Soy esa mamá
Anoche no pude dormir. En parte por la tormenta y el miedo
heredado de mi hijo a los truenos. Me quedé en la cama pensando en la alergia
que tengo y en el montón de cosas que tengo que hacer y las ganas que tengo que
quedarme arropada con un libro, apagar el celular, comer chocolate y dejar que
pase el día sin tener que pararme de la cama para gran cosa. La realidad es muy
distinta. No sólo está el trabajo y esa sensación que tengo cuando dejo pasar
un día, de que he perdido el tiempo necesario para alcanzar mis metas.
Cuando son ya las cinco de la mañana y lucho contra mi
propia recomendación de intentar no levantarme tan temprano, me levanto y me
digo que tal vez valga la pena hacer el esfuerzo de dejar pasar unos días y
repensar las estrategias de todo.
Este verano fue quizás el mejor de nuestras vidas como
familia. A diferencia de otros veranos no me impuse una rutina de trabajo tan
estricta. Quizás para muchas personas yo no trabajo, - me lo han dicho- porque
no tengo una oficina, un jefe, una rutina y porque todavía no publico mis
libros, de modo que mucha gente lo asume como que “no estás haciendo nada”. En
realidad, yo me tomo muy en serio lo que hago. Soy muy exigente conmigo misma,
y aunque todavía tengo algo de desorganización
y no tengo claro cómo impulsar mi proyecto, el pensar en ello también me quita
muchísima energía. Estoy muy enfocada, pero cuando publique algo va a ser algo
de calidad. Algo que me haga sentir orgullosa y que comparta con alegría y no
me duelan las críticas.
Este verano, cuando intentaba retomar el horario rígido de todos los años: trabajar
duro hasta las doce, luego niños, luego trabajo en la noche, encontré dos
cosas. Una que al esperar un rato antes de sentarme a trabajar de pronto vi
luces sobre dos proyectos literarios. Uno fue un camino para arreglar la novela
que tengo en curso y otro fue una idea para un proyecto. Escribí todo el
argumento en un cuaderno y me sentí la mujer más prolífica del mundo. Me di
varios días para jugar con mis hijos, pasear con ellos, leerles cuentos y
tomarme las cosas con más calma. Me dio tiempo para pensar sobre nuestra
calidad de vida y lo que les estoy ofreciendo como país. Suena lindo, pero no
fue fácil. Nunca lo es. Y menos cuando te enfrentas a tantas decisiones
complejas.
Me di cuenta que empecé a ser mejor mamá. Y este es un tema
en el que me tengo que detener, porque no sé si le pasa a todo el mundo, pero
la verdad es que me encuentro muchos días diciéndome “hoy tengo que ser mejor
mamá”.
Vi a un psicólogo infantil que me dio unos tips para manejar
a mi Pitoquita y sus temas y me decía “cuando digas tal cosa no pongas cara de
rabia”. Y yo lo anoté, como quien anota, tómese dos ibuprofenos si hay dolor y aplique
hielo tres veces al día. Luego me quedé pensando, eso se dice muy fácil, pero
la verdad, cuando se te desborda el agua de la pasta sobre la hornilla, suena
el teléfono porque te están esperando en casa de tu mamá, hay un cumpleaños al
que no vas a llegar, no tienes nada en la nevera para la lonchera del día
siguiente, los niños pelean y el papá mientras los baña no encuentra las
pijamas porque estabas organizando los uniformes y no las sacaste, encima te
acuerdas que son las siete de la noche y no has leído y el círculo de lectura
es en quince días, te preguntas qué habrá pasado con esa propuesta que mandaste
y que si te vieran te dirían, amiga usted es muy talentosa pero es que se le va
a pegar esa pasta, le vamos a da la oportunidad a una escritora que o no tenga
hijos o haga mejor las cosas: ustedes me dirán, ¿es posible no poner cara de
rabia?
Esta es la parte donde alguien dice organízate. Sí. Es
verdad. Yo no podría ser la asistente de Bill Gates y si les mando el CV para
que me contraten de secretaria, díganme que no. Claro que me pueden mandar para
su departamento creativo, allí les haría los millones. Sin embargo, trato de
ser lo más organizada que puedo. Dentro de lo que mi naturaleza me permite. Soy
una tipa dispersa y soñadora y trato de usar eso como esfuerzo poético, para
crear obras que les lleguen pronto, pero no por el atore de publicar algo para
probarle nada al mundo. Cosa que me pasa con la maternidad. Aquí va: A VECES SIENTO QUE TENGO QUE PROBAR QUÉ TAN
BUENA MAMÁ SOY.
Lo siente uno ante la familia cuando un niño grita, o no
saluda, o no dice lo que los demás esperan, o se hace pipí encima y alguien te
dice, “ay pero tiene tres años, el primo Pedrito, ¿sabes? A los ocho meses se
limpiaba sólo y nunca dejó la poceta sin bajar”. Y tú ahí. Haciendo de
interiores sucios corazón, pensando en el titular de periódico “Hombre de 30
años aún usa pañales por culpa de madre incapaz”. Vas a salir en Oprah
finalmente, pero no cómo tú pensabas.
Empieza el colegio. Están los bultos perfectos, los peinados
simétricos, la mamá que siempre tiene todo al pelo. Llega a la hora exacta y la
tipa tiene delineador en los ojos, perfume y tacones y tú dices, “¡Coño! No me
peiné!”. Esa mamá te pregunta en qué actividades vas a poner a tus hijos este
año y cuando le vas a decir que te estás tomando un tiempo para buscarlas
porque quieres ver cómo arranca y cuáles son sus intereses, ella ya te ha dicho
ballet, gimnasia, violín, francés, arte, cocina, creatividad y soporte escolar
para la escritura. Y tú allí. Con el bulto en la mano, pensando que tu hija no
quiere hacer ballet, y que allí habrá otro titular: “Pudo ser CEO de Apple pero
no lo logró porque madre no la llevó a ballet”. No me pregunten cómo una cosa
tiene que ver con la otra, el tema es que cuando eres mamá así lo sientes, y
así te lo hacen sentir.
No soy la mamá que peina perfecto. Soy la mamá que de
milagro peina. No soy la mamá que pinta, o sí soy, pero soy la mamá que pinta
por fuera de la raya, haciendo un desastre y riéndose porque la mesa de la
terraza tiene una mano azul marcada. No soy la mamá que cocina saludable y
exótico. Ok, no es que les doy papas fritas todos los días, es algo más como
una vez a la semana o cada diez días. Doy dulces. Sí. No doy deditos de manzana
horneada con sonrisitas de canela, ni tengo la receta del pollo salvaje a la
quinua crujiente. Mis hijos comen pasta, comen mucho brócoli, zanahoria, pero
comen chocolate – de hecho pan con chocolate es mi arma secreta para sacarlos
de la cama los lunes-. Soy la mamá que necesita un papá que le recuerde el
antibiótico. No. No soy la mamá a la que le sirve el recordatorio del teléfono.
No soy la mamá toda sonrisas todo el tiempo. Sí tengo una sonrisota, pero
también tengo dientes y muerden. Y mis hijos lo saben. Tal vez soy una mamá que
es una onda expansiva y hago lo posible por no llevarme a mis hijos por
delante. Es más quiero que ellos también sean expansivos y que se expandan
mucho más que yo. Pero sé que todo tiene sus implicaciones.
Soy una mamá que dice que no. Me ha pasado varias veces que
le digo a mis hijos que ¡No! y alguien me dice, pero no le digas que no. Lo
siento. Yo creo que uno tiene que aprender a escuchar la palabra NO. Hay cosas
en la vida que son NO. Y punto. Sin demasiadas explicaciones. Es verdad a un
niño de dos y medio o tres años le cuesta todavía, o no es tanto lo que le
cuesta, es el tema de la oposición. Allí viene el tema más duro de la
maternidad, es una lucha de resistencia. ¿Cuánto tiempo vas a decir que no y
cuánto tiempo va a tratar él de llevarte la contraria?
Yo sólo quiero que aprenda a que cuando su mamá le dice NO,
es algo que se acata y se acostumbre. A veces es NO. Porque el día que lo deje
la novia, o no le den un trabajo, o no saque la nota que esperaba, o no le den
el papel en el acto del colegio, estará más preparado para enfrentar la
frustración. No. No soy de esas mamás que esperan que todo sea lindo, que
siempre ganen, que en el colegio la maestra sólo tenga ojos para él, que el
mundo se le abra, que si saca mala nota es porque el colegio es una basura, la
maestra es bruta y es que es un genio no apreciado en su tiempo.
El mundo está muy duro, y sí soy la mamá que se preocupa por
cómo van a competir, cómo van a surgir, de dónde voy a sacar las herramientas
para darles los valores necesarios para que no se derrumben. De dónde voy a
sacar la espiritualidad equilibrada que quiero para ellos. Nada de culpas, ni
perdones excesivos. Más bien compasión, caridad, honestidad, tolerancia,
respeto, fe, pero sin sentarse a esperar que Dios resuelva. No. A Dios rogando y
con el mazo dando y eso va también en plan pensar en los demás, dar a los más
necesitados, no sólo cosas materiales, sino tiempo. Sí. Soy esa mamá.
A veces grito. Trato de controlar los gritos, porque sé que
no son buenos. Y pido disculpas a mis vecinos, soy una persona que habla duro,
para lo bueno y lo malo.
Soy una mamá que le gusta tener sus actividades. Salir con
mis amigas. Tomarme un vino. Ver una película. Soy la mamá que dice, a partir
de esta hora es el tiempo de los adultos. Punto. Ustedes a dormir o a su
cuarto. No creo que puedan ni deban estar encima de uno todo el día. Y al
contrario, creo que la independencia es importante. Soy una mamá que le gusta
prestar sus zapatos, pero no todos, soy una mamá que no le gusta que le agarren
cierto maquillaje. Soy una mamá que no hace ejercicio. Soy una mamá que no
tiene tanta paciencia para sentarse a hacer tareas, y me he dado cuenta, y
bueno, llamen a todo un cuerpo de psicólogos, que no soy la más indicada para
hacer las tareas con mi hija, porque la vuelvo loca, ella a mí y le va mejor
con un tercero.
Soy una mamá que conoce sus debilidades. Pero a veces siento
que no voy a lograr mi meta de crianza porque el mundo te da tanto palo y te
hace sentir que el amor no es suficiente, que el rol de mamá es uno solo, que
tienes que ser de una manera, decir sólo ciertas cosas y actuar “como una mamá”
y no como tú eres.
A veces me pregunto, si nuestros padres se alimentaron con
toda esta paja, o simplemente fueron ellos mismos. Y allí está la respuesta.
Mis padres no fueron perfectos y como todo el mundo tengo mi dosis de pesadilla
Freudiana. Pero a mí jamás me faltó amor, ni me falta. Ni me falta apoyo. Ni
comprensión. Es más, amo estar con mi familia. Y si algo hicieron bien mis papás,
fue crear un ambiente en que nos divertimos juntos.
Así que yo misma me respondo mis inquietudes. Ya amanece, me
tomo otra taza de café y me dispongo a
vestirme para comenzar a hacer el desayuno y preparar lo que vamos a llevar el
colegio. Tal vez la mejor lección para los hijos es ser uno mismo. Con sus
virtudes y defectos. Sin tratar de jugar al psicólogo improvisado. El amor por
encima de todo. Yo creo que quererse a
uno mismo, sin caer en el egoísmo, es la mejor lección que les podemos dar.
Y para que vean que hay cosas que uno no cambia, voy a
averiguar dónde y cuándo hay clases de ballet. Quien sabe, a lo mejor un día
escribo un post desde el New York City Ballet. Sí. Soy esa mamá. La que tal vez
no lo logra, pero intenta.
Comentarios
Saludos....
https://www.youtube.com/watch?v=ZW1DLhkIlKg
Algop que NADIE te dice sobre la maternidad es el sentimiento de culpa tan horrible que genera. Hay sentimiento de culpa por todo, por ser mala madrte, por no ocuparte mas, por querer trabajar y desarrollarte y quitarle tiempo a ellos, porque te saliste con tus amigas y al dia sigueinte te levantaste tarde (enratonada) y llegaron al colegio muy tarde, o no los llevaste...
En fin...
Lo bueno por lo menos en mi caso es que ya estan mas grandes y ya no le paro a la culpa... Hago lo mejor que puedo hacer con las herramientas que tengo, soy la unica mama que tienen y es la que les toco!
y que alguien venga a decirme o criticarme por ser mala madre para que veas como sale la leona a rugir!!!
Jeje.
Besos.