Experiencias de una que odia el ejercicio
Para la rehabilitación de mi tobillo me mandaron a montar
bicicleta o hacer elíptica. Soy una floja incurable. El ejercicio es mi karma.
A mí todo tipo de esfuerzo físico me da una flojera tan grande que no tengo
cómo ponerlo en palabras. Sólo me decido a ir hacer ejercicio cuando estoy en
la playa, padeciendo las lonjas de la barriga, viendo a la mamá fitness al lado
mío que hace tres horas diarias de gimnasio y mientras me aplico protector en
mi estrujado cuerpo me prometo: cuando regrese a la casa me voy a poner a hacer
ejercicio, ahora sí. Lo juro que sí. También me lo prometo en distintos
probadores cuando la talla que creo que soy en mi cabeza no se ajusta a la
realidad de mi culo del tamaño de Estados Unidos. Voy a correr. Voy a hacer
yoga todos los días. Voy a ser esa chama que anda en lycras a las tres de la
tarde y que hable el mundo lo que quiera.
Mentiras. A lo largo
de los años he intentado de todo. He dejado inscripciones en gimnasios,
piscinas (nadar es lo que más he hecho con consistencia), estudios de yoga.
Hasta probé el feldencrest una vez. Nos mandaron a cerrar los ojos para ver
cómo estaba alineado nuestro cuerpo y yo me desmayé.
Pero esto ya no se trata de ser flaca, linda, ni siquiera de
la salud cardiaca, esto es sencillamente que si quiero mi pie de nuevo tengo
que hacer ejercicio. Resulta que con la inmovilización de la fractura perdí
todo el músculo de la pantorrilla. Pero no es sólo eso, como siempre he sido
floja también hacen falta los músculos grandes que nunca he movido. Así que
nada. Que tengo que despertar a la Jane Fonda que está bien pero bien enterrada
dentro de mí y traerla a la vida sino quiero ser la maldita lisiada de por
vida.
No me decido entre la bicicleta y la elíptica que fue lo que
me recomendaron. Me provoca horrores montar bici al aire libre. Pero hay dos
obstáculos. El primero, la última vez que me monté en una bici me fui de lado y
me paré sangrando, no había pedaleado ni tres vueltas a la cadena. Me
rescataron unos señores. Me volví a montar y seguí adelante, pero bueno,
digamos que no soy Miguel Indurain. El otro es que la bici tendría que montarla
en el carro, llevarla al parque. En fin, que tomaría un tiempo que uno no se da
cuando está empezando algo que le da flojera. Pensaría en nadar, pero pasa lo mismo
y con el frío en Ciudad de México voy a empezar que si la tos, que si el pelo
mojado, que si la cambiada, que si la secada.
Me sale máquina de ejercicio si quiero ser realista y ver
resultados.
Eso me dije durante la última semana y ayer fui a comprar la
bendita máquina. El caso es que llegué a una tienda de equipos y me atiende un
señor musculoso. Amable. Estaba casi decidida a comprar la bendita elíptica
cuando de pronto, de dónde eres, qué sonrisa tienes, qué linda eres, esta
máquina te va a poner, pero bella, en fin. Sin preguntar, sin mediar palabra
aquí el vendedor pensó que yo había ido a comprarla para ponerme buenota.
Me salí de la tienda frustrada, incómoda, de pésimo humor.
No quiero caer en el purismo de moda de que no te pueden echar un piropo porque
ya es acoso. Pero cuando a la tercera carga ya no contestas y pone cara de
pocos amigos creo que debería ser suficiente. ¡Ya! Lo que es más, por qué
carajos tenemos que ir todas las mujeres a hacer ejercicio para “ponernos
buenotas”.
No soy del clan “buenota”. No me interesa la verdad. Ya una
vez me dijeron que me pusiera las pilas porque la competencia era dura, que las
mujeres hoy en día no tienen celulitis, que las flacas no comen pan, que los
hombres se fastidian. Si se fastidian de mí porque no estoy buenota (ojo, ya me
ha pasado, gracias.), pues que se fastidien, que se vayan. Yo cultivo otras
cosas. Tengo otras prioridades e intereses. No quiero vivir para andar cómoda
en traje de baño. Yo me pongo un traje de baño y salgo a vivir. Y ya. Llegar a
este punto me ha costado un montón y si me pongo a hacer ejercicio aunque sé
que tendrá otros efectos beneficiosos como resistencia, salud cardíaca,
etcétera, lo hago por una meta específica de mi condición actual y no por ir a
ser el objeto que la sociedad espera que yo sea.
No compré esa elíptica. No pienso recomendar, ni volver a
pisar esa tienda. Sigo sin aparato y ya se me monta el tiempo encima. Les iré
contando lo que decida a ver qué me recomiendan. En todo caso, si algún día van
a vender equipos de gimnasio no atosiguen a sus clientes, no asuman que las
mujeres que entran a ver sus productos están en plan
quiero-ser-miss-dependencias-federales. Es desagradable, es una falta de
respeto, está mal, y para más colmo te cuesta tu comisión y a tu negocio un
cliente.
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