Decir que no en Venezuela

Esta semana el escritor español Antonio Muñóz Molina  publicó en su columna semanal de El País de España un escrito titulado El que dice que no. No voy a resumir la columna, porque no le haría justicia a esa pluma que tanto disfruto y admiro. El escrito me dejó pensando en lo que significa decir que no en Venezuela. 


Una amiga que me cuenta esta mañana que ayer casi la roban. Ella no es una mujer de muchos recursos,  tiene que trabajar muy duro para sacar adelante a sus cuatro hijos. Ayer salió a trabajar y antes de llegar al trabajo, en una esquina la abordaron  tres sujetos. El más pequeño no la sobrepasaba en tamaño, el que se veía mayor no pasaría de diecisiete. Este último le exigió, “¡Dame todo los que tienes en la cartera!” Se sobaba la chaqueta como para indicar que escondía un arma. Ella presa de algo que no supo describir, tal vez de una cierta condición de madre universal que tenemos a veces las madres, sintió que veía a su hijo y se negó. “No tengo que darte lo que es mío”. Entonces comenzaron las amenazas. Ella le dijo, “haz lo que quieras, saca la pistola, o lo que quieras, pero no tengo por qué darte mis cosas”. El niño pequeño le pedía al grande que disparara, mientras en su mano sostenía un arma blanca. Ella pensó que la iban a cortar, pero finalmente el tercer sujeto se apiadó, “porque me recuerdas a mí mamá”. Finalmente la dejaron ir, no sin antes amenazarla si los denunciaba.

Durante un buen rato lloró y tembló. Pensó en sus hijos, y en todo lo que ha podido haberle pasado. Agradeció su suerte. Porque salir ileso de una experiencia como esa se agradece, olvidemos el trauma psicológico y el mal rato, todo eso es lujo en un país donde la vida no vale mucho. Los que viven, los que andan, son los que tienen suerte. Lo correcto es la excepción a unas normas que nos han impuesto la barbarie y la falta de valores. Ella dijo no. Tal vez sin pensarlo, pero queriéndolo. Ella es una heroína.

No dejo de pensar en la gente que ha dicho no, y que al hacerlo ha arriesgado todo. Muchos se han negado, en público, otros escondidos, camuflados, sin gritarlo a los cuatro vientos, pero trabajando con valentía por la resistencia. En Venezuela vivimos viendo a diario la cara del horror, pero también la cara del heroísmo. El lado más oscuro del ser humano, de pronto impulsa su faceta más noble. En actos cotidianos.

Conozco gente que está tras las rejas, gente que ha salido bajo amenazas, gente que vive perseguida, por decir no. Porque en algún momento, un acto que parecía trivial hizo que la máquina hambrienta del poder quisiera tragarlos. Hay gente que se ha negado a hacer negocios millonarios. Hay gente que todavía cree en sus principios y que los hace valer. Gente que dice lo que piensa, lo que siente, que defiende sus ideales. Se ha plantado y ha dicho no.

De pronto pensamos que todo está perdido, y que nos hemos dejado aplastar, que dónde no ha llegado la dictadura con las armas, ha llegado comprando consciencias con el dinero. Ese es el momento de los héroes, los que de una manera u otra dicen que no.

Estudiantes. Políticos. Amas de casa. Médicos. Periodistas. Obreros. Maestros. Religiosos. Incluso jóvenes y niños que en algún momento han dicho no. Desde no al diálogo sin condiciones, hasta no al contrato millonario, no al soborno, ni la complicidad de todo tipo, la que hace la vista gorda ante el crimen, el saqueo de los bienes de la nación. Han dicho no quienes han evitado caer en radicalismos, pero sin ser pacifistas a ultranza, de esos que se escudan en la neutralidad para no tomar una posición. Han dicho que no desde el reconocimiento y el respeto a todas las formas de pensamiento por igual. Han dicho que no a la comodidad de opiniones tibias, se han plantado frente a sus creencias y no las han comprometido por complacer a la opinión pública. Gente que a dicho que no a la política que hace y dice por las apariencias y no piensa. Esa gente ha pagado un precio. Todo NO tiene un precio. Hasta la libertad y la vida se puede llegar a pagar por un no.

No todos somos activistas de capa de bandera, pero si algo no es común es que  todos tenemos un espacio en el que nos toca decir que no frente al modelo que nos quiere imponer una forma de vida en que la que la negativa siempre viene del gobierno, como si la vida fuese un privilegio y no un derecho. Como si cada cosa buena que nos pase haya que agradecerla, no a nosotros mismos, ni a nuestras capacidades, sino a un gobierno, a la suerte o un dios. Los tres últimos siempre bajo la misma careta, para que nos resignemos a que nuestro destino no es cosa de nosotros, ni de nuestra voluntad. Alzar la voz y decir que no, por más bajo y pequeño sea, a veces el no que nos convierte en héroes es interno, sólo lo escucha nuestra consciencia, pero eso se traduce en actos de heroísmo.


El no como el de amiga. El no renunciar a los sueños. El no desfallecer. El no dejarse vencer por el apaciguamiento, la comodidad, el cansancio. El no dejar de creer. Sobre todo el no callar. El no dejar que nadie pretenda hacernos sentir culpable o disminuirnos por nuestras opiniones. El no. Tan simple y tan poderoso el no, que incluso frente se impone a las armas sean blancas, de fuego o de represión y miedo.  

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