Después de Paris

Hay momentos en que una simple idea golpea. Verdades. Cosas que son. Cosas de las que deberías estar consciente y resulta que no te das cuenta. Que como dicen los españoles no te enteras. Eso me pasó en Maiquetía. A punto de montarme en el avión, viendo el mar arrancar a correr detrás de la pista. Viendo los aviones despegar. Acababa de trancar el teléfono. De despedirme de algún amigo o amiga. Casualmente. Decía adiós, hasta luego, como si fuera cualquier cosa. Sin darme cuenta que ese día escapaba de ti. Y fue allí, cuando me di cuenta de que en efecto trataba de escapar de ti y que en realidad no podría hacerlo nunca.
Estuviste en cada tarde de Paris. Estuviste en cada verso. En cada frase. Estuviste en las miradas. Estuviste en las bocas. Estuviste en el humo. Estuviste en los bares. Estuviste en los desconocidos. Estuviste en el ardor del alcohol. Estuviste en las mentiras. Estuviste en las tardes, cuando el sol se desangraba para no dejarme, porque la noche siempre fue más dura sin ti. Estuviste en mis inventos. Estuviste en mi soledad. Estuviste en mi compañía. Estuviste en mí. Estuviste en mi deseo. Estuviste en la mentira que fabriqué. Estuviste en la pasión. Estuviste en todos lados menos en la realidad. Y sin embargo, por más que intenté negarlo todo fue verdad.
No puedo sino condenarte a ser el fantasma que ronde estás letras. Vagarás por la prosa. Y algún día, cuando cumplas tu condena mi prosa encontrará tus versos. Y sin embargo, ese día, será igualmente imposible. Estaré en tus tardes de Mar Caribe con infinito horizonte. Estaré en tus mañans de alcohol y sal. Estaré en tu cama vacía. Estaré en el sueño que sueñas despierto. Estaré en los sueños absurdos. Estaré en tu soledad. Estaré en lo que nunca quisiste que fuera. Estaré en tu miedo. Estaré esperándote en la oscuridad y viajaremos hacia la luz que se encuentra en la gloria de las palabras.
Pero no sin que antes cumplas tu sentencia. Y que quede bien claro que no rompo mi promesa de no abandonarte. Simplemente no puedo evitar esta sentencia. Me robo de nuevo la frase del final: “Hay silencios que no hay como interpretarlos.”

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