Cuando amanecemos sin miedo
Anoche nos acostamos pensando que nada podía ser peor. Nos
cuesta imaginar, a pesar de que lo vaticinen desde profetas hasta economistas
renombrados, un escenario peor. No son sólo las condiciones económicas. No es
sólo la sensación de que cualquier emprendimiento, proyecto, plan, por más
pequeño que sea es una labor titánica, cuyos frutos son inalcanzables. Nuestras vidas se
han vuelto un ejercicio de disociación. Un día tenemos un pie en la locura
colectiva, al día
siguiente es como si corriéramos sin destino por un bosque obscuro. Nuestra vida se ha vuelto algo surreal.
Allanamientos. Detenciones. Torturas. Asesinatos. En cada
tweet, en cada post, en cada mensaje, una historia de horror, en la que el
sentido más humano se pierde por objetivos que preferimos no asumir. Poder.
Dinero. Resentimiento. Se mata. Se roba. Se viola porque se puede. Este se ha
vuelto el país en el que las cosas se hacen porque se puede. Se puede tener a
un joven, menor de edad, preso en un sótano durante semanas porque se puede. No
importa lo que diga la ley. No importa lo que digan los tratados
internacionales. No importa incluso, lo que diga la discreción del juez. Porque
hay que asumir que tal vez, el juez que no firma la excarcelación porque también está preso
a su manera. Su voluntad. Su conciencia. Tal vez no concilia el sueño en las
noches pensando en el muchacho al que durante varios días no dejaron ver a sus
padres, ni pasarle comida, ni bañarse. Al que golpearon. Al que las pruebas
presentadas sencillamente no inculpan, sino todo lo contrario. A lo mejor
pensará en sus ojos, en las manos de su madre acariciándolo antes de irse, y
sentirá que algo se le muere por dentro. A lo mejor lo odiará un poco, por
haberlo puesto en esa posición. Porque él también tiene familia. Él también
tiene una vida. Y tiene miedo. Y así, de miedo en miedo nos vamos destruyendo.
Esta mañana hemos visto una vez más que el horror tiene
tantas dimensiones como no es imposible imaginar. Esta mañana hemos visto que
como una máquina demoledora centenares de soldados arrasaron con una protesta
de las más pacíficas que hay. Destruyeron los campamentos. Los robaron. Adiós carpas de la ONU, de la Sadel, de Chacao y preso todo el mundo, sin importar nada. Otro juez que tal vez perderá el sueño. Tal vez no. Tal vez odie y punto, por más que no queramos creerlo, se acostará esta noche satisfecho y contento. Esa protesta, silente en cierto modo es de las más contundentes también. Es la que espera,
la que produce al cambio con la sola presencia. La protesta de la
determinación, de la voluntad, que termina por convencer al que todos los días como hay gente que se mantiene firme en su voluntad de libertad.
Lo que busca esta represión es
demostrar a la sociedad que todavía tenemos mucho que perder, que tenemos que
agradecer la vida de supervivencia que nos ha dejado este régimen. Porque vamos
a estar claros, estar vivos y sin rejas por delante, eso ya hoy en día es un
privilegio. Lo demás, es lujo. La comida, las salidas, incluso el abrazo a los
amigos, hoy en día es un lujo. No sabes cuándo te volteas y fue la última vez.
Lo perdiste todo. Porque te lo robaron, porque te llevaron, porque te mataron a
esa persona con la que tenías pendiente un encuentro que pospusiste porque
pensaste que todavía no era demasiado tarde para dejar algunas cosas para
después.
No es que este país no tenga futuro. Es que no tiene
presente.
Mientras nos sentamos tras de un tweeter, un
Facebook, un chat, una conversación en voz baja en un lugar público o con un
ser querido, están matando a alguien en la calle. Alguien está preso. Mientras
tanto hay corazones que se rompen, vidas que se destruyen, familias que se
dividen. Un país que se va rompiendo. Gritos sordos que le van enseñando a
nuestra gente el peor escenario que puede experimentar un ser humano: la
impotencia. Verse aniquilado en voz y voluntad frente a una demoledora máquina
de poder.
Esto es el horror, ver que nos pasan por encima. Tener que aprender dónde está
nuestro verdadero poder de gente y cómo se ejerce. Este es el horror, tener que
aprender lo que significa el dolor, la angustia, la desesperanza. El que todos
los días amanezcas y veas que quienes ejercen poder sobre tu vida, son seres
cada vez menos humanos. Todo esto es una maquinaria puesta en práctica para
dominarnos a través del miedo. Miedo a todo. Sobre todo a nosotros mismos y
nuestros deseos de que esto acabe y de que una vida y un país mejor son
posibles.
Lo que ha llevado al hombre a enfrentarse y destruirse
durante siglos es el miedo. Ese es el gran asesino de la humanidad. Es el gran
mecanismo de control. No es cuándo amanecemos sin horrores nuevos. Porque
seguirán viniendo y sí, serán cada vez peores. Es cuando amanecemos sin miedo.
Ese será el día.
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