La gente que te quiere sin condiciones
Cayetana y el Cristo Restaurado, falta Charles y Drácula.
A
principios de esta semana decidimos que íbamos a ir a una fiesta de Halloween. Toto,
Charles y yo, dijimos vamos a disfrazarnos, y desde el martes se me metió en la
cabeza la idea de ir de la Duquesa de Alba. Bruja por excelencia. De chamos,
disfrazarnos era algo que amábamos hacer. Revisar el closet de mi mamá, que
puede ser una de las mujeres que más porquerías guarda en la vida. Tú puedes ir
a mi casa y literalmente disfrazarte desde el hombre caja, hasta de Rocío
Dúrcal. Y no son disfraces hiperproducidos. Es la voluntad de haber guardado
durante años unas cuantas pelucas, unas batolas, unas peinetas de plástico,
abanicos que ya están rotos, máscaras que huelen a moho. Cantidad de peroles
que usamos desde el disfraz de rumbera, el de española, el de japonesa, con las
cholas de geisha y todo que fueron un infierno. Mi mamá tiene sombreros como
para hacer una exhibición, y que hace un poco más de un año usé para disfrazar
a Toto de sombrerero para una tarea del taller de Roberto Mata.
De
verdad, creo que si quisiéramos podríamos disfrazar y cobrar por ello. De
hecho, hemos sido tan profesionales, que en una época nos dio hasta por filmar
telenovelas. Y debo decir que lo único que nos separaba de las superproducciones
de los canales locales, era que los sellos de las productoras estilo CORAVEN,
los hacíamos en hojas blancas y los filmábamos durante tres segundos con una
Sony Video 8 que era de mi papá. Gozábamos. Yo fui Marimar como diez veces.
También hicimos una novela de una tipa que se llamaba Blancaflor, pero lo que
más gozamos haciendo fue el Miss Venezuela, en el que por supuesto yo era
nuestra queridísima Maite Delgado y Toto era Gilberto Correa, (su graaaciasss
muñecaaaa), es de esas cosas en las que pienso en lugares como la silla del
dentista, o en la cola del banco. Así puedo ser esa extraña que se ríe sola.
Más de una vez me han dicho, mire mija, el que se ríe solo de su picardía se
acuerda, y entonces me aguanto las ganas de decir, no es sólo de mi picardía,
es que usted ha tenido que escuchar la escena en que yo le decía a Octavio,
“nunca voy a quererte Octavio. Gustavo Zeckerman….era mi amante”. Con una voz
tan Lupita Ferrer, que Lupita me hubiese querido tirar por las escaleras
después de darme una cachetada.
Si
nosotros no terminamos como galanes y divas del dos y del cuatro, creo que fue
porque para cuando nos llegó la edad del casting, ya habíamos quemado la etapa.
Ya nuestras carreras estaban tan avanzadas que éramos como esos actores que se
cansan de actuar y entonces quieren ser productores, y directores, y
escritores. La verdad es que siempre quise escribir mi propia telenovela. Y
además escribirla mexicana, y sí, no lo voy a negar, yo quería ser la
protagonista, y escribirme diálogos con un personaje que sería La Chole, porque
en toda novela latinoamericana hay una chole, o una nana, y una mujer que llora
por un hombre que en teoría no la quiere, o la desprecia por pobre, o la ignora
porque la mamá la desprecia por pobre, hasta que un día se entera que es rica.
Y la mujer además es Mariana y le reza a la Virgen, “hay virgencita, te pido
por favor que Javier Raúl no se entregue a Brauliana”.
Todo
eso lo hicimos juntos. Lo soñamos juntos. Y nos matábamos de risa cuando nos
sentábamos ver las telenovelas que grabábamos. Durante mucho tiempo nos
amenazamos mutuamente con enseñárselos al mundo entero. ¿Y qué pasa si alguien
ve esto? Sí. Más o menos el fin del mundo. Porque éramos de los pocos locos
capaces de actuar su fantasía, y mantenerlo en secreto. Y guardarlo. ¿Tú crees
que yo le puedo enseñar esto a la persona con que me case? Mi prima decía,
mira, creo que si tienes diez años de casada, y tienes hijos ya, y ….no mejor
nunca se lo enseñes. Esto no lo aguanta alguien que no haya estado metido en el
lío.
Es
la muestra de lo que somos. Una unión. Un clan. Una gente que sigue estando
allí, no importa lo que pase. Ni quién sea presidente. Ni qué huracanes
pasaron. Ni cuántos kilos has engordado. Ni qué restoranes pasaron de moda. Ni
qué música espantosa es ahora la que más vende. Ni qué deportista se drogó y
pasó a la infamia. Ni qué celular ya es obsoleto. Ni quién vino o se fue de tu
vida, o se burló de ti, o le hiciste algo a alguien, o si por fin nunca te
mudaste de casa de tu mamá.
En
los días tristes. En que el corazón se me arruga. En que necesito aliados para
mis batallas. En que necesito un equipo de cheerleaders gritando tú puedes, y
todas esas frases que son trilladas, pero necesarias, diciendo verdades,
también mentiras. En días en que necesito una mano. En días en que necesito el
mejor gin and tonic que ustedes hayan probado en la vida, con un cigarro y un
yesquero que sirva. En días en que quiero ser yo misma. Con mis rulos, mis
rollos, de barriga y mentales. En días en que la vida es demasiado la vida. Es
allí cuando está esta gente.
Los
juzgo un poquito. De verdad que sí. Porque no soy una persona fácil. No sé cómo
han aguantado tanto tiempo conmigo. A lo mejor ya es las costumbre. O a lo
mejor es lo que, nunca vas a echar a perder la amistad con esa persona que está
dispuesta a vestirse de Cayetana Martínez de Irujo, y de pintarte el cristo
restaurado en una media panty, de prestarte una capa de madrastra de
Blancanieves, y entrar a una fiesta en la que el resto del mundo está vestido
de caperucita puta.
Esta
mañana cuando vi que salía el sol, cosa que me fascina ver, me dije a mí misma,
eres una tipa afortunada. Porque tener suerte en la vida no es que el sol salga
todos los días. No es que no llueva. No es que el camino no se ponga cuesta
arriba. No es que no dudes. No es que no te halles. No es que hayas escogido
una profesión que requiere una valentía y una disciplina que no todo el mundo
tiene.
No.
Es tener alguien que te ama en los momentos en que tú te odias. Sin hacerte
preguntas. Sólo siguiendo el instinto que tiene el amigo de estar allí. Tener suerte en la vida es tener esa gente que
como dice Carrey Bradshaw, te ama no
matter what.
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