Navidad época de autómatas



La navidad para mí tiene olor y sabor a galletas. Debe ser porque cuando era chiquita mi mamá compraba  las latas rojas para regalar y siempre quedaban algunas por las casa. Recuerdo las polvorosas y las de canela. Me encantaba la navidad por eso. Me sigue gustando, en realidad. Me gustan las cursilerías y en un mundo donde hay tantas cosas tristes y difíciles, creo que cualquier cosa que te lleve a reunirte y a pensar en cosas bellas como compartir y dar, resultan un alivio las fechas. Sin embargo, con el paso del tiempo, he comenzado a disfrutarlo menos. El problema no es la navidad en sí. En general me siguen gustando las latas de galletas y polvorosas, la cruz del Ávila y el arbolito en la sala de mi casa, pero me produce un enorme fastidio el tema de la regaladera, entre adultos sobre todo, como si fuéramos niños. Niños malcriados además.

No se puede generalizar, pero ya el tema de los regalos pasó de ser un acto de generosidad ha ser un deber impuesto, que si no lo haces quedas mal, si el monto no le gusta a todo el mundo entonces eres un pichirre de mierda, si no descifras a la persona entonces quedan con una mirada de desilusión. Me he encontrado en la última semana en tiendas, pensando, gastando dinero que preferiría ahorrar en regalos que al final del día no sé si se van a apreciar por lo que me costaron además del dinero. Soy de esas personas que guarda las cosas regaladas así no me gusten, porque siempre me recuerdan el gesto, pero esto se ha vuelto tan materialista que ha perdido el sentido.

Si bien una persona espera sus aguinaldos en relación con su trabajo y esto forma parte de una retribución laboral importante, por otro se ha vuelto diciembre una época en la que nos convertimos casi en caníbales.  Me pregunto a cuántas de las personas que trato a diario tengo que regalarles algo, buscarles algo, darles algo. Y entonces me pregunto si lo que realmente importa es el detalle o la intención, o si lo que la gente busca es la cosa, porque está esperando que tú hagas la diligencia de complacer un deseo que además no conoces, o tienes que intuir y además tienes que poder costear. Además el regalo lo tienes que dar, y no tiene que ver con que creas que lo merecen, que lo necesiten, que lo aprecien o porque por algún motivo personal quiera dárselo, como cuando le regalo un libro a algún amigo o un miembro del club de lectura porque me provocó y punto. Porque sentí que lo iba a apreciar, o porque lo tenía en mi biblioteca y no lo había leído, o porque es parte de mi forma de compartir las cosas que amo en la vida y en general me hace feliz. Se ha vuelto diciembre la carrera de cumplir a punta de peroles con todo el mundo, quedar bien, demostrar algo que no sé qué es, ¿qué te importa alguien?, ¿qué cuenta?

Con mis hijos veo con preocupación que para ellos la navidad es una época de materialismo insaciable. No se trata ni siquiera del tamaño del regalo, es recibir casi todos los días algo, y esperar, y esperar cosas nuevas todo el tiempo. Con la crisis no me quiero imaginar la presión y el sentimiento de culpa que tendrán muchos padres que no pueden ofrecerle a sus hijos todo lo que la sociedad impone como casi básico. A veces veo la actitud de algunos papás y me sorprende. No me gusta ponerme demasiado nostálgica, ni sobrevalorar el pasado. A mí el tema de que “en un mi época no se usaban cinturones de seguridad y aquí estamos”, me parece equivalente a decir que en el medioevo no había vacunas y aún así no se extinguió la humanidad. Pero lo cierto es que anteriormente no hacía falta tanto, ni tanto nuevo, ni todo el tiempo.

Estamos a mitad de diciembre y estoy agotada. No tengo muchas ganas de ponerme a repartir regalos, no porque no quiera darlos ni porque no me haga feliz de regalar, es porque no entiendo esto que se convirtió casi en un trabajo. Con mi familia este año pusimos un monto irrisorio que nos causó hasta risa y luego todos terminamos por excedernos un poco, pero el monto era tan bajo que al final el árbol estaba lleno de cosas sencillas y significativas, más que de esfuerzos que te dejan agotado y desfalcado porque “es navidad y qué triste que no tengas ese iAlgo nuevo o que te hayan dado una pinche taza para el café”.

Sé que a veces pienso demasiado las cosas, pero no me gusta ir por la vida haciendo aquello que no entiendo, o no me nace. No creo en esas obligaciones y compromisos sociales, aunque a veces tenga que cumplir con ellos porque al final uno siempre claudica en algunas cosas.

En realidad la navidad que amo es más sencilla. Si bien es cierto que de niño la ilusión es de los regalos, no entiendo qué le pasó a esta generación que se quedó pegado con este tema y que además empezó a esperarlos de todas partes. Yo en realidad espero de mis padres, de mi pareja, más delante de mis hijos, pero que entiendan que más que el regalo es la intención, el esfuerzo, las ganas de darte algo que por un momento te dibuje una sonrisa y te recuerde siempre a una persona.


En estos días una persona sin razón me compró un libro en España. Y fue la cosa más bella del mundo. Me sentí tan conmovida. Esos son gestos de generosidad, de diciembre, casi de amor al prójimo, y esas son las cosas que hemos perdido en la vorágine de cumplir, de hacer, de entregar y de no valorar lo esencial de casi nada. Sé que suena a navidad Plumrose, pero la verdad creo que vale la pena sentarse a pensar en el significado de las cosas que uno hace, porque si no un día te despiertas y eres un autómata, y en la vida no hay nada más importante que ser uno mismo.  

Comentarios

Ira Vergani ha dicho que…
Ni siquiera te puedo decir que hagas unas galletas y las regales porque seguro no consigues harina o azúcar o leche. Te entiendo mucho, cuando me he sentido así regalo lo que me nace a quien me nace y ya y solo cedo en algunos compromisos casi que inevitables.
Mega12982 ha dicho que…
Un aporte sobre el materialismo: desde lecturas críticas y algo más constructivas sobre la modernidad el materialismo puede ser visto como vástago algo diluido y parcial del Romanticismo. El Romanticismo, del que tal vez sabes mucho mas que yo, fue una reacción a la concepción Ilustrada del hombre como agente autónomo y racional, buscaba dar cabida a una comprensión de los seres humanos como agentes cuya excelencia se encontraba en sus poderes expresivos. Así, el hombre comprendía que parte importante de lo que lo hacia humano eran las cosas que creaba. Estas constituían realidades nuevas y en cierto sentido, manifestaban al constituir un objeto creado por él lo que él era.

Para no alargarte el cuento. El materialismo se ve como un vástago diluido de ese gesto y valor de lo creativo sólo que ahora las cosas que el hombre cree que lo expresan son consumidas más que creadas. Yo no soy un trágico y me tomo eso como parte de un momento de transición. Desde esa lectura me fijo en esos poderes creativos como cosas que aún se mueven aunque por lo pronto nos encontremos en un momento más pasivo y como diluido de esas ideas o intuiciones. La linea de pensamiento ecológico me parece que forma parte de los descendientes actuales de esa era, junto con la fascinación por la moda pero moviéndose como en carriles separados por ahora.

Estas ideas las he visto regadas entre Charles Taylor y la escuela de Frankfurt por ahora. He escuchado que Isaiah Berlin y Hannah Arendt también tocan estos temas. Cuando pueda te iré pasando referentes mas precisos sobre el tema pues pienso seguirlo un poco más. La idea no solo me ha parecido curiosa o fascinante sino sobre todo integradora e iluminadora de lo que siento o puedo sentir cuando miro alrededor. Saludos.

Entradas populares de este blog

¿Cómo se pide el empate?

¿Ver Luis Miguel? ¿Qué cosas dices pisha?

Soy desordenada ¡Qué carajo!