No es fácil ser el Niño Jesús
Una
de las cosas que me preocupa de la maternidad es cómo hacer para que mis hijos
no se den cuenta que yo soy el Niño Jesús. Soy terrible guardando secretos.
Sería la peor espía del mundo. Soy demasiado obvia y todo se me nota. Hasta el
año pasado fue fácil, porque como no se daban cuenta más o menos podía mantener
mi desorden habitual con el papel y los regalos mayores consecuencias. Clari
ya está más grande. Es detallista y tiene buena memoria. Ya no está para los
descuidos de su madre, y sé que si me equivoco me va a preguntar, mami, ¿por
qué tienes el mismo papel de Santa? Y por más creativa que sea mi respuesta no
aguantará mucho.
Adicionalmente, hay un tema que no vi venir. Es que ellos hacen una lista, a veces la
lista tiene cosas imposibles, estilo, un cababallo que vuele y que sea como My
Little Pony y Pricen Twighlight o algo así que yo no sé muy bien qué es, otras
es un perrito para mí, un perrito para mi hermano, y otras ella hace su lista
imaginaria que es propia de la sociedad consumista, me la hace saber por
ejemplo camino al colegio, mami quiero que le pidamos al Niño Jesús, una pijama
de Sofía, una Pijama de la Doctora Juguetes, una Pijama de TInkerbell, una
Pijama de My Little Pony y una Pijama de Peppa. En fin, que ella quiere pijamas
de personajes favoritos y yo no le puedo responder lo mismo que le respondo en
las jugueterías, Clari no podemos comprar todo. Aunque sí le dijo, hija el Niño Jesús no va a poder con todo eso, ¿por qué?, porque entonces no queda para los otros niños. Me gusta que piense en los demás, yo creo que aquí hay un tema para el ser humano en el futuro. Y lo hago como puedo. No me preocupo porque quiera cosas para ellas, como se puede ver el sistema se encarga de eso sin que uno haga nada. Mi chiquito es más fácil, él dice que quiere un tren, grita chúuuu chúuuu y hace un gesto con el brazo como tirando de un cordel.
Debo
decir que finalmente la lista que hizo Clari fue bastante modesta, y además pidió el tren para su hermano cosa que me enterneció. Cinco cosas,
de las cuales una sola es un juguete grande, y no sé qué hacer con él. Es un
artefacto para pintar el pelo de Barbie, algo así como Barbie destellos de
color. En realidad ni lo he visto, ni sé cómo se llama, sólo sé que ella ve la
propaganda, y se emociona. No me importa que se pinte el pelo. Pero no sé
cuánto cuesta, es decir no sé si va a estar fuera del presupuesto, ni si a lo
mejor va a ser algo demasiado sofisticado para su edad, lo que quiere decir que
no se lo voy a comprar, porque tampoco voy a botar la plata.
Me
queda otra cosa, y es hasta qué punto se mantiene la ilusión y las ganas, si
Santa te falla. Sí. Yo sé. Si me hubieran preguntado antes de tener hijos mi
respuesta hubiese sido otra. No lo habría pensado mucho. Después de todo,
vivimos en un mundo devastado, vivimos en un país que se cae a pedazos, qué
puede importar que le de una Barbie pequeña y punto, Santa o el Niño Jesús, o
los Reyes o quién sea que es la figura que hace magia en navidad. Sin embargo,
yo creo que los sueños son importantes para los seres humanos. Incluso esa
magia fabricada. Esa magia que sabemos que no es magia, que a medida que
crecemos vamos viendo que nosotros mismos somos capaces de hacer.
Y cuando te conviertes en padre, la perspectiva te cambia. Ya no ves las cosas de la misma manera. La vida es otra.
Hablando de sueños. Yo
confieso que cada año escojo un regalo para mí. Lo envuelvo y soy mi propio
Niño Jesús. No se trata de saber o no quién me lo da. Es el hecho de tenerlo
allí. De mantener la ilusión, de que por una razón u otra eso llegó a mis
manos. Porque me esforcé, porque lo soñé, porque me lo dije desde agosto o
desde septiembre, este año en diciembre quiero esto. No es nada grande, casi
siempre es un libro, un libro del Zorro Rojo o de Edelvives, ediciones
ilustradas que leo con la ilusión de una niñita. Son mis cuentos. Mis adorados cuentos. Un año fue mi primera novela. Impresa en centro de impresión común. Y allí está. Bajo este escritorio. No la voy a publicar, como tampoco creo que quede un registro de los primeros entrenamientos de un deportista. Eso es lo que fue. Un entrenamiento. Y sirvió. Porque la segunda que estoy a punto de terminar es mucho mejor.
Yo
recuerdo la emoción con que abría los regalos de niña. Esa emoción de saber si
en algún lugar había alguien que había leído tus deseos. Porque hay otros, que
no tienen nada que ver con lo material, o que sí tienen, pero en otra escala,
que uno también quisiera que alguien escuche. Creas en lo que creas. Yo por
ejemplo soy muy espiritual, pero creo que no hay regalo del cielo si no hay
trabajo en la Tierra. Mi mamá siempre repite: a Dios rogando y con el mazo
dando. Sin embargo, tengo en mi mesa de trabajo distintos amuletos, por
llamarlos de alguna manera, que me recuerdan mi Fé, mis lugares de donde saco
la fortaleza, símbolos que están ahí para
recordarme lo que llevo dentro de mí.
Entonces
pregunto: ¿qué hago? Hasta dónde llega el esfuerzo para darle lo que quiere, y
cómo le hago entender que a veces eso no es posible. Lo que no quiere decir que
nadie te esté escuchando. Es entonces cuando va a aprendiendo que educar,
formar, no es un camino fácil, porque no sólo tienes que enfrentarte a decir
que no y lo que conlleva en términos de rebeldía, sobre todo para mí, (mi hija
es muy obstinada, desafiante, incluso así ha sido diagnosticada, y supone un
gran esfuerzo llevarle la contraria), sin embargo, hay algo que no pensamos, y
es que por más que sea necesario, es verdad que en cierta forma les vamos rompiendo
el corazón. Y esa es la única forma de crecer. De hacerse fuertes. Uno quisiera
resguardarlos de todo dolor, pero ni se puede, ni es bueno, y vamos a estar
claros, tampoco es realista.
Toda
esta reflexión por un juego de colorantes para el pelo, que aún no sé si podré,
ni querré comprar, para entregar como caído del cielo. Ni hablar que otro tema
de debate es limitar la chuchería y dar una sola cosa importante, como un juego para
aprender, lo que conlleva otra discusión, qué tan pequeños están nuestros hijos
para aparatos electrónicos, (diseñados para ellos nada de un iPad, demasiado costoso y delicado aunque respeto a los padres que los dan), cómo cambiarán las pantallas sus vidas, las
nuestras, ¿qué reglas vamos a imponer en la casa?, ¿qué tanto podemos oponernos al futuro? ¿no será mejor ir adaptándonos? porque de vez en cuando nos
damos cuenta que nos volvemos esa familia en la que cada quien tiene su cabeza
enterrada en una pantalla. Y no puede ser. Esa no es forma de vivir. Y yo
reconozco, autora de blog, twittera y promotora de lectura en redes sociales,
que el primer esfuerzo tiene que ser mío.
Suena
muy fácil. Pero esto de mantener equilibrio entre ilusión y desilusión. Entre
sueño y realidad. Entre lo es y lo que quieres que sea. Entre lo que es mejor
para ellos y lo que ellos quieren. No es fácil. Sobre todo cuando el
malabarista es uno.
No
es fácil ser el Niño Jesús.
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