Soñadores que corren
Hace unos ocho años me entró la fiebre de correr. Estaba en París sola y paseando llegué
al lugar por donde pasaba el maratón. Ver a la gente corriendo me emocionó y al
día siguiente, como Forrest Gump empecé a correr. Corría casi todos los días y
pronto ya era más que unas ganas de hacer ejercicio. Corría escuchando música
de gimnasio, música movida y en mi mente hacía unas películas tan elaboradas
que no sé si lo que me gustaba era correr o estar un rato sola con mis
fantasías.
Cuando regresé a Caracas corría por las mañanas en el Parque
del Este. Tenía la voluntad de pararme a las cinco y media de la mañana –un
poco antes- para ponerme los zapatos y salir a hacer ejercicio, con una energía de animal sobrenatural, que hoy en día que he perdido el hábito y
el empuje a veces dudo haber tenido, de no ser porque el recuerdo es tan
vívido. Los corredores más fanáticos me pasaban por al lado. En grupo. Con
sendos relojes y zapatos y atuendos. Yo iba a mi ritmo, con mi música, a veces
pasando trabajo para llegar a cuarenta o a cincuenta minutos. Se me había
metido en la cabeza correr un maratón, pero no para ganar, ni para mejorar el
tiempo y correr contra mi propio fantasma. Yo quería volver a París y pasar por
delante del Louvre con una camisa que dijera algo genial que se me iba a
ocurrir pronto.
Todo aquello iba a ser además una forma de cambiar mi vida.
Durante toda mi adolescencia fui la floja de la familia. Era bastante gorda para
mi tamaño y el peso fue todo un tema. Aunque la verdad, yo en ese entonces no
tenía rollos con mi autoestima y me aceptaba como era. Siempre me ha
gustado más la gastronomía que la moda, así que nunca sufrí por ser talla dos.
Hasta más adelante en un período que es otro post. El caso es que esta nueva
versión deportista de mí misma me hacía sentir bien, y me permitía comer
bastante chocolate. ¿Qué más se puede pedir?
Luego vino la carrera, en la que me metí porque mi cuñado me
dijo. Y me dio nota. Y había que practicar, porque tú sabes, si vas a correr un
maratón, lo lógico es que corras 10K primero. Yo entrenaba bastante. No tenía
hijos, así que cuando no estaba trabajando estaba haciendo ejercicio. No es
como ahora, que uno siente que cada segundo para uno, para el cuerpo sobre
todo, es un minuto que te robas de la
preciosa pila de tiempo que tienes para educar a tus hijos, cuidar tu familia o
cambiar el mundo y forjarte un futuro. –Ahora el blog también es ejercicio. El
cucú de la sala acaba de cantar las cuatro de la mañana. Escribir esto se come
algunos minutos de mi próximo trabajo literario. ¡Maldición! Debo correr y
mejorar mi tiempo. Un post maravilloso en dieciocho minutos o menos-.
En esa carrera sentí que moría. Fue el evento más espantoso
de mi vida. Mi cuñado me convenció de que nos paráramos adelante, con los
corredores fanáticos. Los shorts pegados. Los músculos saliendo de las camisas.
Las caras de tranquilidad. Los estiramientos. La gente que había comido esto y
aquello, y no desayunado lo otro para mejorar el tiempo. Yo con mi Playlist de
correr que más adelante, cuando el iPod se me quedó en el carro de Roberto Mata
después de un viaje fotográfico me ganara el comentario, “es una vergüenza”.
Sí, cuando corro escucho mi música vergonzosa y eso que creo que no le había
metido el reguettón todavía. Es que tú no sabes lo que te pasa por la cabeza
cuando escuchas Ozzy Osbourne corriendo.
Arrancamos a correr y los corredores me empujaron. Uno de
mis zarcillos salió volando y yo pensé en pararme, pero simplemente dejé que la
marabunta me pasara por encima, haciendo lo posible para que no me tumbaran.
Antes de la mitad de la carrera me estaba echando encima una especie de
chupi-chupies infectos, que luego creo me dieron diarrea. Pensaba en cómo sería
llegar a la línea de llegada en taxi y decirle a mi novio lo que estaba
pensando, que con tanta gente pegada a esa onda la humanidad realmente se
había ido a la gran mierda. Igual seguía
pensando en el taxi, en la pepa de sol, en algo de sombra. Más adelante me
paré. Cuando dábamos la vuelta por la avenida libertador. Gente desconocida me gritaba que siguiera con una emoción tan grande, como si
el hecho de que yo terminara una carrera les fuese a cambiar la vida. Entonces
pensé que no estamos tan jodidos y que hay gente que busca esperanza en todos
lados. Y que es mentira que uno depende de uno mismo, a veces uno depende de
los triunfos de otros. Pensé, y eso que en ese momento escribía muy poco porque
había tirado la toalla con mi carrera literaria, que la inspiración es eso. Que
allí está la musa. En el deseo de brillo que tiene gran parte de la humanidad.
Cuando llegué a la meta estaban mi novio y mi hermana. Me
tiré un poco más adelante. Me comí el cambur que me dieron a la llegada y me
después de que pasaron unas ganas terribles de vomitar, tuve que decirle que me
llevara casi cargada a algún lugar en el que no fuera a ocurrir una desgracia, ¡pero
rápido bróder!. Me inscribí en otra carrera, pero no fui. Regalé la franela
porque no me pareció honesto andar con la franela de una camisa de una carrera
que no corrí y me olvidé del maratón. Es demasiado complicado ser alguien que uno no es. Para mí el maratón es otro.
Seguí corriendo. Como Phoebe Buffet. Soñando con cada
zancada. Era un momento de libertad y de pleno gozo. Corrí hasta que nació mi
primera hija, y con el embarazo me caí del tren. Después volverme a montar ha
sido casi imposible. El tiempo se le va a uno entre en las manos, de una forma
tan rápida y extraña. La vida se vuelve algo que ves pasar sin darte cuenta. Se acumula la mierda que te impide hacer lo verdaderamente importante, entre cumplir con la familia, las amigas y el país quemo te deja producir, o te convence que eres impotente. La gente se va, tú te sientas a verificar tus decisiones. Sientes que estás como en una playa, las olas vienen y te empujar, no sabes si es mejor lanzarte a nadar o enterrare en la arena. Y de vez en cuando te preguntas ti tu corazón no estará traicionando y cuándo fue la última vez que realmente lo escuchaste. ¿Qué hacías y quién eras en ese entonces? Y entre tantas
responsabilidades a veces me pregunto, ¿para qué vas a correr si puedes
escribir?
Ahora que estoy tratando de ordenar mi vida. Ordenarla en
serio, que quiere decir sacar de mi agenda toda mierda que no sea imprescindible para mi escritura y darle un rumbo firme. Conviviendo de otra forma con los fantasmas y los
sueños me pregunto si correr no es también una forma de escribir. Lo que sea
con tal de tener un espacio de tiempo para pensar, para reflexionar, para hacerse
una película que lo aleje a uno de la realidad. Imaginar cosas que uno se cree
imposible. Cuarenta minutos para ti. Sudor, sueños y música vergonzosa. No
tanto correr por moda, ni por talla, ni por intentar –clásico absurdo-
rivalizar con Giselle Bundechen y sus nuevas propagandas de Chanel Nº5 en traje
de baño. Correr para recordarle al cuerpo: sigues siendo libre. Sueña coño. ¡Sueña!
Comentarios
un dato mas, el otro dia un amigo me pidio que lo ayude en un plan de negocios, me causo gracia mi respuesta, "ok mandame de que se trata por email, porque yo para poder escribir eso preciso irme a correr".. tipo sentado en mi casa no me sale! :)