¿Eres del tamaño de tus tetas?
Vamos a empezar por decir que para una mujer las tetas son
parte de su historia. No es nada más una talla, una prenda un detalle. Es tanto
el material que un post de blog no da. Es un libro. Una novela. Una
autobiografía. Un poemario. Un libro de ilustraciones sin palabras. Las tetas
forman parte de nuestra historia desde el momento que fueron la puerta al
mundo de la mujer, la definición de la sexualidad, hasta lo que hemos invertido
en ellas para la maternidad, para el amor, para definir nuestra feminidad,
incluso para tantas amigas y familiares una batalla contra la muerte. No
siempre ganada.
Cuando nacieron mis hijos alguien me dijo: te TIENES que operar
las tetas. Acto seguido el discurso de por qué me lo tenía que hacer. El
vaticinio del horror, los hombres no me iban a ver, mi autoestima se iba por el
caño, mi feminidad perdida, mi sexualidad en el olvido, la tragedia, el fin del
mundo, el caballo del Apocalipsis parecido a la mesa de planchar en la que mi
pecho se había convertido. No voy a negar que no me entró la duda. Que no
busqué el teléfono de un cirujano, que no le pregunté a varias a migas, ¿quién?
¿cuándo? ¿cómo? ¿dónde? El credi-Lola, ¿a plazo fijo? y ¿el seguro? Ah, no ese
te manda a la mierda de una.
Eso fue hace dos años. Era noviembre y dije: 2013 es el año.
Yuyito = yo = Tetas apoteósicas. Olvídate, nada de recato, esto es la cultura
del acaparamiento. Si voy, voy a por todo. Mentira, al final soy una
conservadora cobarde insoportable. Me da dos medianas y un marrón, ni claro ni
oscuro. Llegó enero y tiré la resolución del quirófano a la basura. O la
pospuse. No sólo por miedo a las agujas, ni por la paranoia de los implantes
franceses, sino porque la verdad es que yo no odio mis tetas, no me hacen
sentir mal, al contrario, estoy orgullosa de ellas.
Me he examinado mil veces ante el espejo. He hecho el test del
lápiz. Lo paso a duras penas y es en ese momento en que he querido llamar al
Dr. Lola. Después se pasa. Me veo con otros ojos, redefino mis batallas,
escucho mi corazón. No me nace operarme, por más que a veces lo quiera. No
quiero asumir el riesgo. La balanza aún no se inclina. Aunque no tengo un
prejuicio estilo, las tetas tienen que
ser como el pollo: orgánico, sí admito que cuando he viajado a Europa me he
dado cuenta que allá la incidencia de la teta operada es –o parece- más baja. Incluso
en el cine. Se desnuda una actriz de belleza de labios gruesos y ojos
almendrados enormes, y veo que las tetas están a varios centímetros del cuello.
Sí, se ve que Osmel no ha pasado por estos pasillos. Me siento mejor, pero al
final, la decisión no debería depender de ella, ni del zar de la belleza, ni
del fantasma del de Rusia. Debe depender de mí. Me pregunto si el tamaño
importa, y si realmente me voy a sentir mejor si me lo hago. Si eso es la
esencia de todo para mí. ¿Dónde está mi duda? ¿Mi falla? Mi tema conmigo misma.
¿Lo corrige una operación?
El tamaño importa si vas pasando por una construcción, o si
estás con tu pareja comiendo y de pronto vez que el bolo alimenticio se le
queda en la glotis y que deja de masticar, fija la mirada, te dice algo
incoherente porque trata de ver a la mujer y de que no lo regañes al mismo
tiempo. Si nos sentimos inseguras es cosa nuestra, la verdad es que si estamos
bien nos importa un pepino a quien vean. Es más, a mi me gusta verlas también,
la mujer me parece bella, la anatomía femenina la aprecio, la observo, si yo
escribo necesito hacerlo. El problema es cuando las vemos y nos sentimos mal
con nosotras mismas, nos trabamos, en el
pantano de mierda en que caemos, a veces con la ayuda de unas industrias que
han hecho millones a punta de convencernos de que no somos suficiente. Pocas
marcas le han visto el queso a la tostada impulsando el carro en sentido
contrario y debo decir, que mal no les ha ido.
El tamaño, la forma, la caída, el movimiento, es algo con lo
que nos tenemos que relacionar hasta el punto de amarlo. El tema de las tetas
es tan obvio que duele. No es el tamaño, ni hasta donde lleguen, es cómo las
lleves, es que entiendas que no eres del tamaño de tus tetas. Eres del tamaño
de tus sueños, del empuje que le pongas a la vida, la expresión que llevas en
la cara, tu capacidad de amar, la construcción de tu pensamiento, la amplitud
de tu mente, el ancho de tu corazón –suena cursi, sí, pero es así-, tu relación
con la almohada y la forma como pisas con tus zapatos, la capacidad para
ignorar el ruido de las opiniones de los demás y la humildad con la que
afrontas una crítica constructiva.
Las tetas son tantas cosas, feminidad, belleza, expresión,
lenguaje corporal, natural, brillo de maternidad, vehículo de sexualidad, una
forma poética, inspiración, y gran parte de nuestra esencia. Sólo nosotras
sabemos lo que es estar en nuestras tetas. Seas como sea que las tengas:
ámalas.
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