Una floja que quiere hacer ejercicio


Hoy me levanté dispuesta a volver al mundo del ejercicio. Temprano como siempre, pero nada más por el hecho de que en vez de sentarme con mi café a escribir, iba a salir a hacer ejercicio, ya la flojera llegaba al techo, presionaba hacia mi cama, y me hacía casi imposible pararme. Como si estuviera atrapada por un yunque.

Jamás entenderé a esas personas que son felices por el ejercicio. Esos seres que pasan una, dos y tres horas en un gimnasio. Jamás podré. Y mira que lo he intentado. Lo he intentado todo. He ido a gimnasios caros, baratos, chiquitos, grandes. Fui al que iban las misses, a ver si teniéndolas al lado eso me motivaba. Lo único que logró fue abrir un hueco en mi autoestima, pues todo el mundo las veía y a mí no me paraban ni para cobrarme la mensualidad. Claro, que yo tampoco esperaba que al estar al lado de una de ellas Osmel viniera a escogerme a mí, pero de ahí a que casi ni existas para el resto de la humanidad, es como mucho.

Yo el tema del gimnasio lo abandoné. Respeto a los asiduos del local por excelencia de las barquillas. Pero no me gustan los ambientes de gimnasio. Es demasiada gente junta viéndose al espejo. Es demasiado ego metido en un lugar tan pequeño. Demasiada pierna. Demasiado abdominal. Demasiada ropa apretada fuera de una playa o un cabaret. Y hay un componente sexual que es difícil de definir, porque no tiene nada que ver con la seducción, sino directamente con el sexo. Creo que tiene que ver con que la gente está sudando, muchos hacen ruidos que harían en la cama, y la realidad es que para mucha gente el gimnasio es un lugar para buscarse, no una pareja, sino más bien lo que coloquialmente se conoce como: un machuque.

Y ni hablar del poco de amas de casa desesperadas. Que entonces te miran un poco aprensivas viendo a ver si tú eres una de ellas, o si eres de uno de los otros dos bandos enemigos. De las solteras, o de las casadas pero que trabaja. Que desaprueban del otro bando. Es hostil el ambiente. Las mujeres no nos perdonamos nada. Menos en un locker. Todo el mundo te mira de arriba abajo para ver en donde te gana. Si es porque tienen más tetas. Si es porque tienen unos glúteos de La Mole de Roca Quiero Ser. Si es porque levantan ocho veces su peso cuando hace pectorales.

A mí no me gustan los bandos. Me molesta enormemente que me vean de arriba a abajo. Y me parece ridículo andar compitiendo con nadie en un gimnasio. Entonces. No volví más nunca. Yo que soy tan habladora, jamás hice un amigo o amiga. Jamás entablé una relación con alguien, salvo con la cajera de la fuente de soda. Porque incluso la gordita que se mataba en sus 20 minutos de caminadora, dándole todo su esfuerzo, combatiendo miradas de lástima y desaprobación de los atletas entregados y perfectos, cuyo único pecado en la vida aparentemente es mirar de lejos un carbohidrato. Ella tampoco me quería hablar. Pues casi todos, no se puede generalizar tampoco, están escondidos bajo un velo muy extraño.

Así que el gimnasio me hacía sentir triste. Y más nunca gasté plata en eso. No volví.

Intenté con videos en mi casa. Pero la cara de estúpidas de las tipas que sonreían como si estuvieran drogadas mientras levantaban pesas, mientras yo pelaba bola como El Fugitivo, me hacía arrecharme. Así que eso también lo dejé.

Pero no me rendí con el ejercicio. Un día del 2006, hice como Forrest Gump. Sin saber muy bien por qué, abrí la puerta y empecé a correr por la calle. Empecé 15 minutos. Luego 20. Y llegué a una hora. Como era una floja de toda la vida, me decía a mí misma, "tú tranquila. Si pasas de 15 ya lo que venga es ganancia." Y se me hacía todo más fácil. Fui mucho al Parque del Este, y aunque los maratonistas te ven como raro, porque yo troto como Phebe Buffet y voy a dos por hora, la verdad es que estar entre árboles y al aire libre, eso me hacía sentir como nunca me había sentido.

Nunca le di a la caminadora. Montarme en una caminadora, a correr para que luego de no sé cuánto tiempo, y no sé cuántos kilómetros mis pies estén en el mismo lugar. No. Eso no lo entiendo. A mí me gusta el asunto hippie. El disfrutar, el sentirme parte del mundo, casi como si fuera un animal. Y me encanta escuchar música. Es más, es una condición sine qua non. Si no tengo la música no puedo hacer nada. Es como el motor. La gasolina.

Claro, que siempre tengo mil excusas para la flojera. Mientras me estoy vistiendo pienso, "cónchale me va a dar como gripe. Mejor no hago ejercicio." O a veces pienso, "es irresponsable ponerme a caminar por el bosque como si fuese Gretel buscando a Hansel cuando tengo tanto por leer y tanto por avanzar en mi novela." Y a veces, cuando logro ponerme la ropa y salir a mi actividad física, me pongo filosófica.

Entonces en mi mente empiezo a divagar sobre el sentido de lo que estoy haciendo. Me pregunto "¿Cuál es el sentido del ejercicio? ¿La salud? Ok. Eso es un buen punto. El cuerpo se siente mucho mejor cuando ha sido ejercitado. Pero, yo no lo estoy haciendo por eso. Yo lo estoy haciendo por vanidad. Por no engordar. Por someterme a un canon de belleza que no fue impuesto por mí. Que yo ni siquiera apruebo. Yo estoy cayendo en el plan del fisiquismo exagerado. Un plan de gente que niega totalmente su lado intelectual, la gente que no lee, que no escribe. Estoy haciendo algo que no comparto, que va en contra de mis ideas y que me roba tiempo valioso de mis horas de literatura." Y así, bajo aquel tormento, paro. ¿Quién no pararía?

La verdad es que hacer ejercicio es sabroso. Y tengo que admitirlo. También tengo que admitir que el ejercicio ayuda a abrir la mente. Que no es justo decir que es de gente que no lee, y que eso es una excusa barata para buscar algún tipo de superioridad en ser floja.

El ejercicio despeja. Mejora las condiciones del cuerpo. Cuando me dio por trotar, de verdad yo era otra persona estaba muy contenta. Y hasta me ayudó a ser más creativa. Pues estando al aire libre, cuando apartaba de mi mente el pensamiento anti ejercicio pensaba en cosas interesantes y desarrollaba ideas. Pero paré hace unos dos meses y no he podido volver a arrancar.

Ahora he decidido que hoy es el día. Tengo los zapatos de goma puestos, y lo único que puedo pensar es "¡qué flojera! Que vuelvan rápido esos días en que era mucho más feliz haciendo ejercicio que sentada en mi silla."

Comentarios

Ira Vergani ha dicho que…
Aja y fuiste? que tal? yo siento que mi cuerpo me pide movimiento pero no te imaginas las pocas ganas que mi alma tiene!!!!
Clara Machado ha dicho que…
Sí. Camine! :) Jajaja. Me duelen un poco las piernas. Tengo que admitirlo. Hoy sigo! La flojera es terrible, pero hay que hacerlo.
Anónimo ha dicho que…
Hoy te descubro Manuela,esarios, excelentes tus articulos,
Yo tambien soy refloja para hacer ejercicios pero son nec
Anónimo ha dicho que…
Tal cual... jajaja justo cuando me voy ya a levantar me pongo feminista al respecto y me digo: y que me importa lo que la gente piensa de mi cuerpo y bla bla bla y luego más tarde con el bojote de cuerpos perfectos en la ciudad digo otra vez mañana hago ejercicios...

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