¿Quién cuestiona, quién pregunta, quién reflexiona en serio?
Tomar posición ha pasado de moda. Los americanos tienen una expresión que
me gusta mucho, “monday morning
quarterback”. Como los juegos de football profesional son generalmente los
domingos en la noche así le llaman a la persona que se levanta el día siguiente
a decir que él lo hubiera hecho mejor. Vamos a estar claros, ese es el deporte
por excelencia del ser humano, ponerse en los zapatos del otro pero no buscando
un canal de empatía, sino para decir cómo seríamos una mejor versión de ellos
mismos.
Es el caso de articulistas, de analistas, de opinadores que tienen un
oficio sumamente importante porque el nivel de debate nacional lo ponen ellos.
Pero pareciera que hay miedo a debatir, miedo plantear, miedo a opinar con
seriedad y a encarar a la persona con la que no se está de acuerdo. Pienso en
Mario Vargas Llosa. Si algo le admiro a Don Mario, es que siempre ha sido un
hombre férreo en sus ideas. Uno podrá estar en desacuerdo con él y hay quien le
reconoce su mérito como escritor pero le revuelven el estómago sus ideas. Al
final, Mario escribe y es claro. Igual que Antonio Muñoz Molina, otro escritor
al que admiro, en internet se consigue la historia del pleito épico que tuvo
con Camilo José Cela. Eran dos visiones que se enfrentaban, la del viejo franquista,
con la del joven que quería ver una transición democrática en su país y era más
de izquierda.
Ayer leí un artículo de periódico de Barrera T. que hablaba de “los
radicales”. Me pregunto, ¿Hasta cuándo? Los epítetos, las clasificaciones, las
castas, los tú eres esto, pero yo no. Y además una palabra que se presta y que
se asocia con la falta de pensamiento. Un radical, alguien que no escucha, que
no tolera, que no ejerce pensamiento crítico. ¿Quiénes son los radicales? Y
¿Cuál es la estrategia que respalda entonces? No quiero hacer conjeturas, y ese
es el problema. ¿Por qué la mayoría de los argumentos tienen que estar basados
en argumentos, en conjeturas y superioridad moral? ¿Porque tanto miedo a un
planteamiento, a una crítica sólida y a un respaldo bien pensado?
Nada hace más daño que una idea inconclusa. Hemos perdido la práctica de
disentir, también la defender. Pareciera que somos unos campeones de estar de
acuerdo con todo y en desacuerdo con nada. Como si tuviéramos miedo de decirle
a alguien “disculpa, pero es que yo no estoy de acuerdo contigo”, sabiendo que
eso no implica, odio, ni descalificación, ni es un tema personal, ni es que te
quiero destruir, ni porque lo digo se acabó el país, ni estamos en bandos
distintos.
Es más, podemos discutir apasionadamente un tema. Podemos tener visiones
radicalmente distintas. En cuanto a instituciones democráticas la esencia de un
parlamento es esa, que se representen el cúmulo de ideas y se discutan, y se
llegue a un compromiso. Por eso además se había creado el sistema de
representación proporcional de las minorías, porque las minorías también cuentan,
porque una democracia no se resume en “lo que quiere la mayoría”, para ciertas
instituciones esa es la base, pero no es la premisa general de funcionamiento
del sistema. Lo que ha pervertido nuestra democracia es la imposición de un
pensamiento único. Cosa que también ha pervertido la unidad de la oposición,
porque se ha malentendido la unidad como la creación de un pensamiento único,
como la exclusión de los que tienen menos voz o piensan distinto, o les falta
tal maquinaria, o simplemente no le gustan al que salió electo como director.
También nos ha dañado como sociedad. Pareciera que el caudillismo está
vivo, que tenemos que escoger un líder y tatuárnoslo en el alma. No pedirle
cuentas de nada, no exigirle nada, ni escucharlo, ni hacerle preguntas, ni
mucho decirle un pero, y además atacar sin pensar, sin plantear cualquier cosa
que sea distinto a lo que plantean o hacen. ¿Quién cuestiona, quién pregunta,
quién reflexiona en serio?
Comentarios