Crisis de Mal de Montano

Los libros para mí son como una droga. Ya lo he dicho antes que cuando entro en alguna librería grande, cuando pienso en la cola de libros que tengo al frente me entra una tristeza enorme. Me pesa terriblemente en alma pensar que no me alcanzará la vida para leerlo todo. Claro que hay libros de libros. Están los que hacen que uno recuerde. Esos son los libros que palabra por palabra nos llevan a ese pasado remoto que a veces está dormido. Luego están aquellos que despiertan los sentidos, a través de la narración uno vuela y se transporta. Casi se puede palpar lo que está describiendo el autor. Es como si el alma se saliera del cuerpo. Hay otros que hacen que uno se identifique, que uno vive como si fuera el protagonista, el héroe. Hay libros a los que hay que darle unas 50 o 100 páginas. Hay otros que cerrar de golpe porque no nos dejan nada. Hay libros que causan heridas. Hay libros que son necesarios, como dijo Cervantes, si mal no recuerdo. Hay libros que nos defienden. Libros que nos acusan. Libros que no nos dejan dormir, que nos mantienen despiertos, en vilo durante la noche, que despiertan los monstruos que están escondidos debajo de la cama, que llaman a los fantasmas y las criaturas ocultas de la noche. Hay libros que hay que oler. Hay historias que no se pueden entender si la palma de la mano no rosa la página. Hay libros que hay que rayar, pluma en mano, marcando cada frase magistral para que no se olvide. Hay libros que pegan. Hay libros que son una búsqueda, un laberinto, donde uno se pierde y no se encuentra jamás. Hay libros que no se consiguen, que es un reto tener entre las manos. Hay libros que nos cambian la vida. Hay libros que obsesionan. Hay frases que persiguen, que no nos dejan en paz.

No sé porque estoy diciendo todo esto. Hoy está peor que nunca el Mal de Montano.

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