Ponerse un vestido
Samantha
de Sex and the City tiene una frase que me fascina: no tengo un plan, tengo un vestido.
Creo
que eso se nos aplica a la mayoría de las mujeres. ¿Cuántas no tenemos un
vestido que sabemos para qué es? Un vestido de esos que cuando te los pones sientes que es como si te
hubieras puesto un uniforme de superhéroe. Es el cinturón de Batman pero con corpiño y falda. Te hace buen pecho, te realza el trasero, te corrije la
barriga, te hace curvas, te da la cadera perfecta y el largo te hace sentir
como una gacela aunque midas metro y medio. No se puede explicar lo que uno
siente cuando sale con un vestido que quién sabe cómo se te ve, y tal vez eso
poco importa, pero que te hace sentir como tu mejor versión.
La verdad
es que el mundo de las mujeres está lleno de esas frivolidades. Y sí. Son frivolidades y si uno las ve de forma
aislada, frente a los problemas del mundo, no son gran cosa. Ni valen la pena.
Al final cuando te mueres nadie pone: Recordando aquel vestido gris que la hacía ver como de portada de Vogue,
ni mucho menos el amarillo con el que ella se levantó a ese tipo que tanto le
gustaba. No. Pero igual esas cosas a uno le importan. Son nuestros súper
poderes ¡coño!
Yo
he planeado vestidos, sobre todo para fiestas formales, pero también para otros
eventos. Tengo mi falda de la suerte, la chaqueta para las reuniones difíciles,
la camisa seria, el pantalón de los velorios, los zapatos asesinos en todo
sentido, y ese vestido, ese vestidito que siempre, siempre…funciona.
Las mujeres
somos todas unas artistas del vestuario, así seas alguien a quien los amigos
llamen fashion o simplemente nadie nota el esfuerzo que te toma vestirte, pero
la realidad es que nos importa, a cada quien en su estilo. Sea hippy, retro,
putón, sexy, informal, goth, hasta el pelo descuidado y desmarañado como el
mío, que hace que mi mamá diga, no sé cómo sales a la calle con esas greñas,
tiene su trabajo.
Este
sábado se casa una de mis mejores amigas y yo por supuesto dejé de lo del
vestido para última hora. Antes el tema del vestido era algo que tomaba años.
Era la época en que uno iba con una costurera y se los mandaba a hacer. Ahora no
hay presupuesto, ni tiempo. Uno lo compra hecho y ya. El tema es que eso
tampoco es barato, ni fácil. Porque los vestidos o son para unas tipas que se
hicieron una operación en que todo lo que una mujer normal tiene en el culo y las
caderas va para las tetas, entonces parece que tuvieras dos bolsas de té en el
pecho y abajo pareces una deidad indígena, o son enormes y entonces parece que
hubieras estado haciendo una dieta de repollo. Además de los colores y las
telas.
Ayer
fui a buscar un vestido. Encontré uno morado y fue un desastre porque era una tragedia
ponérselo, era de esos vestidos en que tienes que meter un brazo, y después
sacar una mano, y volverle a dar una vuelta, y quedaba con arruchados a un
lado, y además el color era como para declararle amor a Barney. Nada. Después
uno rojo, tenía ganas de ponerme un vestido rojo, pero aquello parecía una
toalla con una corbata cocida, era como si estuviera recién operada y me diera
miedo que la tela me tocara los puntos. Luego otro que no me quedaba mal, un
poco apretado pero era oscuro, eso sí, al menor movimiento se me iba a salir
una lola, y pensando que en el matri de una amiga cercana uno está dispuesto a
montarse en la tarima hasta que el de la orquesta te dice, de verdad señora
bájese, como que no es la mejor opción. Ya por último había uno que me gustaba
pero he aquí la realidad, o logro operarme entre hoy y el sábado, o recurro a
meterle que toneladas de papel toilet a un sostén straples. Nada peor que eso
saliéndose por una fiesta en plena explosión de pea. Mejor no.
Me
quedan tres opciones. Una es colorida, cómoda y la verdad el vestido soy yo. No
es lo que más me gusta por la sencilla razón de que, (y aquí va toda mi
vanidad mujer) es un pelo largo y yo
quería algo más corto, más sexy pues. Sí. Lo admito. No tengo toda la vida. Luego hay otro que parece algo que usaría una
Kardashian. Pero me gusta. Es como si Julieta, la de Romeo y Julieta,
fuese al matrimonio. Mangas anchas, corto. Ese vestido en cierta forma también
soy yo. Eso sí, voy a tener que ingerir sólo té verde y agua de aquí al sábado,
y el rango de movimiento es limitado. Pero ese sí sería el vestido que querrías
tener cuando te encuentres a ese ex que tanto te criticó la figura y te jodió
porque no ibas al gimnasio y no tenías las nalgas de Cindy Crawford, cómo si él
tuviese el físico para levantarse a Cindy Crawford. Ya por último tengo una
opción, es como recatado arriba, beige, pero es cortico, cortico, digamos que
si uno se quiere disfrazar en Halloween de ejecutiva puta se pondría este
vestido. Ahora claro, sin en el matrimonio se me cae la cartera, el zarcillo,
si alguna tía hace el limbo o si de repente pega una brisa voy a enseñar el
número de cédula y la clave de la tarjeta de débito.
No sé qué voy a hacer. Esos dilemas que no son nada, que en nada trascienden, pero que de alguna forma extraña son todo y cualquier cosa pueden cambiar.
Comentarios
Yo y los vestidos no no las llevamos bien. Cómo me cuesta conseguir uno. De hecho, yo en vestido me siento disfrazada. Debe ser porque no he conseguido nunca mi vestido perfecto.