Reflexiones de una mañana
Suele suceder con las frases más trilladas, las que se
vuelven parte del imaginario popular, refranes y hasta textos de autoayuda que
uno les pasa por encima y las desprecia. A veces, uno, desde su pedestal de
lectura se olvida que en las palabras más sencillas también hay lecciones
profundas. Lo digo porque esta mañana una vez más, entre el primer café y el
caos que siempre supone sacar niños para el colegio, mientras trataba de
planificar el día y mantener a raya el malhumor pensé que algún día veré estos
momentos con otros ojos.
Me puse a pensar en que todos escogemos en cierta medida
nuestro infierno. Me puse a pensar en mi rol. El que asumo, el que quiero
llenar, el que me he propuesto, el que la sociedad busca con todas sus garras
imponerme. Yo lo he dicho antes, me parece un fiasco la liberación femenina.
Creo, sobre todo en esta sociedades latinoamericanas, que es una gran estafa
que nos han vendido a fin de meternos en una jaula más grande. Como mujer a
veces me cuesta mucho ubicar mi lugar y el equilibrio entre lo que sueño y lo
que me toca ser.
No es sencillo lo que nos ha tocado. A veces pareciera que
el mundo nos queda grande, otra que es demasiado pequeño para lo que queremos.
Llegan días en los que uno lo que quiere es desdoblarse. Hay tantas cosas por
hacer. Hay tantas exigencias. La casa perfecta. Los hijos, con toda una lista
de tareas, de momentos, de espacios, de actitudes, cada expresión cuenta, cada
palabra, cada movimiento que hacemos juntos. Te das cuenta que el cordón
umbilical es de acero e infinito. Está ligado siempre. Todo lo que hacemos
cuenta en el futuro de nuestros hijos. Incluso el tiempo que no estamos con
ellos. La independencia, el ejemplo, son parte clave de la formación. Está la carrera. Las metas. Los sueños. Los hobbies. El placer. Ese documental que está tan polvoriento, esperando que la curiosidad y la pasión finalmente venzan la rutina.
Pienso en la cantidad de información que nos llega a diario.
Artículos. Libros. Páginas especializadas que nos dicen cómo vivir, qué hacer.
Otras que intentan darle orden y en algún lugar están las historias de ficción
la literatura, que trata de tomar la vida y plasmar lo que está en el alma de
alguien que escribe, lo que observa, lo que quiere lanzar al mundo porque
siente que tiene que decir algo. Puede ser mi caso. Mi manera de ver todo esto.
Me pregunto si mi primera novela lo ha logrado, aunque es en realidad la
segunda. Me doy cuenta que he dejado una infinidad de temas sin tocar, a medias
y que hay una cantidad de búsquedas y preocupaciones latentes. Como la memoria,
el tiempo y este papel tan difuso de la mujer. Esto de ser descendiente de Eva
pero a la vez sentir las ganas de latirle en la cueva a Adán. De querer borrar
el mito de la inferioridad, la culpa y la deuda y cambiarlo por el de la
complicidad, la sociedad, que no la igualdad, pero si la equidad. El balance.
El equilibrio. El punto de encuentro en lo humano.
No son tiempos sencillos en ningún aspecto. Pienso en esos
refranes y dichos, algunos como, la vida es una sola. Es tan obvio que casi
resulta un insulto, salvo que uno esté dejando cosas por vivir para las
reencarnaciones, si es que cree en eso, la vida se transita una sola vez. Ya no
regresas a la infancia, por más que te conectes con esa parte de ti mismo y que
no renuncies a parte de tu inocencia y a la sencillez de la vida. Ya no vuelves
a la adolescencia, por más que seas rebelde y arriesgado. Ya no tienes
veinticinco, y treinta y cinco es una edad que tiene su fecha de caducidad y no
volverá. Entonces pienso en que hay un rol que asumir y no sé bien cómo
definirlo, pero tiene que ver con darse una pausa y respirar y disfrutar todo
lo que es. El aquí. El ahora. El hoy. Porque este día no vuelve. El cielo está
más azul que nunca, y en vez de seguir corriendo me voy a dar una hora para hacer
algo que amo y reconectarme con esa parte de mi ser que me permite dar lo mejor
de mí misma. En todo. Incluso en aquellas cosas que todavía no entiendo bien,
pero mi corazón me dice que tengo que hacer.
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