Pez Sapo Fuera de Aquí o La Amargura de Tener Gripe


Ocurre de repente. Estás perfecto, llevando tu día como si nada. A lo mejor, como me ocurrió en esta caso estás en tu cama y acabas de abrir los ojos. Y allí está. Tu tragas pensando, es la sequedad del ambiente. Es que necesito un trago de agua. Tomas agua. Bastante agua. Y con cada trago sigue estando allí. Se alivia pero no se va. Mientras caminas al baño sientes que hay algo raro en tu cuerpo. No se incorpora como de costumbre. Pareciera que cada hueso le está avisando al que tiene al lado "pana estamos caminando, nos tenemos que mover." Pero algo falla. La comunicación no es buena. Tú no lo quieres procesar. No lo quieres aceptar. Hasta que prendes la luz, te ves la cara en el espejo y tus ojos parecen un huevo frito con la yema rota. Y entonces no te queda otra que aceptarlo. Tienes gripe.

Yo tenía más de un año sin gripe. La gripe a mi generalmente me da en noviembre cuando el Capín Melado baja del Ávila. Entonces me da un ataque de alergia, me da dolor de garganta y lo único que me espera es como dice Allen Harper, esperar la dulce liberación de la muerte. Esa muerte que vives bajo las sábanas de tu cama, con la caja de clínex en la mano, esperando a que llegue la operación de choque e intimidación (término militar gringo) del virus que te ataca. El dolor de cabeza.

El dolor de cabeza de la gripe no es como ningún otro dolor de cabeza. No es como el dolor de cabeza del ratón, ratones martillando tu cerebro. No es como el de la migraña, telarañas que te cubren hasta los ojos. No es como el dolor de cabeza de un golpe, como si tuvieras una sirena de ambulancia en la cabeza. Este dolor es único e irrepetible. Es como si un Pez Sapo se estuviera inflando en tu cabeza. Poco a poco. Despacio, el bicho se va llenando de aire y tú sientes como se hace espacio entre tus ojos, tu nariz. Y sobre todo tus oídos. Entonces el pez sapo que habita en tu cabeza se apodera del espacio de tus oídos y se te tapan. Tú soplas. Tragas. Masticas chicle como una vaca pastando. Como caballo en potrero. Nada. No pasa absolutamente nada. Si algo es que logras, sin saber cómo, taparlos más.

Además la gripe es una enfermedad que todo el mundo menosprecia. Nadie entiende que la gripe hay que acostarla. Arroparla. Dejarse morir. Pero el mundo entero trata la gripe como una no-enfermedad. Será porque las propagandas de Tera-Grip donde un infeliz pone cara de que se acaba de hacer la paja después de tomarse el tecito le hacen pensar a la gente que con tomarte una pepa el malestar se va. Pues no. El malestar sigue allí. Puede ser que un Atamel te ayude, que el Fedyclar contribuya a que te vayas destapando. Pero no te cura. No te hace sentir bien del todo. Y la única idea que procesa la cabeza es la de cama.

Y ya por último la gripe tiene el problema de los mocos. Los mocos que duran mucho más allá del día en que te levantas y ya le dices al mundo: estoy mejor. Sí, estás mejor. Pero no estás libre del pañuelito. Y Dios te guarde de salir de tu casa sin clínex, porque lo que te vas a ganar es el premio gordo de miradas de asco de la gente, que te verá viendo a ver cómo haces para limpiarte la nariz. O como inspiras una y otra vez como si fueras el pana del perfume, intentando a toda costa que no salgan. Como si al entrar al fondo de la nariz fuesen a desaparecer.

El tema de los mocos es de lo más desagradable. A mí me hubiese encantado ser enfermera. De verdad. Pero no me fui por ahí porque no soporto los fluidos corporales y uno de ellos son los mocos. Para mí los mocos, a pesar de lo que escribo aquí son tema tabú. En mi casa uno se ríe de historias de diarrea y peos, eso es cómico. Pero no se habla de los mocos. Y sorprendentemente el mundo entero habla de ellos con la misma naturalidad con que se pregunta ¿Qué hiciste este fin de semana? Sí. Me he dado cuenta de que mucha gente a la expresión tengo gripe responde: ¿De qué color son los mocos?

Esa pregunta no la pienso responder. Salvo a dos personas en todo el mundo: mi mamá, y mi médico. Porque sí, no importa la edad que tenga mi mamá al yo decirle que me siento mal me pone la mano en la frente, después en el cuello y dice una de tres cosas: tienes fiebre, tienes quebranto o no tienes nada. Y el médico porque bueno, a mí me enseñaron que uno al médico le cuenta todo. Aunque yo no dejo de imaginarme al tipo mandando un pin a un pana diciendo: "pana, qué día llevo. Van dos pacientes y la que acaba de salir me describió los mocos sin tapujo. Qué cochinada. Aquí llega cada personaje." Sí. Juramento hipocrático y todo lo que tú quieras, yo creo que tarde o temprano se burlan de uno. Pero más fuerte es el enanito hipocondríaco que dice en mi mente: ¿Y si no le dices bien el color de los mocos y resulta que el color de los mocos es el síntoma de una enfermedad mortal que te van a detectar a tiempo? Así que como seguro mató a confianza yo hablo y no escatimo en detalles.

Un buen día el pez sapo se desinfla. Los mocos se secan. Vuelves a hacer tú. Pero el recuerdo, el trauma queda en tu memoria y es por eso que cada vez que se te acerca un griposo en vez de decirle cariñosamente, ¿qué te estás tomando? Le dices con cara de espanto: echa pa´lla, no me pegues esa vaina. Así es le vida. Yo por ahora tengo que dejar este post, porque otro efecto de la gripe es que cualquier cosa molesta los ojos. Estoy Trillonario.com quiero gritar: AAAAAAAAa ¡Pez sapo! ¡Fuera de aquí! Cómo me amarga tener gripe.

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