Tomás: El Schnauzer Miniatura

Schnauzer miniatura. Supuestamente sal y pimienta. Así lo anunciaban los clasificados en los que leí que su camada estaba en venta. No. Tomás es un perro gris, y cuando está recién afeitado y bañado, es plateado.

Su cola es como una antena pequeña, que está esperando cualquier señal para moverse, meterse o quedar totalmente paralizada. Sus orejas puntiagudas, son las de un Dr. Spock del mundo canino. Y su barba, es una barba de intelectual. Bigotes de pensador. De sabio que tiene la verdad en la mano.

Y esa es la actitud de Tomás. No es el perro común. Y a veces, si uno se le queda viendo a los ojos, puedes distinguir en el fondo de su peculiar y penetrante mirada, un gato.

Tomás se acerca sólo a quien quiere. Sólo si lo tratas bien y si pasas, las diferentes pruebas que él tiene para catalogar a los humanos en su complicada mente. Vive aquí porque yo me quedé con la custodia después de mi divorcio. Es un perro totalmente traumatizado por haber absorbido la rabia y frustración de una relación fracasada.

Es un perro totalmente egocéntrico. Lo que más le importa en la vida es comer. Ahí sí no importa quién seas, ni qué estés haciendo en esta casa. El se acerca para implorarte con la mirada que compartas, un pedacito de tu comida con él.

Come comida de perro. Sin duda. Galletas, orejas de cochino, que engulle como si fuese un Mastín Napolitano de 70 kg. Se las come más rápido que Astro, que tiene cinco veces su tamaño.

Come toda clase de frutas y verduras. Es raro ver a un perro desesperarse por un pedazo melón, o montarse en una silla para tomarse al agua de la lata de palmitos que quedó sobre la mesa la de cocina. Lo único que Tomás desprecia, porque todos tenemos algo que no soportamos, es la lechuga y las galletas de soda.

Como toda “persona” está llena de contradicciones. Es un tipo casi soberbio en algunas cosas, pero a la vez muy sumiso. Le tiras una pelota y cualquiera de los otros perros, conocido o no, viene y se la quita. Él se le queda viendo como el más tonto de la clase.

Lo mismo pasa con la comida. Con el agua. Si él está comiendo y alguien se antoja, lo empuja y él se hace a un lado. Se queda viendo con las orejitas hacia atrás y el rabito metido como se quedan con lo que es suyo.

Tomás no puede dormir en piso. Lo más que acepta es dormir en sillón o sofá. Si no al día siguiente no vale medio. Él no se considera perro como los otros. Él siente que es algo más. Y tampoco es de levantarse temprano, si le prendes de la luz antes de las 6:30 se le caen los párpados, te mira con desprecio y bosteza cada tres minutos. Eso sí, no te puedes pasar de las 7 porque se hace pipí enfrente a la puerta, y te pone cara de “Explícame el esfínter que aguanta más de 8 horas, la culpa es tuya my homo sapien friend.”


Siempre he dicho que la antena que tiene en la cola sirve para predecir el tiempo. Porque Tomás es mejor que cualquier servicio meteorológico para pronosticar las condicionas climáticas.

Todo sucedió un día, cuando todavía vivíamos en Texas. Estábamos él y yo sentados frente a la tele. Afuera, la tormenta daba miedo. Los rayos eran como de esos que puedes ver a lo lejos dibujando un camino zigzagueante, como si fueran el rayo láser de Dios.

En una de esas uno cayó justo afuera de nuestra casa. Fue más bien un pequeño terremoto. Todo tembló, y Tomás, que estaba acurrucado a mi lado, pegó un brinco y se hizo pipí del susto. De allí en adelante, nada más la lluvia lo pone a temblar.

Hay que darle más calmantes que los que mataron a Elvis Priestley. Y con todo y eso, el tipo sigue temblando y parece no tranquilizarse. Aunque cuando el miedo pasa le hacen efecto y duerme como diez horas seguidas.

Uno sabe si va a llover porque él se sienta al lado de tus pies y pone cara de consternado. Orejas hacia atrás. Mirada perdida. Respiración agitada. Si además empieza a llorar, quiere decir que lo que se viene es una lata de agua. Y si se esconde, o empieza a caminar de un lado a otro, entrando y saliendo de los cuartos, sin hallarse en ningún lado. Entonces lo que vienes una tormenta padre. Lo que más lo calma es que te arropes con él y le tapes la cabeza, y lo abraces fuerte.

Tomás no se puede llevar mucho a pasear, porque tiene cero autocontrol. Les ladra a todos los perros. Y ladra como una foca. Pegado, continuo, como si le hubiese quedado el disco pegado. Te rompe los tímpanos y desespera a todo el mundo.
De repente ve un perro y sale corriendo sin que le importe nada. No te escucha, no se para. Le ladra a Chihuahuas y a Dobermans, a mastines, a Poodles, a Beagles, a Pitbulls. El cree que podría fácilmente con cualquiera. El es Schnauzer, miniatura, pero se ve en el espejo y ve un Gran Danés. Debe ser algo de las orejas.

Y su otra obsesión son las motos. No puede escuchar el sonido de una moto, porque se vuelve loco. Quiere correrles al lado, como si fueran el toro y él el torero, pero su meta es que el conductor lo monte y lo paseé. Si alguien viene a esta casa y viene en moto, él lo sabe y no se le despega a esa persona. Y no se olvida.

Tengo amigos que tienen moto y cuando vienen, así sea en carro, o a pie, el igual se pega como diciendo “yo sé que tú tienes una moto, y yo también soy un patotero.”

Es un perro extraño Tomás. Pero noble. Muy noble. El minino canino. El perro egocéntrico. El perro gris, que si me ve llorando se esconde debajo de mi cama. Celópata que no se lleva con mi esposo. Los dos no se hablan, no se determinan, cuando uno llega el otro se va. Y cuando nos montamos toda la familia en el carro uno siente la tensión de ambos.

Tomás. Un perro de gran personalidad, que no le importa el resto del mundo. Pase lo que pase, el sigue siendo él mismo, y el mundo que se joda. Creo que si pudiese nos diría que su lema en la vida es “Cada quien que haga de su culo un florero.” Como me dijo un amigo el día que lo vio por primera vez “ya entiendo por qué, lo quieres tanto.”

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