La parte esencial del todo
Gustave Klimt
El momento en que Apolo besa a Dafne por última vez antes de que esta se converta en laurel, según la Metamorfosis de Ovidio. Dicen que tanto él como su pareja, Emile Floge posaron para el cuadro, pero no hay confirmación sobre ello. Es una de las obras más conocidas del pintor austríaco, el apogeo de su "período dorado", entre 1908 y 1909. Es una mezcla de óleo con láminas de oro.
¿Por qué el amor? No sé si se han hecho la
pregunta o si –como yo- llevan años buscando la respuesta. A veces creo que
tiene que ver con la crianza, con la sobreexposición aDisney o las telenovelas
latinoamericanas. Somos una sociedad dramáticas. Otras veces, generalmente
cuando llueve de madrugada y no puedo evitar la tentación de pararme de la
cama, luego de un largo período viendo el techo y pensando, “¿qué estoy
haciendo aquí?”, termino por darme cuenta que el amor es un motor cuyo
engranaje no terminamos de descubrir, de entender. Qué complejo es su mecanismo. Qué necesario.
Es la parte esencial del todo que pretende ser el hombre.
Pienso en sus contraposiciones. El odio, pero sobre todo el
miedo. Me convenzo que lo he experimentado todo. El dolor infinito. El pánico
que te hace desear esa grieta abriendo el pavimento y el deseo de que las
entrañas de la Tierra te traguen, entera, vestida, de forma inmediata y poco
importa si dolorosa, porque después de todo cuando el corazón se rompe todo se
entumece. Cuerpo, huesos, vísceras, la visión queda borrosa, el gusto alterado.
Todo sabe salado y uno anda por la vida con un aliento apestoso a lágrima.
Incluso hay quien queda con secuelas de por vida. Esa gente a la que califican
de melancólica. Creo que también he experimentado la gloria. Esa gloria tan
profunda. Ese terreno vasto, ese premio que se abre, cuando aprietas la cabeza
contra un pecho y sientes que puedes decirle al mundo con toda la propiedad y
la seriedad, que aunque no sepas nada de física cuántica, tú sabes
perfectamente sobre el origen del universo, su expansión y la forma como nacen
las estrellas. Pasa también en ese momento del sexo. Ese momento maravilloso,
nada casual, tal vez nada planificado, intempestivo, ese momento en el que no
hay palabras ni intenciones, ni mucho menos un deseo de interpretar, ni
analizar, ni mucho menos lógica, ni razón. No se trata de discernir nada, ni de
poner en contexto. Es el cuerpo. La materia. Es tan animal y a la vez tan
poderoso. Uno ha volado, y entiende que en aquello del vuelo las alas, la capa,
las turbinas General Electric, son objetos secundarios.
El amor triste. Este también me lo he llevado. Como dice la
canción de Sabina y Fito Páez, “ya que me preguntas te diré que sé lo que es
tener catorce años y estar muerto”. También te diré que sé lo que es tener
veinticinco y ser un zombie. Tener que revisar la temperatura del agua de la
ducha porque crees que la piel no está sintiendo. Quemarte en serio, para saber
si todavía los nervios de tu piel corresponden con los de tu cerebro. ¿Cómo fue
que se alteró tanto tu máquina? El amor imposible. Ese que te hace un experto
en la práctica del adiós. Ese del beso infinito de despedida. Un continuo.
Sigue existiendo, pero ya no es, ni fue, ni será, ni es porque no se puede, ni
existe, ni es viable, ni tiene sentido, ni hay un orden, ni una lógica. Y no es sólo el amor romántico. Hay otros tipos de amor que queman. Que te hacen volar y reventar.
Mientras uno sangra por dentro y se le corre de vez en
cuando el maquillaje, cuando entre el cambio de la luz del semáforo y el peatón
que cruza corriendo lejos de la rayado comienza a sonar aquella canción que nos
deja petrificado, porque no son solo la melodía y las palabras, es el olor lo
que lo llena de pronto. Y el fantasma se instala un rato en nuestras vidas. A
pasear. A desordenarnos la psique a darnos algunas órdenes extrañas. Culpamos
un planeta, una constelación o a las hormonas, porque todo tiene que
explicación, incluso aquello que es abiertamente inexplicable.
Luego nos sentamos a leer las noticas. El sin fin de crisis
mundiales. Enfermedades, violencia, las brechas que se abren entre la gente,
porque estamos convencidos que nuestra manera de ver la vida y el mundo son tan
distintas. Porque sabes, no todo el mundo suda igual, ni llora igual, ni nace
igual, lo único que tenemos en común como humanos es que cuando empieza a
llover nadie puede hacer que pare, y si no te escondes bajo un techo o sacas un
paraguas te mojas. ¿No es así? Pues se siente. A veces se siente. Me imagino a
los líderes del mundo. Desayunos grandes. Café servido en tazas enormes,
celulares, asistentes, agendas, sonrisas falsas, manos cansadas de estrecharse.
Tal vez Mercek y yo tenemos en común que de vez en cuando nos duele el músculo
del antebrazo, es un tema de cómo y por qué lo usamos. Cada quien en su
intento. Al final el amor también los moverá a ellos. Al final, cada quien se
sentará junto a una ventana y verá afuera algo que genere deseo o nostalgia,
alivio o una punzada de dolor. Y quizás desde la mujer canciller, hasta el
hombre de la pequeña tienda de víveres se dirá cuando no pueda dormir, que le
cumplió en parte a la humanidad pero dejó en el camino una gran cadena de
promesas rotas.
En algún momento se sintió como caminar sobre vidrios rotos.
Como la Victoria de Samotracia, con el ímpetu del inmortal encarando la vida,
el cielo. En algún momento se sintió un deslave y en otro, la calidez pegajosa
de sentarse a la orilla del mar, como si no hubiéramos nacido. En algún momento
fue correr, y revivir la infancia y en otras una conversación tan honesta con
la muerte, revisando en el fondo de nuestro ser nuestras debilidades una por
una, con la minuciosidad del obsesivo, declarando al terminar que lo que va por
la vida es la ruina de uno mismo, desecho arqueológico, cuando un sueño se
extingue. Se apaga. Se quiebra. Y uno muere un poco, se muda un poco, se
cierra, se abre, se desdibuja, hasta que tal vez, con suerte, renace.
No sé qué sea todo aquello. No sé para qué sirva en
realidad. No sé si soy yo o eso es realmente el motor del humanidad. Golpeado
como está. Como uno de esos carros viejos que uno se encuentra accidentado en
las autopistas. El conductor recostado de la puerta delantera, esperando,
viendo a los demás pasar, pensando que su vida arde, pero nadie se detiene a
sopesar siquiera si el dolor ajeno, si la historia prestada importa o no.
Todo son historias.
Todo es amor.
La carta es su máxima expresión.
El beso. El tacto. La poesía. Todo es una carta de amor.
Por eso escribo historias de amor.
Comentarios