Día 4 Un poco intenso



 Ya llego al café y el señor de la barra me dice “jugo de naranja y café con leche”. Sí. Ya soy de aquí. Me saluda el señor del perro y yo saludo a su perro. Es un perro negro, peludo y pequeño, con la cola en un arco invertido que denota que es de raza, de varias razas. Esos son los mejores. Aunque yo amo todos los perros. Soy canina, aunque aprendí a querer los gatos, ciertos gatos, no todos. Pero no me molestan en general.

En todo caso, me quedo viendo al perrito negro. Simpático. Me implora una caricia con su mirada. Tiene esa mirada de perro tranquilo, amable, fiel. Se ve que es de esos perros que sufren de ataques graves de ansiedad de serparación, que no van a morder al amo aún cuando este de zapatazos, portazos, periodicazos y todos los “azos” que hacemos los humanos cuando nos falla la inteligencia emocional.

Yo veo a este perro y pienso en la falta que me hace mi perro. Creo que todo el mundo debería tener un perro. Una mascota al menos. Siento que el contacto con los animales humaniza y calma. Y me podrán llamar loca  pero creo que a veces es hasta un ejemplo. Aunque como todo uno se da cuenta tarde, o sencillamente no se da cuenta.

Extraño mucho a mis perros. Desde que me mudé de casa de mi mamá ya no viven conmigo, y la verdad, aunque mis hermanas viven diciéndome que los olvidé y tal y que se yo, eso no es lo cierto. Los extraño. La compañía de un perro es reconfortante, es como esa manta de seguridad que tuvimos que dejar porque la edad impedía su uso, porque había que acoplarse a la regla de que a medida que creces tienes que hacerte independiente y valerte por ti mismo y no puedes andar dependiendo de nada. De muletas emocionales sobre todo.

Pero todos en algún momento necesitamos una andadera, un coche, un carro que nos ayude a llevar el peso de lo que estamos viviendo. Porque la verdad es que a veces uno no puede solo. Me pasa que siento que a veces el mundo se ha vuelto tan sínico, tan desalmado, tan competitivo, tan quítate tú para ponerme yo, tan quién eres tú, quién te crees que eres, que uno no sabe en quién confiar.

Es la anorexia emocional. Así como nos vemos obligados a estar físicamente perfectos, porque las portadas de las revistas nos ponen a competir con el Photoshop y a pasar hambre, así mismo tenemos que maquillar nuestras vidas para que parezcan perfectas. Basta meterse en Facebook. No todo el mundo, pero mucha gente. La gran mayoría me temo, te presenta un feed que parece un gran esfuerzo por convencerse de que todo está bien. De que todo es perfecto. De que Edith Piaf veía las cosas a través de sus lentes color de rosa, y uno los ve a través de sus lentes photoshop.

Si la vida es una mierda, basta con una cita de autoayuda. Si tienes una inseguridad basta con una frase de una canción o de un libro. Y ya. Pones la foto de la rumba. Si te sientes insegura como mamá todo lo arregla una foto de la niñita sonriendo, y que todo el mundo piense, y se de cuenta que nada te afecta, que no necesitas muletas, que no eres humano, que eres…joder, normal. Que cabes dentro del molde, que no piensas más de lo que te toca pensar, que no te sales de la norma, que no opinas sobre temas controversiales, que no escatimas en tiempo para dejarle claro a la humanidad que tú al final de te convertiste en alguien de provecho, de bien, que llegaste al fin de tu historia mucho antes del fin de tus días, que todo valió la pena. Al final valió la pena porque mira, diez likes en Facebook.

Precisamente solía gustarme de las redes sociales que a veces me hacían sentir menos sola. Pero últimamente es lo contrario. A veces siento que lo que realmente importa en el mundo se va yendo por un caño, como el agua se va cuando levantas la tapa de una bañera. Poco a poco. Cada vez más vacío. Más artificial. Menos sincero. Menos auténtico. Hasta el punto que estoy considerando ponerme tetas de silicona, y lo veo como una decisión totalmente normal, sensata, porque ya no es suficiente con lo que uno tiene. Hay que ser perfecto. Hay que ser normal, y un poquito más. Y la consecuencia no es otra que el desengaño.

Y yo termino aquí porque tengo que ponerme a trabajar. Pero sé que este es uno de estos posts a los que muchos reaccionan con un: hoy estás intensa. Y eso…eso es la prueba lo que digo.

Light es bueno. Pero no todo el tiempo. 

PD.: Hoy entraron tres perros al café. Uno los cuales era un boxer inmenso. lo traté de tocar y me ladró. 

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Un poco intensa en verdad, pero no por lo que presupones sino más bien por esa tendencia a definir a los demás como si en verdad tuvieras alguna idea de lo que son, sin darte cuenta que todo el tiempo te estás definiendo a tí misma. Deja de preocuparte tanto y ocúpate, ya sabes que es más productivo. Y los sueños de grandeza... déjalos a un lado, no son más que plomo en las alas.
Karina ha dicho que…
Hace algún tiempo me puse a husmear los blogs de gente desconocida y llegué al tuyo, justo ahora está en favoritos. No sé nada de ti, no creas que te stalkeo (risas), en serio. Es muy muy fino tu blog, amo todo lo que escribes. Y en absoluto, no creo en la intesidad de este blog, es real. Saludos.

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