Pueblo Fantasma
En día como hoy me pregunto ¿cuánto tiempo más podrá
sostenerme El Ávila como motivo para quedarme? Tal vez haya muchos más, pero a
medida que pasa el tiempo uno siente que cada vez son menos las razones para
estar aquí. Las casas se venden, los muebles se guardan, los libros se donan y
mucho de lo que sobra, no se usa o no cabe se bota. Y mientras tanto uno en la
acera de enfrente viendo como tanta gente cierra las maletas y se va. Las
puertas se cierran, los aviones despegan y nos vamos quedando solos.
Esto ya es un pueblo fantasma. A veces me siento así, como
un fantasma que ronda unas calles desoladas, llorando la muerte del país en que
creí que iba a vivir. Fantasmas, zombies, como si fuera una película
multigénero, drama, terror y algo de comedia porque insistimos en no parar de
reírnos de lo que sea, mientras lo humano nos termina de abandonar.
No sé qué estamos viviendo, ni cómo calificarlo. No sé si es
un sistema político, si es la guerra, no sé si es el fin del mundo, si es un
proceso cíclico, un fenómeno sociológico, sólo sé que me busco y me busco y no
me encuentro.
En este país cualquier sueño pasó a ser imposible. Cualquier
meta es demasiado difícil, se ve en los ojos de la gente a quien le cuentas tus
sueños. Ya no es cosa de luchadores hacer algo grande. Ya no se trata de tener
algún tipo de visión. De negocios, de arte, de dejar una huella y cambiar el
mundo. El mundo lo limitaron a unas fronteras, las del miedo y la baja
autoestima, la de los obstáculos insalvables o casi imposibles de sortear y la
del eterno agradecimiento porque es tanta la gente que está mal que quejarse es
un lujo que no vale la pena darse.
La vida aquí se basa en tener la fuerza para sobrevivir, o
tener la debilidad suficiente para ser uno más de los que saquean y se despojan
de todo lo que creyeron para convertirse en parte de la corriente y que el
caudal no los arrastre. Es decir, o te suicidas o te sientas a esperar que la
muerte te alcance.
Quienes esperamos lo hacemos con la mirada puesta en el
cielo, con los brazos al aire, esperando el amparo de algo o de alguien.
Abrazándonos a lo que fuimos, a nuestros afectos, a nuestros valores, mientras
el ojo del huracán nos pasa por encima, pero sin que haya un parte
meteorológico creíble que nos diga que esto va a pasar.
Hemos tenido que aprender a convivir con la muerte, con la
injusticia, con la corrupción. Éramos un país rico, pero extremadamente pobre y
lo seguimos siendo. Mientras el mundo ha avanzado, con todos su problemas, aquí
nos reducimos a un grupo de seres que se lamentan o se vanaglorian de haber
destruido un país para probar que en un pasado que ya podríamos calificar de
remoto no se hizo suficiente.
Nos volvimos el país en que se hacen las cosas porque se
puede y lo que se debe, es justamente eso, una deuda, no un compromiso. Los
valores pasaron de moda, ahora son otros, son números en cuentas clandestinas o
cuentas que sacan las mujeres cuando sacan sus accesorios del closet. El hombre
más grande es el que tiene la casa más grande, el avión más grande y además se
lo hace saber a su vecino, a los padres del colegio, a los demás hombres de
negocio.
No se construye nada, ni hay espacio, ni esperanza de
construir nada. Los puertos están vacíos, y las fábricas que no están
abandonadas están tomadas por obreros que siguen convencidos que alguien los
explota y que esa persona les debe, y les tiene pagar.
Me pregunto qué se sentirá respirar en un país en que la
vida no impone una cuota de locura para salir a la calle. Me pregunto si afuera
uno es dueño de su destino, o si esa es una cuestión filosófica y profunda que
no se responde solamente con una estampa en el pasaporte.
A veces se hace pesada la vida en la que uno sólo barre el
polvo que deja el abandono de quienes se fueron. Aquí con los fantasmas,
tristes, esperando si aquellas almas que una vez creyeron en este país regresan
a atormentarlos con los cuentos de tierras lejanas en la que el tiempo pasado
tal vez no fue tan bueno, pero el presente es mucho mejor. A veces me niego a
creer que esto fue todo. Que perdimos. Que nos destruyeron. Que no hay plan que
valga, esto lo perdimos, que aquí lo que queda son árboles de mango, Ávila y
playa y que los sueños ya son fantasías. Que la única forma de lograr ser
alguien será a través de una alucinación.
A veces quisiera yo también cerrar la maleta e irme. Ser
alguien distinto. Despedirme de todo y olvidar que esto también fue mío.
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