Lo que espero
A veces
hago el cruel ejercicio de imaginarme cómo sería Venezuela si en el 98 no
hubiera ganado Chávez. Me imagino el Boulevard de Sábana Grande convertido en
algo así como la calle Florida de Buenos Aires. Tiendas. Restaurantes. Una
librería enorme, de esas a las que es un plan ir y pasarse horas, en las que
tomas un vino y ves los libros, y nadie te mira como que te los vas a robar, ni
te dicen que no les puedes quitar el plástico. Me imagino cenando de noche en la calle, y después viendo un festival como Las Noches Blancas. Teatro. Concierto.
Poesía. Todo en la calle. Me imagino trotando, caminando, paseando. En el
malecón del litoral. Reconstruido. También lleno de restaurantes. Los cruceros
llenos de turistas parados allí, una heladería de esas gloriosas, un gringo que
te pregunta dónde puede comprar ron, y yo señalándole una tienda enrome de
Santa Teresa, en un centro comercial moderno, donde hay un cine 3D, una
discoteca, un Zara, y una tienda de artesanía local, y claro una librería. Y le
digo, mira es allá, pasando el Hesperia, pero antes de llegar al Fiesta
Americana, si pasas el Intercontinental, te pasaste.
Me
imagino que no somos esta sociedad que se levanta todos los días a cumplir su
compromiso con la resiliencia. Esta sociedad que se aturde de una especie de
promesa de tener esperanza, porque es que si eso se nos va, ¿entonces? Ya
sabemos como es Cuba. Ya sabemos que el mar de la felicidad está totalmente
contaminado. Tenemos nadando en él años y es poco a poco que nos hemos dado
cuenta lo que flota al nuestro alrededor.
No. No. Yo me quedo imaginado. Yo imagino que tenemos programas de
calidad de servicio y atención al cliente, que tenemos más de un restaurante
entre los mejores de Latinoamérica, que tenemos más de un actor en Hollywood,
que sí, con el dinero que entró se financiaron películas que han sido nominadas
en varios festivales internacionales. La tecnología. En todo sentido. Descubrimientos por todos lados.
Imagino
el Museo de Arte Contemporáneo. Imagino todo Bellas Artes. Imagino las
exposiciones que se hacen. Imagino que entro y digo, yo quiero trabajar aquí, y
que abro el periódico y le digo a mi esposo que el plan del día es llevar a la
pioja al tour infantil de una exposición de Reverón. Y también está una de arte
precolombino. Y una de fotografía. Yo imagino que el Taller de Fotografía de
Roberto Mata es un edificio blanco de cinco pisos, con muchísimo vidrio, y no
te quiero ni contar cómo es el café de Mayorie, y la sala de exposiciones, y es
en La California, y resulta que es la zona industrial, pero cerca hay una calle
de cafecitos, y uno sale de clase, de noche y te vas a comer algo por ahí. Y
resulta que poco a poco se ha ido invirtiendo en transporte público, y te vas a
tu casa en autobús, porque eso de ir en carro, eso era
cuando Caldera. Venezuela ahora es otra.
Me
imagino que este año vamos a recorrer Venezuela en diciembre. Un viaje por toda
la costa. Yo me imagino Choroní. Puerto La Cruz. Coro. Mérida. Me imagino un
paseo comenzando en Santo Domingo del Táchira y terminando en Los Nevados. Esa
belleza. Imagino los hoteles. Los franceses. Los italianos.
Los japoneses. Imagino el problema porque ahora se vuelto turismo de lujo y
para uno es tan caro irse a montar en esas montañas, pero es que ahora hay una
cadena de hoteles que no son tan caros, y resulta que los venezolanos tenemos
descuentos especiales, porque hay un programa del Ministerio de Turismo, que
aplica para que las familias viajen y conozcan el país, y no sabes qué
maravilla. Y no sabes qué desayunos. Y que gloria recorrer este país. Y
Canaima. Y La Gran Sabana. Yo siempre había querido ver El Guri.
Claro
que hacer este ejercicio es muy fácil. Imaginar. Soñar. Idealizar. La verdad es
que este país no los destruyó una sola persona. Y antes de él no veníamos bien.
No estaba todo bien. No necesariamente estaban todas las condiciones para ser
eso que uno sueña. Porque yo lo sigo soñando. Yo sigo imaginando eso. Y sí. Lo
creo posible.
Pero
también creo que para que sea posible primero, no sólo tenemos que cambiar de
gobierno, obviamente, sino que además tenemos que sincerarnos, reflexionar,
y vernos al espejo. El despilfarro. El resentimiento, la demagogia, la flojera,
el conformismo, la mediocridad, la violencia. Eso ya lo teníamos, pero se
incorporó al discurso y se volvió la bandera de quienes nos pisotean, y es más,
mucha gente lo usa para manipular. Mucha gente le apuesta a la desesperanza de
quienes queremos trabajar, para que uno se desanime y tire la toalla, te vayas
o te quedes, pero calladito y sin molestar. Lo que implica además, ser cómplice
de su vagabundería, y sí, como dijo Leonardo Padrón, su rapiña.
Yo creo
que tenemos que comenzar por ver a quién admiramos y por qué. ¿Qué nos pasó?
¿Cómo terminamos así? ¿Cómo se nos fue por la borda todo lo que podíamos ser? Y
la respuesta no puede ser culpar a otro. Ni a otros. Hay mucho que uno hace y
deja de hacer que tiene gran impacto. Cada uno de nosotros juega un papel
crucial a escala mayor. Cada actitud. Cada momento de indiferencia. Todo eso
tiene que ver. Incluso la actitud que exhibimos frente a los demás y su falta
de principios. Cada vez que nos dejamos pisotear, por el que atraviesa su
escolta, por el que pretende que veas hacia otro lado mientras te atropella.
El
sueño de un país mejor es posible. Pero tenemos que estar claros en una cosa: Nadie lo va a hacer por nosotros. Ni un líder de calle. Ni un partido. Ni un
gremio de empresarios honestos. Ni maestros mejor preparados. Ni policías mejor
pagados. Ni la inversión extranjera. Ni la justicia internacional. Somos
nosotros. Empecemos por imaginar el país que queremos, y pensar todos los días
que vivimos en él. Por él. Para él. A lo Kennedy. A lo idealista. Y comencemos
a exigir. Comencemos a construir. Es a punta de trabajo. No hay otra forma. Si
no que el petróleo diga lo contrario.
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