De regreso a la cocina
Mi relación con la cocina es profunda. En primer lugar
porque la gastronomía es una de mis pasiones. Amo comer. Mis recuerdos de
infancia están llenos de escenas en restaurantes, y de momentos que en que
compartí con mi familia almuerzos y cenas exquisitas. Así que cuando ya tarde
en la adolescencia me dio por cocinar fue casi lógico. Yo tomé la
cocina y poco a poco pasé, de la galletas de chocolate chip las cuales vendía en navidad y el Cheesecake americano clásico, cuya receta viene en el
empaque del queso crema Philadelphia de Kraft, al Pastel de Polvorosa con mariposas dibujadas en la masa. Hice de todo durante mucho tiempo, menos
hallacas, y lograba cocinar cosas exquisitas. Lo único que siempre me quedaba
dudoso, por alguna razón que no logro entender eran el café y el arroz.
Recuerdo que una vez un amigo colombiano que fue a mi casa
aceptó mi oferta de un cafecito, y cuando lo probó me lo devolvió diciendo,
“ay usted me va a disculpar pero es que este café está horrible”. Yo no me ofendí.
Primero porque era verdad. Segundo, porque nadie se puede molestar cuando
le dicen las cosas en acento colombiano, tan elegante, con esas "S" largas y el usted.
La cocina se convirtió en un lugar importante para mí en otro aspecto, y es que era sitio en el
que yo sentía que hacía las cosas bien. Yo siempre he leído, pero la escritura
no me llegó temprano en el la vida, digamos que fue llegando sola, más tarde. Durante mi adolescencia y adultez temprana era de esas
personas que no sabía bien qué quería hacer, o lo que es más, para qué estaba
en el mundo. La cocina me hacía sentir poderosa.
Que podía crear algo. Y además algo que se podía comer. La verdad es que
la sensación de plenitud es maravillosa.
Luego hace unos años dejé de cocinar. Sufrí un trauma en una
cocina. En una vida en la que la cocina, como ya les comenté, jugaba una parte
fundamental, y esa persona que hacía un pavo delicioso, un puré de papas para
morirse, el risotto, las alcachofas al grill, las cremas de tomate, de
calabacín, de zanahoria. Esa persona se me volvió alguien casi ajeno. A veces
pienso en ella y me digo, aunque vivimos la misma vida y teníamos el mismo
número de documento de identidad nacional, no éramos la misma persona. Quise borrar esa persona y esa vida, y por allí se me fue la cocina.
Entonces llegué a esta vida y ya no pude cocinar más. Todo
me salía espantoso. Mal. Incomible. Feo. Desagradable. Como que no le
ponía el corazón, o más bien le ponía miedo, presión, le ponía algo negro al
acto de cocinar, tal vez el bagaje de esos traumas, de esa vida que no era mía,
en la que creí ser feliz pero realmente no lo era, sobre todo porque no era
libre. Esa vida que tenía antes de tener una voz, y que seguro tantas personas
han vivido, o tal vez todavía viven, y a quienes les quiero dedicar algo de mi
trabajo de ficción. Porque ahora entiendo que si hago esto es porque tengo que
decir algo, y tengo un mensaje para aquellos que cuando se levantan lo hacen
porque tienen que recordarse a sí mismos que la vida continua y que en algún
momento van a encontrar la razón.
El caso es que en estos días he ido recuperando poco a poco
mi deseo de cocinar. Hace un par de meses estuvimos de viaje con unos amigos, y
una de mis amigas cocina, de hecho cocina profesionalmente, y la verdad, verla
con esa pasión me inspiró. Estar en una cocina que sentí como un lugar seguro
me dio fuerza, y a pesar de tener años sin hacer la receta, o haberla hecho una
vez hace meses y que quedara fatal (demasiado salada, pasé pena, fue
mortificante para mí), hice mi Risotto a la Champaña y mi esposo, que no se
guarda el comentario cuando no salen bien las cosas, es decir, puedo contar con
él para que me diga la verdad me dijo: fue el mejor plato de la noche. Hice un
postre de manzana también. Me sentí de nuevo en ese lugar
maravilloso al que llegas cuando creas algo y la gente se lo come. Es como dar
vida. Igual que me siento cuando Clari me dijo, mami este pancito que me
hiciste es lo mejor de la vida. Dicho pancito es pan tostado con mantequilla, lo que te
enseña que a veces el manjar no tiene que ver con la sofisticación del plato
sino con las sensaciones que te hace descubrir, para mi hija de cuatro años que
yo le hiciera pan tostado fue descubrirme como una hechicera casi, una mujer de
unos trucos inesperados. Y la verdad me encanta que me enseñe de esa forma a
maravillarme por algo tan simple.
Lo que me lleva de nuevo a las ganas de cocinar. Esta semana
preparé un vino caliente para todo el colegio de mis hijos. Sí. Para todo el
colegio. Susto. Agarré la receta, entré en pánico cuando puse uno
de los ingredientes a destiempo, después se me olvidó otro paso importante, que
era colarla, pero a medida que el calor iba haciendo el syrop con la azúcar,
tal como lo decía la receta, yo de nuevo sentía, esto es algo que yo hago. Soy
buena en esto.
Así que hoy, que tengo el último encuentro de lectores
Ama-Gi de este año voy a llevar dos Cheescakes hechas por mí. Una de fresa y una de caramelo. Quedaron caseras,
porque las tuve que hornear en el hornito Oster chiquito, ya que el grande está
malo y no lo he podido reparar. Pero al final, espero que demuestre que el
horno no hace al pastelero. La cocina de este apartamento es sencilla, eléctrica y aunque tengo un buen jugo de ollas y mi batidora vieja que no puede creer que la están usando de nuevo, no tengo mayores equipos de trabajo, eso sin decir que en Caracas haces una receta y conseguir los ingredientes implica ya un hecho de fuerza de voluntad. Lo que me lleva a confirmar que en la cocina, como en la vida, lo que importa es el corazón y las ganas que
uno le ponga. Sobre todo es lo que uno crea en sí mismo.
Sí. Parecen palabras de un libro de autoayuda, pero la verdad.
creer en uno mismo no tan fácil, ni tan trillado, ni tan obvio
como suena. Menos en un mundo que constantemente te dice que no puedes, que no
eres suficiente, que necesitas desde maquillaje, hasta zapatos, hasta una
celebridad fatua y ridícula para admirar y ser como ella y gastar todo lo que
entra en parecerte físicamente a él o ella porque tú no das. Sin embargo,
nuestra voz está ahí, a la vuelta de eso que sabemos hacer, o que hacemos con
el corazón.
Mañana les digo cómo quedaron las tortas. Hice dos. Cada una
con una receta diferente. Una de ellas la clásica del paquetico de queso crema
Philadelphia, pero con mi toque personal que es ralladura de limón, y no
mezclando todo al mismo tiempo sino poco a poco, porque así la torta queda más
esponjosa, la otra la saqué de Epicurious.
Ya les contaré y pondré una foto. No debe haber quedado
mal, creo que estoy de regreso en la cocina, porque el café me sigue quedando
espantoso.
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