Cuando Sentir es Imposible


Juan. Esta es la historia que me pediste.
Esa carta, cuya post-data publiqué en el post de Un Mundo para Julius, llegó a Maneula en Paris. Semana Santa del 2005. Estando completamente sola.
Aquella historia, que terminó con las palabras más tristes que alguien le ha escrito, empezó una noche de Enero. Estaba en su cama viendo Shakespeare In Love, cuando algo más que su cursilería le tomó por sorpresa y se encontró llorando hasta que llegó la hora de ir al cumpleaños de una amiga. No sabía qué le había entristecido tan repentinamente, quizás fue ver como Viola y el personaje de Shakespeare podían amarse con una pasión tan grande, que ella sólo pensaba haber sentido por un ser que pasó de una manera fugaz y eterna en su vida. No sabía si llamarlo amor, si llamarlo enamoramiento (como decían sus amigas) u obsesión, pero los sentimientos estaban y la tristeza que generó en ella se manisfestó ese día.
Así que Manuela se declaró triste, pero a la vez decidió enfrentar de algún modo la depresión. Al volver del cumpleaños de su amiga llamó a otra para conversar y desahogarse y esta le dijo de tenía a alguien que al igual que ella estaba un poco aturdido. Tenía una de esas "novias que nada que ver". El típico cuento de "él está tratando de terminar con ella, pero la quiere mucho, está muy enamorado, necesita apoyo porque en el fondo sabe que esa relación no da para más." Así que se pusieron en contacto y salieron a tomar un café para contarse las penas mutuamente.

Manuela Zárate quería confesar algo de sí misma, no que estaba enamorada, porque eso no lo sabía aún, pero si algo confundida y perdida en la jungla de la soltería después de los 25, donde nada de lo que se dice se puede sentir y donde nada de lo que se siente se puede decir.
Esa conversación fue realmente facil y divertida, y nació más que una amistad una complicidad. El niño rompió su relación rápidamente, apoyado en los argumentos de Manuela, que no duda en dar un consejo, y Manuela se sintió apoyada por una persona dispuesta a escuchar cosas que no todo el mundo puede entender. El tiempo fue pasando, y sin darse cuenta esa complicidad tomó un rumbo un tanto intenso que Manuela descubrió cuando el supuesto amigo se le vino encima con un reproche de celos.

Manuela intentó ignorar la situación, hacer como si no fuera con ella, tratando de convencerse de que era más un invento de su vanidad que una sospecha certera. Pero todos los síntomas estaban allí. Las llamadas en la noche. Las invitaciones a cenar. Las miradas. Los intentos. Los atisbos, el juego a la pareja delante de la gente. Era ya obvio y Manuela, como buena mujer intuitiva se daba cuenta de que por su parte todo era artificial, que no tenía sustento, que sus confusiones no la dejarían sentir por nadie nada profundo al menos por un tiempo.

El día del cumpleaños de Manuela aquel niño enamorado se esforzó por cautivarla. El regalo, la hora de llegada a la fiesta, la llamada, la presencia, pero no fue suficiente. Al final de ese día Manuela llegaba a su casa con los pies sangrando de tanto bailar rodeada de sus amigos, de una vida de fiesta pero muy lejos de una relación formal. El triste enamorado se había ido en silencio de una discoteca ruidosa, decadente, después de campanear un trago sólo en la barra y haber intentado manipular a Manuela con una rabieta de novios que terminó por revelar que cualquier cosa que estuviera sintiendo era suya y nada más.
Al día siguiente se presentó a las 2 de la tarde casa de Manuela. Ella con la voz cansada alcanzó a decir muy poco, pero sí pudo escuchar cuando él por fin le dijo:
" Es que me enamoré de ti."
Ella no pudo ni responder. Sólo salieron unas de esas lágrimas como cuando llueve con sol. Los dos llegaron al a conclusión de que era mejor no verse más, al menos por un tiempo, para luego ser amigos. Pero ambos sabían que ese tiempo sería eterno, porque esos amores inconclusos no son de los que dejan espacios para las amistades. Así que ese fue el adios, al menos en físico. Antes de que se fuera Manuela, queriendo dejar su huella le regaló un libro.

Días después vino el viaje a Paris. En Paris llegó via email la carta. La carta decía el adios más bello del mundo. Confesaba una añoranza, una admiración que nunca nadie le había expresado a Manuela. Y así ella conmovida lloraba en un cyber café con argelino de un lado y francés de 18 años lleno de pepas, que al ver sus lágrimas y su conmoción dijo: "aaa, l´amour."

Y eso fue todo. Manuela salió del cyber café y siguió su vida, sus locuras, sus nuevos amores no amados, pero estando en Paris también le sucedió que compró un disco de una cantante cualquiera que estaba de moda. Lo puso y la canción 2, "ton enfer", le hizo ver que estaba enamorada. Mal. Grave. De frente y sin cura ni remedio. De alguien que era su vida. Su destino. Su norte. Su razón. Pero a la vez alguien que no era para ella, de un imposible, pero eso es otra historia. En todo caso es triste llegar a ese punto cuando sentir es imposible.

Comentarios

maranga ha dicho que…
Muy bello... quería leer más y eso que ya me conozco esa historia!!! hasta que leí PEPAS y CYBER CAFÉ...

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