Venezuela 2017


Principios de 2017.
El acabose. Lo que todos estábamos esperando. El Country Club pasó a ser el Centro del Poder Popular para la Recreación de Niños y Niñas, Jóvenes y Jovenás, Señores y Señoras de la zona noreste de Caracas. En el Valle Arriba hicieron unas viviendas populares que ahora se llaman Centro Comunal Ciudad Ché Guevara. De los restaurantes de lujo sólo queda el Punta Grill, donde la única manera de entrar es si tienes cierto tipo de carnet del PSUV. De resto te quedan los Restaurantes Chávez y la cadena de Areperas Negro Primero, donde te dan una arepa del tamaño de una galleta oreo, con un pelín de algo que se supone que es queso blanco. Ahora cuando se elige a Miss República Bolivariana Socialista de Venezuela, no es Osmel Sousa quien las prepara, el que quedó para ese trabajo fue el gran Papi-Papi y Gabriela Chacón, el detalle es que ahora en vez de Miss Trujillo, Miss Portuguesa y Miss Distrito Federal, tenemos a Miss Descendencia Chibcha, Miss Orgullo Goajiro y Miss Cultura Yanomami. La única manera de verlos es por VeneSocioVisión, que es lo que era Venevisión, donde un Daniel Sarcos con un flux que ya tiene unos cinco años pasado de moda, narra el magno evento de la belleza. Solamente hay una televisión por comuna. Te la calas. Pero buena noticia, ya no hay cola en Caracas. Todos los carros los tuvieron que devolver al gobierno y a los bancos. Sólo se ven unas camionetas oficiales último modelo.
Hay gente que no se conforma con eso y se quiere ir a otro lugar. Al imperio. Lástima que las únicas líneas áreas que quedan Gran Cacique Tamanaco del Aire y Aero-Socialistas sólo te dejan montarte con un permiso especial. De modo que la única solución es vía marítima, es decir balsa o corriendo por la selva, pero la segunda está descartada porque la mayoría de la gente dijo “que ladilla la corredera, los mosquitos, no mi amor, yo no me calo esa vaina.” Así que al agua patos. Claro, que suena serio, peligroso, y todo eso es, pero como todo lo que hacemos los venezolanos y especialmente los caraqueños, nos hemos encargado de volverlo un mierdero, algo absurdo, sin sentido, donde se le da importancia a todo lo que realmente no se debería ni tomar en cuenta para el éxito o fracaso de la operación.
En primer lugar hay una clasificación de la calidad de las balsas. Hay unas que son todas modernas y que son las “fashion”. Si eres alguien en Caracas te quieres ir con tu balsa Fashion, la que hizo alguien así estilo Totón Sanchez. Está decorada con palmas de última, además te dejan unas ramitas para que te ventiles mientras estás a pleno sol esperando que te coma un tiburón, que te rescate una fragata colombiana o que por casualidad te topes con Aruba. Por supuesto que Mayela Camacho hizo una especie de pareos y traje de baños con hojas, que cuestan 2 huevos o 1 bolsa de caraotas (porque ya la plata no existe, trabajas porque te toca y te pagan con corotos, de repente uno que otro billete de 5 mil bolos, pero si eres pana de alguien del partido, de resto te limitas a tu tarjetica de racionamiento).
Hay después otras balsas que son de menor categoría. Son las prefabricadas que vende alguien que hasta el sol de hoy se rumora que son los Cisneros y/o Diosdado. No son fashion, pero están bastante bien. Por supuesto hay una cola para pedirlas y el pana que se encarga es así como el Puff Daddy de la cuestión. El tipo hasta torontos tiene, claro son de gente que los guardó de hace años, están viejos, pero son una reliquia. Los chocolates de ahora son el Tibisay (rechonchito bonbón de chocolate, relleno de una pasta de frutas), el Maradona (un Gol de sabor, es un polvito que te lo echas en la boca, viene en sobrecito), entre otros igual de patéticos. Lo cierto es que al hombre de las balsas lo sobornan, le dan de todo, el tipo es el rey. Si eres pana de él, estás conectado, eres alguien y se lo dices al que puedes, como si fuera un secreto. Te seintes importantes.
Tomás Fernández está vendiendo una especie de Tropi-Lonchera, con sardinas y atún, porque todas las chamas piensan “osea, yo ni de vaina voy a andar pescando, ni tratando de atrapar una gaviota, osea, asco.” A todas estas claro que hay un gestor que te consigue una especie de salvo-conducto para que te vayas en una lancha, pero ya corre el rumor de que la lancha es de unos chinos que violan gente y trafican con órganos humanos. Resulta ser que la lanchita es de un tipo que tenía un peñero en Margarita que se está metiendo tremendo billete, leyendas urbanas nada más.
Martha Colomina se cansó de pegar gritos y no se quiso ir, así que para redondearse su tarjeta de racionamiento tiene un negocio insólito. Resulta que ninguna Oligarca (porque aún cuando sean ahorita de las “chimbas” se siguen llamando oligarcas y escuálidos) se quiere ir con las chichas en la balsa. Después de todo, “osea marica, vas a lleguar algún día a Miami, osea no vas a ir como si fueras una loca.” Así que Martha tiene una especie de peluquería, donde con unas láminas viejas que sacó de un cementerio de chatarra hace lo que ahora se conoce como “alisado Churún Merú” a todas las sifrinas. La vaina quema el pelo, pero liso queda y se queda, a pesar de la humedad. Además hace las uñas y los pies con lo que puede, porque aquí el socialismo arrebatará muchas cosas, pero el glamour jamás.
Todo está jodido, pero uno no cambia. Hay gente que todavía se reúne en un ranchito, entre unos tobos de limpiar piso y siempre llega alguien que tiene un amigo, que la prima tiene una hija bellísima que se va a casar con un militar y que aparentemente le contaron que los militares están hartos de Chávez, que no les gusta el socialismo y que pronto “se va a parar un peo en esta vaina.” Mientras tanto no se consigue café, ni té, ni arroz, sino las cosas raras que dan con la tarjeta de racionamiento en Mercal. Tienes que apagar las luces a las 8 de la noche porque el estado no tiene para financiar tanta electricidad, pero qué carajo, si no hay luna llena prenderás una vela, total tú tienes contactos para conseguirla, pobres los pendejos que no los tienen, ese sí ya no es tu peo. Es que en el fondo estás bien, tienes tu vela coño.
Hay cosas que de vez en cuanto te hacen pensar que dentro todo si puede ser que nos haya caído la mierda encima, que de verdad nos fuimos para peor y que aunque no queramos aceptarlo todos estamos jodidos, es que Teodoro Petkoff se quedó en Venezuela y no hace tanta disidencia como todos pensaban, simplemente se la pasa abrazado a un poste de la plaza Bolívar y grita “¡la plaza es mía!” como en la película Cinema Paradiso.
Pareciera que hay cosas que no pueden sino ser producto de la ficción. Pero hay que tener cuidado, como dicen la realidad termina siendo más extraña que la ficción.

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