Está permitido volar

-imaginando una ciudad que no es-

Sueño que dejo el carro estacionado en una de las avenidas de Los Palos Grandes. Pueden ser las once de la mañana, o las cuatro de la tarde. No me fijo. Creo que lo dejé abierto, pero qué importa, las probabilidades de que lo abran son pocas. Se pueden robar una pelota, una caja de analgésicos, unos recortes de periódico, una revista, ¡Ah! Y el último libro de Murakami. Eso sí me duele. No hace demasiado calor. De pronto una brisa. Me volteo. Un pedazo de Ávila. Carros que van. No se escuchan demasiadas cornetas. No hay tanto olor a monóxido de carbono, salvo cuando pasa un camión. A lo lejos una sirena. Un par de personas me pasan caminando. Dos mujeres. Van lento. Hablando despreocupadamente. Ese deje del acento venezolano en mi oreja, el tono de voz y la mirada de la interlocutora. No reparan en mí. Ni en nada de lo que sucede. La otra tiene una gesticulación tan teatral. Es un chisme seguro. Pienso en seguirlas, porque creo escuchar algo como "entonces él...". Sí. Es un chisme seguro. Me encanta enterarme de las cosas de los más. No de todos los detalles, pero sí lo suficiente para inventarme toda la historia en mi cabeza. Se enamoraron. Se prometieron. Uno mintió. El otro lo supo siempre. Uno quiere dejar. El otro también, pero no sin salir tumbando la puerta. Alimento para mis amigos imaginarios. ¿Y tú de dónde sacas tantas cosas? No sé. Mi psiquiatra está tratando de abordar el tema. Hablamos mucho de eso. ¿De política? Jamás. 

Un heladero. Un taxi. Una gente que come en unas mesas puestas en una acera. Un grupo de gente ve un partido de algo en una pantalla enorme en una plaza. Anuncian una feria de no sé qué. Pero igual voy a ver porque me encantan las ferias. Vitrinas. Ofertas. Diligencias pendientes. La alteración de un pantalón. Reparar un teléfono. Recargar el cartucho de una impresora cansada, "mira yo no soy la que debería estar imprimiendo lo que escribes." Librerías. Papelerías. Un anuncio de un local en alquiler. Una llamada. Las cuentas. Ni voy a pensar en eso. Pero lo tienes que hacer. No. Sólo imagínatelo. Es aquí. Aquí se camina mucho, y lo veo perfectamente, una barra, estanterías, y yo detrás. Una gran máquina de café. Productos artesanales. Deliciosos. Libros de todo tipo. Clientes asiduos. Sus vidas extendidas en mi barra. Convertida en psiquiatra de hecho. Consultora sentimental. Eventualmente voy a poner el letrero, Se escriben cartas de amor y abajo: Se reserva el derecho de exigirle que compre una cerveza. Abrimos para desayuno, yo le digo a mis socio, sí ese amigo que prepara unos huevos benedictinos que le van a costar el cielo porque Dios no admite competencia. Ese, va a atender mientras yo voy a comprar el periódico el domingo en la mañana. 

Lo abrimos con el tercera café en la mano. Café venezolano. Producto de exportación, dice el paquete. ¿Qué si lo vendemos? ¡Claro! Empresas que abren. Fábricas. Los titulares son puro color. Las tragedias del mundo están a un océano de por medio. Vamos a recoger útiles escolares en septiembre y regalitos de navidad a fin de año para ayudar a los que no tienen tanto en nuestro propio país. El petróleo ayudó. Aunque como siempre hay políticos demagogos y de mierda. El viejo de la Corte Suprema de Justicia es un señor. Si esta fuera la época de los caballeros andantes él sería uno de esos viejos con armadura que saca la espada y todos se inclinan. He debido terminar la carrera de derecho. 

Vamos a Quinta Crespo el jueves. Es un plan. Vamos a ir a ver ese mercado. No es tanto un mercado, ahora parece un museo. Remodelado. Juan mi amigo, montó una importadora de alimentos y ahí tiene un puesto. Vende como quince tipos de tomate. De todos colores. Vamos a hacer un plato que sea sólo tomate. Vamos a comer. Vamos a beber. Vamos a hacer una fiesta por la sencilla razón de que no la hay. Estamos vivos. Eso es todo. No cumplimos con nadie. La tristeza siempre está ahí claro. La vida no es perfecta. A veces no alcanza. A veces hay trabas. Un burócrata imbécil. Una mala decisión. Un golpe que se escucha. Un grito que no salió a tiempo. Un falta de respeto. Pero en las redes sociales se habla de otra cosa, no de quién es el bueno y el malo, si quien es el bonito y el feo. O algo así. O igual nos juzgamos, pero no como si la infamia dependiera de ello. No es que somos felices, simplemente no tenemos tantas razones para quejarnos. 

Vamos al mar. Dormimos en la playa. Vamos al parque. Dormimos en lo que ahora es una especie de bosque espeso. Hay un lago artificial y puedes alquilar barquitos. Puedes comer en un restaurante al borde del agua. En lo que alguna vez una base área. De vez en cuando hay cosas que vuelan. Mira, Clara, ¿por qué no montas un tarantín de lectura aquí? ¿Tú dices? Sí. Y le decimos a Vargas Llosa que venga. ¿Te imaginas? ¿Y por qué Vargas Llosa? No sé. Creo que es el tipo que le gustaría algo así. No nos va a parar ni medio. Pero se puede soñar, ¿o no? Acompáñame al banco. Y vamos a hablando. Vamos a pie. El problema con caminar en algunas partes de Caracas es que no es una ciudad plana, pero el cielo es infinito. A veces pareciera que el universo no existiera del otro lado. Que este planeta fuera todo. Este cielo lo abarca todo. 

Amamos. Somos. Vivimos. La vida es algo. Pasa y no pasa. La tranquilidad es absurda. Y nos llenamos de poesía e inventamos la locura para que no nos atropelle el aburrimiento. Fabricamos la oscuridad. Guitarras eléctricas, vidrios rotos y palabras que no regresan. 

Bajo nuestros pies hay un suelo. 

Llego al local y escribo otro cartel debajo del de las cartas de amor, dice: Está permitido volar. 

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Buena narrativa

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