El cerebro en Shuffle


Tengo semanas con un post atracado entre el lóbulo frontal del cerebro y media página, si es que a esto se le puede llamar página, de text edit. No me sale. Es un post sobre machismo y feminismo. Un poco el mismo tema que hace un par de semanas declaré en twitter que era un monotema. Tal vez por eso no me sale el post. Agarro mi taza de café. La que amo. O mejor dicho la que he adoptado estos últimos meses, tiene la cara de una mujer y unas flores de esas que se ven en camisas Hawaiianas. Seguro alguien que sepa mucho de moda o de Quicksilver me dice el nombre. Yo no lo sé. Sólo sé que me gusta la taza. Mi taza es como un amuleto. Yo no puedo sentarme a hacer nada sin café. Pero leer el café no sirve cuando quieres que te salga algo para el blog. 

¿Y qué escribo? No sé. Me dice parte de mi cerebro. Dale al post que tienes atracado. Pero cuatro párrafos más tarde,  me aburro. Las relaciones entre hombres y mujeres son tan predecibles. Pero por alguna razón pareciera que no hemos dicho nada, cuando ya se ha dicho todo. Quién no se sabe el cuento de la mujer que enloqueció de celos, que acabó con su relación a punta de comentarios que dejaban claro que la ex de su actual pareja la hacían sentir insegura. Sí, por alguna razón Dios hizo un mundo en el que photoshop no sirve en 3D, el chocolate engorda, el alcohol daña el hígado y la ex siempre tiene más atributos que uno. No. No importa si es fea. No importa si más bruta que una piedra, uno siempre la ve mejor que uno. Es como el lema de las Olimpíadas, más alta, más fuete, más veloz. 

Quien no se sabe el cuento del típico macho. Juró que no iba a hacer celoso, y ahora cada vez que le nombras a ese amigo que tienes años sin ver se pone como una canción de José Luis Perales. Cursi. Predecible. Uno no repara en que ellos también se ponen inseguros. Lástima que no lo demuestran como estrellas de telenovela, sino como primates. Tenemos demasiados Lupita Ferrer y King Kong en nuestras vidas. Yo leo mis cuatro párrafos y pienso. Esto ya se dijo. Por qué mejor no me voy por un camino que ya nadie ha recorrido. 

Entonces cómo es época de elecciones me pongo cursi y nacionalista. Yo amo mi país. Me maltrata. Pero lo quiero. Coño. Me suena demasiado al cuento anterior de el hombre, la mujer, toda la historia de amor que termina con ella leyendo 50 shades of Gray y malinterpretado todo por el sencillo hecho de que la vida amorosa no era tan Disney como nos convencieron. Me pregunto. ¿Por qué nuestras mamás nunca nos dijeron la verdad? A lo mejor el mundo sería peor. Y aunque uno se diga que el mundo no puede ser pero, siempre puede. De verdad mira, claro que todo ser peor. Piensa en ese día que todo está de la patada y entonces, sin aviso, empieza a llover y se te inunda el patio, o el carro se queda sin batería. Siempre puede llover más mierda. Siempre. 

Luego hace dos días digo. Voy a escribir más conclusiones sobre el proceso electora. ¿Para qué? Si ya hay una más teorías sobre el trinfuo de Chávez que usuarios de Facebook. Hay para los gustos. El esotérico tiene las de los astrólogos. El religioso se va porque el tiempo de Dios es perfecto. El analítico porque las piezas jugaron sus estrategias de forma correcta y absurda respectivamente. El apasionado porque lo robaron. El pesimista porque no había, ni hay, ni habrá salida. El optimista porque lo mejor es lo que pasa, y mañana será otro día. Y uno. Uno todo los días piensa algo nuevo, dependiendo de lo que ve, lo que oye, lo que lee. Es muy difícil sacar conclusiones. Demasiada leyenda urbana. Estoy cansada. ¿A quién le importan mis conclusiones? Si ni a mí me interesan.

No quiero hablar más de política. Estoy cansada. No tengo ni idea qué va a pasar. No sé si alguien pueda tenerla. O de cierta forma sí. Sí hay quien puede sacar conclusiones en vista de su preparación como politólogo o algo por el estilo. Pero no. Yo no. Estoy fastidiad del papel del opinado de oficio, que además basa sus conclusiones en "me contaron…" "me  dijeron…" "escuché". El chisme me entretiene. No voy a decir que no. Pero de verdad que usarlo para sacar conclusiones sobre un gobierno. Eso como que no. Sobre un gobierno. Sobre cualquier decisión trascendental. Los cuentos. Los famosos cuentos. Mejor guardar los cuentos para la mesa de noche o para un buen café, o un buen vino. O una tarde de domingo en la que no queda otra que recurrir al "sabes que vieron al esposo de fulano con mengana." 

Mejor me devuelvo por dónde vine. O me siento tranquila a tomarme mi café. Sin pensar demasiado. 

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