Dos Vacas Hablando con el Diablo



Parece el título de una fábula o de un artículo de opinión. Realmente, dos vacas hablando con el diablo fue el resultado de nada más y nada menos que la fiesta a la que lo tocó ir a una amiga de mi hermana. Resulta ser que esta señora a quien llamaremos María Sofía tiene una amiga que la llama y le empieza a pedir consejos para la celebración de los 50 años de su esposo. Le pregunta cosas como, cuántos mesoneros contratar, qué tipo de pasapalos poner, qué grupo de música sería mejor y de paso le informa que la fiesta va a ser de disfraces; le dice que tiene que buscarse un tremendo disfraz para la fiesta. Preocupada, María Sofía empieza a pensar qué realmente no tiene qué ponerse para la fiesta. Ese momento coincidió con un viaje a Nueva York y en una caminata pasan enfrente de una tienda de disfraces. Entran en la tienda y comienzan a ver que los disfraces de mujeres son un tanto escotados, por así decirlo. La enfermera puta, la policía ramera, en fin, que no consiguen nada que sea adecuado para la fiesta y deciden comprar los únicos disfraces que servían tanto para hombre como mujer: vaca.
Llega el día de la fiesta y se preparan las vacas para lucirse. Se pintan las caras de blanco y negro y salen para su fiesta. Lo que vieron al llegar fue algo casi surrealista. Seis personas (ocho con ellos) disfrazados, alrededor de una mesa, con buffet, con más mesoneros que invitados y con pasapalos como si fuera un matrimonio en la esmeralda. Se sentían como unos imbéciles, sentados, como si fuera una cena en honor del Rey León, la anfitriona vestida de los Fantásticos. Las cosas no podrían ser más locas hasta que apareció nada más y nada menos que un grupo de tambores. Los invitados se miraban entre sí, tambores no es algo que uno baila disfrazado de vaca con gente que uno no conoce y menos si es un total de 8 personas. Los mesoneros mirando aquello, lo que quizás fue la mejor fiesta de sus vidas, por lo absurdo de la situación y los del grupo de tambores intentando animarlos.
Las vacas se sentían extrañas. Defraudadas. Tanta pinta para ocho personas. Tanto disfraz comprado en Nueva York. Al final se ponen a hablar con otro de los invitados, a quien acababan de conocer y en eso se dan cuenta, que no son una gente en una fiesta de disfraces, son dos vacas hablando con el diablo.

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