Luchar. Resistir. Comenzar de nuevo.
Hay que
tener una fortaleza psicológica muy grande para estar hoy en día en este país.
A veces me siento como uno de esos animales de circo que entrenan corriendo en
círculos. Otras me siento como un espécimen de hormiga, atrapada en un
laberinto. Laberinto con su Minotauro y todo. Esto es Jumanji y la Ouija y
Monopolio y una novela de amor barata mezclado todo en uno. Esto es una
vorágine y un tifón. Esto es indescriptible a veces e incomprensible casi todo
el tiempo.
¿Cómo
luchar? ¿Por dónde empezar? ¿Quién tiene la razón? ¿Quién debería ganar? ¿Qué
es la justicia? ¿Qué es la libertad? ¿Qué hacer?
Irse.
Quedarse. Aislarse. Tirar la toalla. ¿Cómo se hace un Manual para sobrevivir?
¿Cómo se hace un Manual para resistir? O peor, ¿Cómo haces un Manual para
Comenzar de nuevo? Ese último tiene una pregunta que es una trampa, ¿dónde?
Uno
puede irse del país sin moverse de su casa. Uno puede aislarse y perderse y no
estar aquí. Uno puede dejar de ser de aquí y olvidarse del entorno, que te
carcoma el desapego, generalizar, ni siquiera odiar. Ignorar. No saber. No
preocuparse. Uno puede irse lejos y seguir siendo. Ser más que nunca. Sentir
como jamás lo imaginó. Sangrar sin heridas aparentes. Uno puede sufrir y
acompañar, y ser solidario y estar tan presente como si tuvieras los pies
anclados al suelo. La memoria y todos los gestos con que hacemos de ella algo
vivo. Uno puede construir país siempre.
El
exilio no es cuestión de tierra solamente, no es un tema únicamente de
ubicación y distancia.
Uno
puede exilarse de lo que fue y de la persona que iba a llegar a ser. Uno puede
olvidar la pertenencia.
Luchar.
Resistir no es nada más una expresión de martirio. No son ojos lluviosos todos
los días. En la construcción del país se aplica mucho más que lo evidente, más
que una grúa y que un ingeniero plano en mano. Es arquitecto del futuro el que
sueña y no se rinde. El que se levanta y sigue. El que sabe sonreír y apoyar.
El que de vez en cuando mira hacia a los lados para no quebrarse. El que está.
De alguna forma u otra pero está. Ahí de pie. Esperando. Trabajando.
Acompañando.
Un país
necesita de todo. Necesita del que imagina, del que sueña, del que hace.
Necesita el que enseña, el que construye, el que cuida, el que ríe, el que es
constantemente serio. Un país necesita que la gente se escuche y se valore. Se
tolere, pero no en las mismas ideas, sino en las diferentes. La fuerza de la
unión se nutre de ideas distintas. De escucharse. Del verdadero respeto, desde
que nace del esfuerzo de entender que somos iguales en el fondo, pero
totalmente distintos en la superficie.
Una
crisis, una pelea, un cambio de paradigmas necesita rebeldía. Pero no de la
quejarse y señalar. Más bien necesita constancia y energía. La rebeldía está en
no apaciguarse, ni en la rabia, ni en la tristeza, ni en la alegría. Está en
saber escuchar, en darse una oportunidad. En no tirar la toalla con un proyecto,
con una idea, desde el amor hasta la carrera. En no dejar de mirarse en el
futuro, con logros, con aciertos, con errores.
El país
lo construimos todos. Cada quien viviendo en su camino y a su manera. Cada
quién forjando su destino sin detenerse ante nada. Cada quien viviendo, cómo
pueda, dónde pueda.
Sí. A
veces provoca tirar la toalla. A veces el pánico nos deja en seco y queremos
que todo se resuelva al salir por una puerta mágica. A veces queremos tantas
cosas que ya ni sabemos que queremos. A veces quisiéramos que el mundo se
detuviera, nos sentimos solos porque pensamos que nadie escucha. Pero así son
los procesos y así es el cambio. Y lo que vivimos requiere el coraje de la
imaginación. Lo que vivimos requiere de todos los valores juntos, desde la
resiliencia hasta el perdón. Lo que vivimos exige una fuerza sobrehumana.
Requiere pausa y poca prisa. Requiere imaginación y paciencia. Sabiduría.
Ganas. Y sí, costará aún sacrificio a todo nivel. Del duro. Del que jamás
imaginamos. En este país luchamos, resistimos, comenzamos de nuevo todos los días. Empezamos un nuevo camino y sentimos que dejamos un mundo atrás. Dejar de soñar y renunciar a la vida es un lujo que no podemos
darnos.
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