo para ciertos
exámenes de salud, un teléfono celular, tinta de cualquier tipo, papel
fotográfico, cualquier cosa que a uno se le ocurra de pronto es un lujo, no
aparece, sino para aquella persona que sabe cómo moverse, que tiene suerte. Es
como si no viviéramos en la modernidad, de pronto es como si fuésemos
cavernícolas con caminos asfaltados.
La desesperanza de no saber qué teoría comprar, si la optimista, o la pesimista o la del medio, si es que el barco se hunde o sale a flote. Y mientras tanto la vida sigue, y tenemos que buscar alguna forma de
seguirla viviendo. Y lo que es más, tenemos que asumir nuestra responsabilidad
en todo esto. Tenemos que asumir que el miedo es libre, pero vivir con miedo no es vivir en libertad,
que la realidad es tal vez más dura de lo que queremos aceptar pero que el
primer paso para cambiarla es aceptarla. Que llegó la hora. Que esto huele demasiado
a que el fondo del barranco está cerca y tenemos dos opciones, o ayudamos a
inflar el paracaídas o nos vamos a estrellar contra el suelo.
En qué se traduce el sacar el paracaídas depende de la
conversación que cada uno tenga con la almohada. O mejor dicho, de la
conversación que cada uno tenga con la historia. Creo que llegó el momento de
preguntarse qué hicieron los padres de la patria cuando comenzaron este país.
Qué hicieron los padres de otras patrias. Esa a la que tal vez nos gustaría emigrar.
Porque este es un país que está naciendo o muriendo, y creo que todavía tenemos
chance de ponernos del lado de los parteros, pero tenemos que asumir el reto. Escoger la voz que suene más cónsona con el eco de
lo que nos dice nuestro corazón de ciudadanos y aferrarnos a ella. Con
valentía. Con entrega. En mi caso esa voz está con los estudiantes. Es lo que
me dice la historia y el corazón.
Somos un país parado y golpeado. Creo que llegó la hora de
aprendamos eso que habíamos olvidado por la comodidad de tantos años de
creernos la democracia que no éramos. A defendernos.
Comentarios