Sobre temas de maternidad



Siempre digo que me voy a poner a escribir sobre las cosas que he aprendido de la maternidad. Son tantas, que termino por darme cuenta que eso no sería un post, sino más bien un libro. Entonces pienso que ya hay demasiados libros de maternidad en el mundo para sacar uno más. Información es lo que sobra. No publico los nombres de la cantidad de libros que he desechado en estos cinco años para no ser despectiva con nadie. Después de todo, a alguien le habrán funcionado. Si una cosa he ido a aprendiendo es que no podemos juzgar a los demás padres. Sin embargo lo hacemos. Lo hacemos muy seguido. Lo sé porque he tenido esas conversaciones en que alguien te mira sorprendido cuando haces o dices algo a tus hijos. Desde el horario de las comidas, la rutina del sueño, o tu manera de ser inquieta o tranquila frente a ciertas situaciones. Entre las cosas que aprendes cuando eres madre es que siempre habrá alguien que piensa que lo estás haciendo mal. Además ese alguien te lo hace saber, a veces de una forma no necesariamente sutil, ni constructiva, y la mejor parte es que tú no le has preguntado. (Eso no quita los consejos que me ha dado mi familia más cercana, con amor, sobre mis hijos, tomando en cuenta mis sentimientos y reconociendo que yo hago lo mejor que yo puedo como madre, y que al final del día son mis hijos y el cómo los crío es algo en lo que sólo una persona en el mundo puede opinar realmente: su papá).

A lo largo de cinco años he tenido todo tipo de conversaciones sobre maternidad. Esas conversaciones generalmente tienen que ver con la mecánica del asunto. Los teteros, el coche, la cuna, cuándo y cómo se duerme, qué come, qué colegio. De vez en cuando he tenido algunos intercambios con una madre desesperada que no se halla en el nuevo mundo de la maternidad, esa que no entiende cómo de la noche a la mañana no tiene vida, no puede dormir corrido, ni comer en paz, y tiene que sentirse culpable por haberse sentido bien esa tarde que finalmente alguien le cuidó los niños y estuvo sola haciendo lo que le vino en gana, la tarde con las amigas, en la peluquería o simplemente leyendo un libro. Alguna me ha confesado algo que he hecho yo misma, que salió a hacer una diligencia y tomó el camino más largo para regalarse un rato de escuchar música en el carro o caminar por una tienda sola y pensar en cualquier cosa menos en niños.

A veces veo que no hay balance. Noto que se nos exige demasiado. Ciertamente hoy en día las madres tenemos más de psicólogas que nuestros padres. Es la sobredosis de información. No quiero usar la palabra sobredosis como algo exageradamente negativo, ciertamente ayuda esta nueva forma de criar, en la que las cosas se explican, se razonan y uno tiende menos a los métodos tradicionales de las nalgadas y los castigos. De hecho hay quien te mira como si estuvieras criando a un futuro asesino en serie si castigas, o si pierdes la paciencia. Porque hoy en día numerosos estudios han determinado que perder la paciencia no es de buenos padres. Tal vez sea de humanos, pero es que me he dado cuenta que para mucha gente ser padre es dejar de ser humano.

¿Cómo entro yo en esta ecuación?¿Qué es lo que realmente le quiero enseñar a mis hijos? Me lo he preguntado infinidad de veces. No sólo eso, he pasado noches, madrugadas, retorciéndome en la cama sintiéndome culpable por ser cómo soy. Sí. Lo admito. Porque me gusta dormir sola en mi cama y resulta que ahora lo ideal es el tan nombrado “colecho”, es decir, el haber hecho que mi hija duerma sola en su cama, y mi hijo en su cuna, me hace una mala madre. Ni hablar con la lactancia. Di seis meses, y esto me lo dijo una doctora, con su título, su institución, sus clientes, sus fans, que seguramente procederán a escribirme toda clase de mensajes contradictorios a la crianza amorosa que predican, “no entiendo ¿por qué le hiciste esa maldad a tu hija?”.  Usó la palabra "maldad" porque yo a los seis meses de pecho exclusivo dije un día no puedo más. La culpa por eso me duró unos veinte minutos. Lloré. Vi a mi segundo hijo y me dije que le iba a dar pecho todo el tiempo del mundo, hasta la universidad si era necesario. Me veía en los pasillos de una escuela de derecho o medicina con los teteros encima, porque cuando te sientes culpable ningún extremo es malo. De pronto me dije,  “yo soy una heroína”, porque he podido hacer mil cosas con mi vida, sin embargo, día tras día, noche tras noche, me senté y pegué mi hija a mi pecho para darle lo mejor de mí. Incluso, a veces lo mejor de mí es pensar en mí misma, ¿Por qué le voy a dar algo con rabia, con flojera? ¿Con quién tengo que cumplir realmente? Me dije, la maternidad es muy larga y no es sólo lactancia.

Claro ahora que ya es más grande los temas son otros. A mi hija no le gusta peinarse. Lo que quiere decir según algunas personas que algún psiquiatra la recibirá algún día, confundida y trastornada porque yo no la quiero obligar a hacerlo. Cuando digo que no la quiero obligar a hacerlo aclaro, hemos llegado a un acuerdo, ella sabe que a ciertos lugares tiene que ir peinada. Al colegio, a las fiestas, en navidad, cuando su mamá se lo pide con dulzura, o se lo exige con impaciencia, lo reconozco, no siempre hay tiempo para la negociación estilo ONU. Y no es porque sí, yo le digo que a veces uno se peina y se viste de cierta manera para demostrar con la imagen que a uno le importa ese lugar, o esa persona, es una cuestión de respeto. Sin embargo, hay otros momentos en que puedes ser más libre, y si te sientes bien con tu pelo al aire, pues puedes ser tú. En el parque, en la casa, en casa de tus abuelos, en la playa, comiendo helado, en la plaza montando patineta, sobre todo con tus amigos, tu familia, la gente que te quiere, te quiere como eres. Siempre tienes que buscar un espacio para ser tú.

Y por cosas como esta llegué a pensar esta mañana que discutimos muy poco sobre las cosas que realmente importan y el por qué de ciertas decisiones y actitudes. La gente te ve feo porque no peinas a la niña, o te lo comenta, o dicen que es por mí. Sí, yo tengo el pelo rulo y lo dejo al viento y es una melena que hace que mi propia madre me diga ¿por qué no te peinas? Sin embargo ella lo deja hasta allí. No me juzga, ni me critica porque sabe una cosa, que al final lo importante es la autoestima, que nada ganamos de quebrar a nuestros hijos. Me encantaría llenarle a mi hija la cabeza de trencitas y lazos, pero no voy a hacerlo a costa de su autoestima. Para mí lo importante no es cómo se peine hoy, sino que ella ame su pelo el día de mañana.

Me parece que no hablamos suficiente de los adultos que van a surgir de todas las actitudes que como padres tomamos hoy en día. De esa sobreprotección y estrés por bacterias y comentarios que hizo tal o cual niño en el colegio. 

Quiero pensar y discutir menos sobre PegPerego, pañaleras, placenta y pezones, y más sobre cómo vamos  a hacer para que nuestras niñas no sean aplastadas por sociedades que se engañan diciendo que ya no son machistas. Quiero hablar sobre cómo enseñarle a mi hijo que el día de mañana tiene que tener una socia, una compañera, una amiga, una pareja, que por el hecho de que sea de otro género no implica que sea inferior a él. Quiero que mis hijos abracen la diversidad, de razas, de pensamiento, de orientación sexual, de nacionalidad, de estilo de vida. Nada del absurdo de que la tolerancia es ignorar al otro, él no se mete contigo, y tú haces como que no existe. Eso no es tolerancia, es una forma muy sutil de anular a alguien y desarrollar complejos de superioridad. Lo he visto pasar, nadie me lo contó. Quiero hablar sobre cómo hacer para criar niños conscientes del planeta, de la responsabilidad social, de que tienen que luchar por sí mismos, pero sin olvidar que son parte de un colectivo, que hay que ser generosos y justos, y devolver a la vida tanto de lo que nos ha dado. Quiero que sean honestos, sobre todo honestos, consigo  antes que nadie, pero también con sus amigos, sus familiares, su colegio, su país. Quiero que sepan el valor del trabajo por encima del valor del dinero. Que sepan que a lo único que no se renuncia es a los principios. Cómo hacemos para no caer en el materialismo exacerbado, en el culto a las marcas. Quiero que sepan que de nada sirve tener un carterón o un carrazo o un apartamento de lujo si no te lo has ganado, si tu entorno se cae a pedazos, si no sales todos los días a hacer algo que deje un mundo mejor cuando caiga la noche. Quiero hablar sobre cómo criar gente de pensamiento crítico, de criterio propio, seguros de sí mismos sin ser soberbios. La inteligencia de desarrolla, y a veces pensamos que es sólo enseñarlos a contar, o matarnos haciéndoles las tareas para que saquen las mejores notas, comprándoles los mejores juguetes para sean parte de un grupo de amigos y no se aíslen ni se queden afuera. ¿Dónde están las lecciones que realmente importan? ¿Dónde hacemos el carácter? ¿Con qué herramienta los preparamos para el lado difícil de la vida?


Como padres lo único que podemos garantizarle a nuestros hijos es su formación. Ni la felicidad, ni la estabilidad económica. La inteligencia en todas sus formas es lo que tenemos que desarrollar en ellos. El resto son cosas que no se pueden obviar, y que tienen su peso, como todo. Sin embargo, al final tiene que haber un equilibrio, pero veo que no hay balance y estamos dejando afuera lo importante. 

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