Día 3.5
Día 3.5
Cambié
de café. No por nada. Mañana volveré al de siempre. Con todo y que hoy me
trataron mal. Medio mal. Me ignoran pues. Porque aquí son así. Unos
antipáticos, hasta que te das cuenta que se están burlando de ti y es un humor
negro absurdo que uno no capta. Así en plan, ah ok. Era chiste. Osea que en el
fondo si eres pana. No sé. Creo que tiene algo que ver con que la gente no se
ve a los ojos. Y cuando se ve es como intenso. Y entonces sonríes y ahí los
desarmas por completo, porque estas ciudades enormes, llenas de gente son muy
inhumanas. Son casi tan inhumanas y antisociales como las redes sociales.
Lo
cierto es que cambié de café. Tenía tiempo diciendo que me quería sentar aquí.
Aquí he pasado varias noches porque este es el último lugar que cierra en la
madrugada. Corrección, creo, si la borrachera no me engaña, que no cierra. Está
abierto 24/24. Es de esos lugares que
son feos, pero no son feos. O me lo recordaba más feo. O es que lo remodelaron.
No sé. No se pueden confiar en los recuerdos salidos de la metamorfosis mental
de la borrachera. Lo cierto es que yo tenía un miedo con este lugar. Pero a la
vez un grato recuerdo de haberme reído, reído, reído tanto. Y lo mejor de todo,
de haber amanecido al día siguiente sin razón. Un poco como uno se imagina que
va a ser el cielo. Borracheras de risa, sin ratón y al día siguiente muchos
libros, purruños del ser amado, chocolate y sexo. Ah, y raciones de papas
fritas que no engorden. El culo de Cindy Crawford. ¿Me faltó algo? No. No estoy
pidiendo la perfección. Yo me quedo con mi dedo chiquito del pie encaramado y
mi diente canino un poco montado. Ese que me costó tremendo lío entre mi mamá y
el dentista y en el que yo salí regañada, pero sin aparatos. Los odiados
aparatos.
Cambié
de café por una razón. Es de noche. Y pensé que como era de noche debería hacer
algo diferente. Además pensé que como es de noche me debo a mí misma salir.
Joder. Vivo en una ciudad en la que no se puede salir ni a la esquina a ninguna
hora sin sentir que a menos que tengas las bolas de James Bond, el pecho de
Batman, la capa de Superman y el soporte técnico de Jack Bauer, las
probabilidades de que alguien te joda son grandes. (Sí. Pensé en las tetas de
Supergirl, pero esas sólo sirven para levantar no para evitar jodidas callejeras,
y además, no hay que ser súper-heroína para tenerlas, sólo tener acceso a un
Credi-Lola).
Así
que cambié de café. Pensé en venir una mañana, porque una vez vi aquí una
omelette que se veía buena. Pero entonces me asaltó el tema de la rutina y la fidelidad
y me quedé en Le Parisien. Pero como era de noche, y hoy ha hecho calor.
Cambié. Ya lo dije. Me metí aquí en el Old Navy.
Aquí
escribió Cortázar. Nada de cursilerías de “tal vez se sentó en esta misma
mesa…” nada que ver. Las paredes están recién pintadas, la cuenta es
electrónica, hay calcomanías de Visa, Maestro y MasterCard en la puerta, y un
Body Shop al lado. Esto apesta a globalización, se pone peor si te fijas en el
logo de Coca-Cola en el pizarrón que tiene el menú. Pero igual es un lugar en
el que nadie se fijaría. No es pintoresco. Ni tiene sillas de cuero, ni mesitas
redonditas. No se ve gente chic tomando traguitos de copas con líquido rosado
que se ven asquerosas, o vinito blanco porque hay que seguir la recomendación
de la tía que cuando le dijimos, tía vamos a París, ay mi amor, tienes que ir
al Mondrian o un café que se llama Le Pré y tomarte un vinito viendo a la gente
pasar. Tu sabes, como hacen los parisinos. No. Este lugar no huele a Chanel Nº
5. Aquí huele a steake tartare y papitas fritas. Y yo me estoy muriendo por
pedir una ración de papitas fritas, con salsa de tomate (porque soy hija de la
globalización y a mucha honra, qué carajo. Arriba el libre mercado. Me la trae
y que sea Ketchup. Para vainas caseras tengo un cerro de libros de cocina.
Nunca he entendido el ir a comer fuera esperando “algo casero”.)
No
voy a pedir paptias fritas por dos razones. La secundaria: engordan. De ahora
en adelante engordar es secundario. De verdad. Sorry. No, es que me quiero
poner como una pelota de playa. ¡Quiero vivir! Eso es todo. Así que si se me
acaba esta cerveza pido otra. Y que se jodan los enfermos. Y mañana caminaré
como alma en pena. Suena Robert Plant, me siento rebelde. Se cuenta y no se
cree. Después de leer mi libro me dirán, una segunda cerveza, ¿era un acto de
rebeldía? Bueno. No sé. Habrá que leer el libro y me dirán.
Por
cierto. Las páginas me llaman. Se acaba este ejercicio de calentamiento. Me
tengo que ir. De regreso a la historia. Si quieren estar a tono con mi día, pongan
Fate of Nations de Robert Plant. A través del sonido escucho que alguien dice
en francés, es que ella está sola…se acerca un tipo. Demasiado galán y me
regala una flor. Yo pensaba que eso ya no existía. Pero como que si existe. Y
yo que pensé que las flores se habían acabado. Y yo que pensé que los
vendedores de flores de las calles jamás vendían. Para mí siempre han sido un
enigma. Tal vez el tercer libro sea sobre uno de esos vendedores. Tal vez un
día uno de ustedes venga al Old Navy y yo les venda flores, y parezca algo
raro, pero no, sólo sería yo tratando de meterme en otra piel. Cosa que voy a
hacer justo en este momento.
La
cervecita me está mandando una especie de cosquilla que es como cuando el avión
dicen por el autoparlante “verification de la porte possée” o si es American es
algo como “Flight attendants prepare for takeoff”. Nos fuimos de aquí señores.
Las ficción nos espera. Cualquier parecido con la realidad…no es coincidencia,
es una cagada.
PD.:
Sneak Preview: así empieza la novela. Es la advertencia pues.
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