Día 8: Un Asunto de Honor


El Disco del Día: Missplace Childhood de Marilion


En sexto grado me copié en un examen de matemática. Empujé mi pupitre. Moví los pies. Hice una seña y mi compañera de al lado entendió que le estaba pidiendo la dos. Entonces a la velocidad del rayo ella soltó una cantidad de números que yo, con esos talentos sobrenaturales que uno desarrolla en momentos de estrés, los entendí perfectamente y los anoté. Entonces vino un grito. Como un chillido de terodáctilo.


- Miiiijaaaaa. Flas Gordon se quedó soquete. (Se refería a Flash Gordon, pero la maestra hablaba así).


No nos quitaron el examen. No nos regañaron. Ni quiera nos pusieron una marca roja. No pasó absolutamente nada, como suele pasar cuando alguien se copia en un examen en este país. No fue el único examen en el que me copié. Sexto grado no fue un buen año para mí. Al final de ese año me había copiado en varios exámenes. Una monja que teníamos como profesora de inglés me acusó con mi mamá. Suena demasiado a Kiko Botones pero así fue.


Fue una vergüenza. No me castigaron. Pero las cosas que me dijeron y la cara que me pusieron mis papás, se me quedó grabada. Tan grabada, que en todo bachillerato, cuando el descontrol de las copiadas y las chuletas agarra el nivel máximo, yo fui incapaz de hacerlo. Recuerdo una vez, en tercer año. Una amiga atrás mío me decía "por favor, te lo pido por favor, vamos a intercambiar respuestas. Te lo pido." Y yo no pude. Me sentí como la peor de las extremistas. Pero desde sexto grado me había quedado claro que cualquier actitud deshonesta en un examen era antes que nada algo que yo hacía contra mí misma.


Al fina, me decían mis papás, lo sabes tú. Y con eso es suficiente. Engañarás a la maestra, a la que pasa las notas, a la universidad en la que vas a estudiar. Pero tú lo sabes. Esa nota no es tuya. No te la ganaste. No la obtuviste limpiamente. El papel dirá 20, o 16 o hasta 10. Pero no sabes nada. ¿Te crees muy inteligente? Piensa otra vez, porque si no puedes responder sola las preguntas de la hoja. No sabes nada. Y además, me dijeron, no creas que es una exageración el decir que ese tipo de cosas no se compara con robar dinero, o discos de una tienda, o zapatos, o medicinas, o tracalear al aguien, porque al final de día te estás apropiando de algo que no es tuyo.


Sí. Mi visión en cuanto a copiarse en un examen siempre extremista. Y me dio dolor no ayudar a mi compañera. Pero realmente no quería enfrentarme de nuevo a la cara de mis papás. No quería enfrentarme a mi almohada. Lapidaria. Destructora. Incapaz de decir las cosas con edulcorante.


A medida que bachillerato fue pasando me di cuenta que copiarse no significaba nada. Más bien. No copiarse era ser un tonto. No dejar que otros se copiaran era ser de lo peor. Yo fui de lo peor. Y parte de mí, está tan acostumbrada a la regla principal de esta sociedad bananera, que es romper todas las reglas o al menos doblarlas hasta dónde sea posible, que yo a veces recuerdo mi forma de ser tan estricta y la juzgo exagerada. Pero lo cierto es que en el fondo no está mal. Y a quien más juzgo es a todos los profesores, a los directores, a los padres, que nunca hicieron nada por enseñarles a sus hijos que copiarse está mal.


Parece una tontería. Pero si en tus años de formación te acostumbras a que puedes hacer lo que te da la gana, a buscar atajos vía deshonestidad y mentira para conseguir lo que quieres y apropiarte de cosas que no son tuyas, cómo vas a pretender que como adulto verás las cosas de otra forma. Hoy en día como profesional he visto cosas terribles. No sólo a nivel de empleados públicos, como las secretarias que te dicen en un tribunal "póngamelo en la gaveta," para que les pases una suma sin la cual no te dan una copia certificada de un documento que es tuyo. O como el policía que acepta dinero a cambio de no multar a alguien que infringió una norma de tránsito. También he visto horrores a nivel privado. Comisiones. Licitaciones terriblemente mal llevadas. Y además gente que por el camino te aúpa a que te comportes de esa manera. Que te dice, que de otra forma es imposible surgir. O te quiebras o te rompes.


Yo sigo igual. Ciertamente a veces he perdido frente al que está dispuesto a hacer cosas que mi conciencia y mi estómago no toleran. He visto con horror como gente ha llegado a plantearme dilemas morales, sin tomarlos como dilema, cosas como "pero ya va, yo estoy dejando que él agarre la comisión, pero yo no la estoy agarrando. Es él. Yo se la voy a dar. Eso es todo." El que da amigo, también está participando. Por donde usted lo vea. Lo grave es hacerlo sin darse cuenta.


El honor, ya no significa nada. Antes la gente te decía "Palabra de Honor." Y era algo serio. Empeñar el honor era algo que contaba. Era algo importante. No nada más de novelas de caballería en las que el protagonista está loco. O de un mundo rosado y utópico. Y todavía hay países en los que si te copias, y te descubren, estás fuera de esa institución. Y peor que quedarte sin el título es la mancha, el deshonor. Porque sobre los hombros de esos educadores no queda que dejaron pasar a alguien que más allá de que supiera, mucho, algo o absolutamente nada de la materia, trató de quedarse con algo que no era suyo.


Ser un tramposo es algo realmente fácil. Y cuando el entorno se presta para ello. Cuando si no lo eres más bien se burlan de ti. Cuando no se te premia, sino que más bien se te castiga, porque al fin y al cabo cuando en Roma hay que hacer como los romanos, más difícil la cosa todavía. Yo siempre será come flor e idealista. Yo creo que en el fondo, estamos hartos de esta sociedad en la que los vivos están haciendo de las suyas. En la que no hay valores, ni respeto, ni integridad, ni palabra.


Yo terminé graduándome de bachiller en Estados Unidos. Regresé a mi país y me tuve que enfrentar a una de las peores cavernas del sistema. El Ministerio de Educación. Me convencieron de que la única forma de revalidar mi título sería pagando por ello. Le pagabas a una gente, ibas a una casa, allí tomabas unas pseudoclases y hacías unas pruebas fraudulentas, que ellos entregaban al Ministerio y luego te traían tu título firmado. Yo fui a tres clases. A la cuarta le dije a mi mamá, "como que no te acuerdas de sexto grado, porque así no podemos. O yo lo consigo derecho, o no lo consigo."


Me fui al Ministerio y como me negué a pagar. Como me negué a entregar lámparas, tostadoras, o a poner dinero en la gavetica, me condenaron a un año y tres meses de presentar exámenes los sábados por la mañana en el Liceo Andrés Bello. Fui presentando, cada quince días, materia por materia. Me rasparon en matemática de quinto año y cuando por fin terminé todo tuve que esperar seis meses para que alguien corrigiera mis exámenes de latín.


Al final lo logré. Una de las funcionarias que firmó mi título me veía con odio como el que he visto pocas veces. Peor para ella. Mi título es mío. Mi lección es mía. Fue un asunto de honor. No quebrarse siempre lo fue.


De vez en cuando me asalta la duda, ¿será que estoy equivocada? Pero no. Yo a mis hijos los educo así. A que sepan que ser honesto es un asunto de honor. Y que ser fiel a eso es lo más importante en la vida. Pues si no eres fiel a ti mismo, no tienes nada.

Comentarios

Ora ha dicho que…
Yo soy igualita, Manu. Me he peleado con fiscales para no pagarles, y he retado a profesores que han querido intimidarme para conseguir dinero. Una vez uno me dijo: a mí nadie me pasa. Le dije: pues yo voy a ser la primera. Estudié muchísimo, y ese día fui asustada,pero no se lo demostré. Saqué 16. El profesor me buscaba de última, para asustarme (donde estaban los que tenían menor nota). Yo le decía: busque en los primeros, y me ignoraba. Cuando me entrego el examen con 16, su cara fue mejor que la nota.
No puedo con la corrupción y me niego a formar parte de ella. No he tenido que pagar por ningún trámite y no lo haría. Me ven raro, me dicen "pendeja". Pero prefiero ser pendeja que corrupta.

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