Día 22 - Una canción que te hayan cantado



Con esta me voy a ir a la adolescencia. Tal vez él ya no se acuerde de mí. Tal vez sea un de esos casos en que un psiquiatra pregunta una vez más: ya va, ¿ella tenía trece y tú quince? No sabemos la huella que dejamos en la vida de los demás si es que la dejamos. Lo que les puedo contar de esta historia es que fue el clásico empate de esa edad. Lo hice por presión social. Eso que me aterra que hagan mis hijos -que sin duda harán porque todos pasamos por ahí-. Mis amigas me decían que eran perfecto y yo quería ser protagonista de una historia. En realidad no pensé las cosas bien, sino hasta que le acepté la propuesta y pretendió agarrarme la mano, afortunadamente para mí en ese momento mi mamá me vino a buscar y las cosas no pasaron de allí. 

Dos o tres días más tarde él me iba a visitar al lugar donde yo recibía clases de equitación. Había alquilado un caballo que amaba, la cosa más mazna y dulce de esta tierra. Siempre he tenido gran empatía con los caballos. Lo recibí montada y desde el caballo le dije que tendría que esperar al menos una hora mientras terminaba la clase y luego bajaba con mis compañeros a tomar algo como solíamos hacer. Sin decir nada se acercó e intentó abrazarme desde el suelo. Se imaginarán por donde quedaban sus manos. 

Dicen que los caballos perciben el miedo del jinete. Debe haber sido eso, porque entonces el dulce Los Higuerones -así se llamaba- levantó su mano derecha y le propinó un pisotón de pronóstico al susodicho. Echó las orejas hacia atrás, caminó dos pasos en reversa a intentó morderlo. Jamás había visto a ese animal hacer algo así. A pesar de que no era mío yo lo cuidaba, lo bañaba, lo caminaba y tenía algo muy particular era que le encantaban los certs, caramelo que podía comer porque es pura azúcar que no le hace daño a los caballos. En todo caso el niño se fue, cuando terminé la clase ya no estaba y al día siguiente lo llamé para decirle que no me parecía una buena idea el empate. 

Se molestó conmigo. Intentó convencerme de que siguiéramos. Fumaba, cosa que para nuestra edad y estado de sobreprotección, era algo muy cercano a inyectarse heroína, y empezó en una de apagarse cigarros en la lengua, intentar levantar el carro de un amigo, y cosas que ya no recuerdo. Fue mi primera ruptura. Bastante incómoda. Dramática. Un buen preámbulo para una adolescencia cargada de tormentas amorosas. 

En esa época esta canción estaba de moda y un día él me la cantó. Siempre me imaginaba cómo sería llevarle flores. 

Unos meses más tarde me fui a vivir a un internado. A los dos o tres meses una prima mía me escribió una carta contándome que lo había visto, que le había preguntado por mí, pero sin mayor drama. Lo que recuerdo de la carta fue que mi prima me decía  algo como menos mal que no seguiste con él porque otra amiga me contó que es un fumón, dañado, que dice muchas groserías. Éramos demasiado tontas para nuestro propio bien. Hoy en día pienso en las vueltas de la vida. En que seguramente será padre de dos o tres hijos, más tranquilo que más de uno que no quemó las naves a los quince, que no trató de levantar carros, ni se quemó cigarros en la lengua. Me pregunto si relacionará esta canción conmigo o si se la habrá cantado a un mar de otras mujeres. O si ya no le dice nada. Lo buscaría en Facebook o algo así, pero no quiero alterar el recuerdo. Algunas cosas están mejor en el pasado. 

En estos días escuché esta canción con el Educado Musical porque nos tomábamos un café y sonó de fondo: esa fue la única canción buena que sacó ese grupo de mierda. 

Y ahora que lo pienso, ¿qué fue de la vida de los Spin Doctors? Esos fueron otros que nunca más. 


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