El Prototipo del Chavista y yo
En estos catorce años hemos venido desarrollando el
prototipo del chavista. El que ha servido de base e instrumento para la instauración del
gobierno cuyas políticas tiene a Venezuela en ruinas. Tal vez no lo conocemos personalmente, pero
si sabemos muy bien quién es. Camisa roja casi siempre. Expresión dura.
Resentido. Amargado. Envidioso. Tiene poco talento y busca conseguir lo que
quiere al mejor modo del parásito, quitándole a los demás lo que tienen, desde
su puesto de trabajo hasta los pequeños placeres. Está tan consumido por el
resentimiento y la baja autoestima, que es
capaz de quedarse sin lo básico con tal de que los demás no los tengan. No
escucha argumentos. No cree en diferencias de opinión. No tiene principios. Se basa en antivalores. No
reflexiona. No le importa nada. No piensa en el futuro, ni le importa. Le da
igual lo que sea de sus hijos, con tal de que sean fieles a esta realidad, en
la que mejor no existe, ni peor tampoco, sólo existe que nadie esté mejor que
él, y que lo mucho o poco que tenga no le cueste nada.
En lo cotidiano es chabacano, grosero, falta de respeto. Si
maneja es de los que lo hace agresivamente. Tira el carro a los peatones, a los
demás carros. No le importa trancar una calle si por comodidad tiene que hacer
algo, desde bajarse a hacer una diligencia, hasta pedir una dirección. No le
importan las leyes de tránsito. No piensa en ellas. Sólo piensa que su corneta
es un instrumento para expresar su descontento con todo lo que le molesta del
sistema automotor. No lo piensa dos veces antes de insultar a cualquiera, sin
importar la edad, ni la circunstancia. Si su vehículo esuna moto fácilmente se puede confundir con un malandro. No piensa mucho en la inseguridad, aunque le haya tocado. Lo ve
como mala suerte, como algo que
sufren todos y con eso se siente tranquilo. Ya no es algo exclusivo. Lo lee
también a través del resentimiento.
Si va a la playa escucha música a todo volumen. No le
importa a quién tenga a la lado. Alguien a quien pueda molestar
su música. Él no piensa en nadie. No le importa nada. Sólo piensa en su
bienestar, su conveniencia. Tira papeles a la calle. Escupe. Si toma el metro
empuja. Si tiene que empujar a una señora con un bebé en los
brazos, lo hace. Jamás se pondría de pie para darle el puesto a una persona
mayor. No aguanta las puertas. No da los buenos días. Tiene un trabajo que consiguió por un amigo, de un amigo. No está calificado para hacerlo, ni le importa. Cualquier cosa que salga mal en su vida jamás será su culpa.
Siempre será de otro. Sobre todo, dirá él, será de quienes quieren regresar a otra
realidad, una que tal vez él mismo ni recuerda, pero en la que la vida era
mucho más complicada para él. Menos cómoda. Con más reglas. Aburrida casi. En
la que tenía que competir con otros para obtener lo que quería. Una competencia
que había asumido que tenía perdida, porque según él siempre la ganaban quienes
tenían más que él. Más de todo. Más talento, más dinero, más ganas, más amor
por la vida, más. Sencillamente más.
Con esta persona es inútil razonar. No escucha. No
sale, ni saldrá jamás de su realidad mediocre. No quiere alcanzar nada. Es cómodo. No tiene vergüenza. Ni familia. Ni Patria.
Ni futuro. Ni construcción de nada. Le da igual la bandera, el himno nacional. Le daría igual irse. Incluso hasta la gustaría, pero sabe que no puede hacerlo. Es como una especie de zombie de
resentimiento y de odio. Sólo quiere una cosa, que alguien haga las cosas por
él, que las haga rápido, y tener a ese alguien ahí para culparle de cualquier
cosa que vaya mal en su vida. Jamás asumirá la responsabilidad de nada. Siempre
habrá alguien de la vida política con quien descargar lo poco o mucho que no le
guste, desde resultados electorales hasta una ley que no les favorable en su
vida diaria. Lo que más le gusta en la vida, en lo que emplea la gran mayoría
de su tiempo, es quejándose.
Catorce años de discurso lo han moldeado. Es el prototipo
que sostiene este gobierno. Yo me
pregunto, desde quienes nos sentimos agredidos y extranjeros en nuestra propia
Patria. Los que sentimos que nos han robado de un sueño de país, los que
estamos aquí y tenemos otro sentido de la vida y de la nacionalidad, los que
jamás nos vimos reflejados en ese discurso, que incluso no lo escuchamos,
porque no podemos, sino que recogemos los retazos para entender cómo cada medida y cada
paso le da forma a nuestra extraña vida de país en régimen de oscura dictadura disfrazada
de algo que llaman socialismo pero no sabemos bien qué es. Me pregunto a veces, ¿qué hemos aprendido de este ser si es que existe? Porque a veces, lo digo con
dolor, pareciera, que la miopía, la comodidad y la flojera no están tan lejos
como pensamos. Me pregunto, ¿cuántas de estas características no las hemos visto
más cerca de lo que pensamos? En gente que viste de muchos colores, a veces
incluso de la oposición más recalcitrante.
Porque yo creo que cuando uno ve los extremos tocarse da
como una sensación de miedo. ¿Qué es lo que no estamos viendo? ¿Qué somos?
Algunos están más cerca de esto de lo que piensan. Sobre todo en la parte de
culpar siempre a otro y esperar soluciones mágicas. Incluso en un resentimiento
que crece.
Lo peor de estos regímenes es como los discursos van calando
y se van a apoderando de la gente sin que se de cuenta. Y tenemos que hacernos
la pregunta, porque sin darnos cuenta esas actitudes alimentan al régimen. Hay
que darse una larga y buena mirada, porque la actitud de cambio y la acción
para la salida no nos es tan lejana como
a veces pensamos, no es responsabilidad de otro, y tenemos derecho, y es más
deber, de alzar la voz que creemos podemos mantener para nuestros adentros sólo
porque hay una cosa llamada MUD, hicimos unas primarias, y queremos un líder.
Da miedo lo bien que ha calado esa lección de que nada
depende de uno y todo es responsabilidad de otro, y que cuando las cosas no
salen bien, hay que salir a señalar culpables y a desestimar cualquier crítica.
No pensar.
Cuando la gente deja de pensar por sí misma, el autoestima
se va para el suelo, y la impotencia va dejando su huella de apaciguamiento. Es
ahí cuando el régimen hizo su trabajo y la dictadura se instala. Sí. Hay que
pensar que tiene el férreo opositor del prototipo del chavista. Y sí, con algo
tan sencillo como trancar el tráfico con el carro, comienza a ser suficiente.
Hay que empezar por preguntarse ¿qué tenemos en común el prototipo del chavista y yo? Y de ahí constituirnos en los ciudadanos del país que queremos. Un país es sus ciudadanos. Es hora de darse cuenta que la base de la pirámide es la que sostiene el peso. Tenemos más poder y por ende responsabilidad de la que creemos.
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