Para amar a Venezuela




Es horrible. Yo sé. Las colas. La inseguridad. La pérdida de valores. Vamos a decirlo otra vez. La pérdida de valores. El hecho de que uno casi ni se reconoce. Extraviamos el pasado. No podemos traducir el presente a un idioma que nos parezca coherente. El futuro: Más allá de la semana que viene es inventar demasiado. Es jugar a Nostradamus. No sabemos qué va a pasar a menos qué lo intuyamos basados en dos fuentes importantes: los rumores y las opiniones de algún analista que nos recuerda en copiosos artículos que las cosas están muy difíciles y cree, según su análisis, que se van a poner peor. Sí yo sé. Esto parece una película con Robert Duvall o alguien así y no llega el gringo que nos salva, o el venezolano que algún día Hollywood adaptará para que sea un gringo. Los finales Disney están en la lista de cosas que nunca están cerca cuando uno las necesita. No vamos a chocar contra el asteroide, ya chocamos. Sí. El soundtrack de nuestra vida ya no es una canción Pop, ni la última maravilla de la bandita de San Francisco que conoces porque recomendó tu amigo rockero en su twitter. Nuestro soundtrack es Martha Colomina. Es horrible. Todo es horrible. Lo sé.

Pero al final, como me escribió alguien querido hace dos posts, uno se aferra a la vida interior, a la gente que ama, ¿qué más nos queda? Cuando todo es una mierda. Cuando has perdido la fe en las instituciones, en ciertos líderes, en el futuro, y estás a punto de pensar que el problema eres tú, caer en una crisis existencial, declarar tu vida en bancarrota, la humanidad una mierda, el mundo un lugar tóxico e irreparable, y solo buscas una salida para empezar de nuevo, a la vez pensando que los comienzos son horribles sobre todo cuando no sabes dónde, ni cuándo, ni siquiera bien por qué vas a volver a empezar. Lo que queda es buscar lo bueno. Buscar un pedazo por pequeño que sea para plantar tus zapatos y así poco a poco ir estructurando tus pasos. 

Lo sé suena a mucho Paulo Coelho. Yo sé. Pero de verdad. Un poquito de confianza. vamos. Este país tiene mucho de bueno. Aquí todavía queda bueno por delante. Bueno pa´rato para decirlo en criollo. Estamos nosotros. Los escribimos y los que nos leemos y nos comentamos, y soñamos, nos animamos, nos criticamos. Mientras estemos aquí no todo está perdido. Yo lo sé. 

Lo sé, ese todo está en algún lugar con el que a veces me cuesta conectarme. Pero quiero luchar. Y como he perdido el empuje, pues voy a empezar a buscar razones. No es el petróleo y las misses nada más. Hay que buscar otras cosas. Aquí hay gente brillante, con mucho potencial, seguimos teniendo maravillas, más que El Ávila, más que Rorarima. Cosas que ni sabemos. Historias que ni escuchamos. Estamos tan pendientes de nuestro horror diario que no escuchamos más nada. Y sí. ¿Quién va a querer luchar por un país de cifras rojas? Nadie. Así que pienso reencontrarme con el amor  por mi país vía las cosas buenas.


Entre otras cosas, por dos razones, más bien casualidades de la vida, hoy un profesor me mandó un arítculo el cual va a ser mi cosa buena número uno, y otra, que mi hija empezó a cantar de la nada una canción que aprendió en el colegio, y que dice: amarillo, azul y rojo los colores de mi bandera, Venezuela, Venezuela, cada día te haremos mejor. Y se me salieron las lágrimas. Me sentí responsable. No le puedo decir a mi hija, mira me rendí, este país es solo colas. No.

Y no le voy a enseñar a mi hija otra cosa que no sea orgullo y amor por su país. Razones sobran. Aunque nos quieran convencer de lo contrario. 

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