Día 4 Un poco intenso
En
todo caso, me quedo viendo al perrito negro. Simpático. Me implora una caricia
con su mirada. Tiene esa mirada de perro tranquilo, amable, fiel. Se ve que es
de esos perros que sufren de ataques graves de ansiedad de serparación, que no
van a morder al amo aún cuando este de zapatazos, portazos, periodicazos y
todos los “azos” que hacemos los humanos cuando nos falla la inteligencia
emocional.
Yo
veo a este perro y pienso en la falta que me hace mi perro. Creo que todo el
mundo debería tener un perro. Una mascota al menos. Siento que el contacto con
los animales humaniza y calma. Y me podrán llamar loca pero creo que a veces es hasta un ejemplo.
Aunque como todo uno se da cuenta tarde, o sencillamente no se da cuenta.
Extraño
mucho a mis perros. Desde que me mudé de casa de mi mamá ya no viven conmigo, y
la verdad, aunque mis hermanas viven diciéndome que los olvidé y tal y que se
yo, eso no es lo cierto. Los extraño. La compañía de un perro es reconfortante,
es como esa manta de seguridad que tuvimos que dejar porque la edad impedía su
uso, porque había que acoplarse a la regla de que a medida que creces tienes
que hacerte independiente y valerte por ti mismo y no puedes andar dependiendo
de nada. De muletas emocionales sobre todo.
Pero
todos en algún momento necesitamos una andadera, un coche, un carro que nos ayude
a llevar el peso de lo que estamos viviendo. Porque la verdad es que a veces
uno no puede solo. Me pasa que siento que a veces el mundo se ha vuelto tan
sínico, tan desalmado, tan competitivo, tan quítate tú para ponerme yo, tan
quién eres tú, quién te crees que eres, que uno no sabe en quién confiar.
Es
la anorexia emocional. Así como nos vemos obligados a estar físicamente
perfectos, porque las portadas de las revistas nos ponen a competir con el
Photoshop y a pasar hambre, así mismo tenemos que maquillar nuestras vidas para
que parezcan perfectas. Basta meterse en Facebook. No todo el mundo, pero mucha
gente. La gran mayoría me temo, te presenta un feed que parece un gran esfuerzo
por convencerse de que todo está bien. De que todo es perfecto. De que Edith
Piaf veía las cosas a través de sus lentes color de rosa, y uno los ve a través
de sus lentes photoshop.
Si
la vida es una mierda, basta con una cita de autoayuda. Si tienes una
inseguridad basta con una frase de una canción o de un libro. Y ya. Pones la
foto de la rumba. Si te sientes insegura como mamá todo lo arregla una foto de
la niñita sonriendo, y que todo el mundo piense, y se de cuenta que nada te
afecta, que no necesitas muletas, que no eres humano, que eres…joder, normal.
Que cabes dentro del molde, que no piensas más de lo que te toca pensar, que no
te sales de la norma, que no opinas sobre temas controversiales, que no
escatimas en tiempo para dejarle claro a la humanidad que tú al final de te
convertiste en alguien de provecho, de bien, que llegaste al fin de tu historia
mucho antes del fin de tus días, que todo valió la pena. Al final valió la pena
porque mira, diez likes en Facebook.
Precisamente
solía gustarme de las redes sociales que a veces me hacían sentir menos sola.
Pero últimamente es lo contrario. A veces siento que lo que realmente importa
en el mundo se va yendo por un caño, como el agua se va cuando levantas la tapa
de una bañera. Poco a poco. Cada vez más vacío. Más artificial. Menos sincero.
Menos auténtico. Hasta el punto que estoy considerando ponerme tetas de
silicona, y lo veo como una decisión totalmente normal, sensata, porque ya no
es suficiente con lo que uno tiene. Hay que ser perfecto. Hay que ser normal, y
un poquito más. Y la consecuencia no es otra que el desengaño.
Y yo
termino aquí porque tengo que ponerme a trabajar. Pero sé que este es uno de
estos posts a los que muchos reaccionan con un: hoy estás intensa. Y eso…eso es
la prueba lo que digo.
Light
es bueno. Pero no todo el tiempo.
PD.: Hoy entraron tres perros al café. Uno los cuales era un boxer inmenso. lo traté de tocar y me ladró.
Comentarios