El Miedo y la Descalificación

Lo que demuestra la situación es que los niveles de frustración que tenemos son demasiado altos, creo como sociedad hay una serie de problemas que tenemos que atender. Hemos venido cosechando una rabia que se puede transformar en el mismo resentimiento que nos trajo a esto. En estos días me molesté mucho con la gente que no quería marchar, que no quería participar. Fue tanta la violencia que sentí, la rabia y la impotencia, que incluso había gente con la que no quería hablar. Amigos queridos, cuyas decisiones no me competen en realidad, y con quien además, más allá de las distintas formas de asumir la crisis, son gente con quien comparto un punto de vista político y las mimas ganas de tener un mejor país.

Pasa no solo con las amistades. Pasa por el Facebook, pasa por el Twitter. A la persona que muestra una visión de las cosas que no gusta es atacada, a veces con insultos y descalificaciones. Todos estamos muy confundidos y en cierta forma naufragando. Creo que esa sensación de disgusto con todo y todos tiene que ver con el miedo. En estos días estamos angustiados porque tenemos demasiado miedo. Miedo a que las protestas se acaban y no lleguemos a nada. Miedo a que se instale el comunismo y perdamos la democracia. Miedo a la dictadura. Miedo a la represión. Miedo a las medidas de un gobierno que realmente ya ni sabemos si está débil o firme, o jugándoselas igual que nosotros. Miedo a los colectivos, los paramilitares. Miedo a las bombas lacrimógenas. Miedo a perder nuestro futuro. Miedo a que una gran parte del país no acepte un sistema que le da cabida a todo, sino que realmente esto sea un enfrentamiento en que al final lo único que vamos a aprender es que ningún extremo se va a consolidar sin sangre, y para llegar a ello reclamará más sangre todavía. Miedo a la guerra.

Por un lado el país sí está paralizado. Por un lado nos cuesta mucho asumir el día a día, pero otro la verdad es que también todo nos reclama que sigamos.

Está es el que marcha con convicción y sin descanso, está el que diseña, imprime y reparte panfletos, está el que escribe a organismos internacionales, está el que maneja redes sociales, está el fotógrafo, está el periodista, está el que hace entrevistas, está la maestra que cuida los niños de las madres que son activistas incansables, están las familias de los que participan activamente, que los apoyan de diversas maneras, está el que documenta todo, está el médico que los atiende, está la persona que recolecta insumos para quienes van a la lucha física, están los que sigan trabajando para que la ciudad siga funcionando y podamos participar. Cada uno aporta a algo. Obligar a los demás, no es la forma de lograr un cambio. La idea es crear espacios, no limitarlos.

Todos hablamos del país que queremos, pero la verdad, creo que poco hemos pensado en él. El cambio que queremos para Venezuela lleva tiempo. Es un proyecto conjunto. El país no lo hace el presidente, lo hacen los ciudadanos. Por eso la protesta tiene que ser algo en lo que pensemos. Por eso el cambio de gobierno lo que va a reflejar es el cambio en los ciudadanos, cuando seamos nosotros mismos quienes sepamos lo que queremos.

Creo que hay que comenzar por ubicar cada quien el por qué de su protesta. No sólo esperar a que “el líder” lo diga. De eso ya tenemos suficiente.  
Cuando yo salgo a protestar lo hago desde mi espacio, pensando en la Venezuela que quiero, en los libros que quiero escribir, en los que quiero promocionar, pensando que me gustaría algún día montar una librería o una editorial. Esos son los sueños que busco defender. No me gusta hacer colas, y no estoy dispuesta a hacerlas, y marcho también porque no quiero salir de mi casa con miedo a que me roben, y que quiero un sistema de justicia apegado a la ley. Quiero un país en que mis hijos tengan la oportunidad de estudiar la carrera que los llame como vocación, y que además tengan oportunidades de salir adelante y vivir de su trabajo. Quiero un país con más igualdad económica y movilidad social.

No marcho, ni protesto, ni me activo porque renuncie un presidente, simplemente creo que el proyecto del actual no es cónsono con el país que quiero y además estoy segura que mucha gente piensa como yo, busca el mismo país y que yo, y que somos suficientes para exigirle al gobierno otro proyecto, otra forma de gobernar y que como ya sabemos que no están dispuestos, pues hay que activar mecanismos constitucionales para que nos den respuesta.

Lo que sea que uno haga como ciudadano tiene que comenzar por una reflexión. Cuando cada uno termine de puntualizar sus convicciones verdaderas y de encontrar su verdadero espacio de lucha, las cosas irán mejor. Lo mismo irá por los líderes. Nuestros líderes políticos son seres humanos, con aciertos, desaciertos, pero creo que ya deberíamos haber aprendido que ni endiosar, ni demonizar son respuestas. Uno escucha y se queda con las ideas que mejor le parecen. A veces pedimos a los líderes que hablen, pero en realidad no los escuchamos, mucho menos nos tomamos el tiempo de reflexionar sobres sus palabras, ni entender cuál es su pensamiento.


Cada quien busca su espacio y su forma de alzar la voz, pero no podemos descalificar a los que piensan y hacen distinto. Llega la hora de ejercer ese valor que es quizás el más complejo de todos, tolerancia. Y tolerancia es justamente respetar cuando alguien dice lo que no quieres oír. Yo creo que para violencia y descalificación tenemos al gobierno y a la Guardia Nacional basta de añadir leña al fuego. Empecemos a vivir conforme al país que queremos.

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