El mercado y el purgatorio
Ir a un supermercado en esta ciudad es como yo me imagino
que debe ser el purgatorio. El gentío. La bulla. Las caras de la gente, entre
la confusión, la rabia, el apuro, el mal humor, el desagrado de tener que
vernos unos a otros en esa situación, cada uno sintiendo que nuestra emergencia
es más importante. Así no sea una emergencia, al menos en el sentido
tradicional. Ok, sí, no me voy a morir clínicamente si no consigo Harina PAN
pero no concibo, es que no sé qué le puede pasar a mi estado psicológico si llego
un día a comerme el perico sin la arepa, o sin me levanto y no hay café, o si
el café tiene una y media de azúcar en vez de dos, o si... Cada quien entiende
porque cada quien tiene la suya.
Estás allí. Haciéndote paso entre la gente que a veces lleva
el carrito lleno, y que uno mira con curiosidad y confusión. Más confusión. Ves
el señor que tiene diez paquetes de Harina PAN y piensas, ¿por qué se tiene que
llevar diez paquetes? En parte podrías incluso culpar a la “gente así” del
desabastecimiento. Pero la verdad es, y yo pienso así, que si alguien quiere
llevarse diez paquetes, y tiene como comprarlos, debería estar en su derecho de
hacerlo. ¿Quién sabe por qué lleva diez paquetes? A lo mejor tiene una fiesta.
A lo mejor tiene una posada. A lo mejor tiene seis hijos, la abuela y la tía
que viven al lado, y se le van dos paquetes por desayuno. A lo mejor le está
llevando a su mamá enferma. A lo mejor tiene hambre, y antojo, porque lo dejó
la mujer y tiene una depre y le dio por comer arepa. Qué importa el por qué. Después
de todo, de eso se trata la libertad. ¿Quién soy yo para estarle viendo el
carrito a nadie?
No quiero ser la persona que está pendiente del carrito de
nadie. Nunca en tantos años que tengo haciendo mercado he sido de las que se
pone a ver el carrito de nadie, porque esa no es mi filosofía de vida. Pero
ahora, algo ha cambiado. Uno ve. Entre otras cosas para ver qué hay. En incluso
a veces, para darle cuerda a algún prejuicio.
Hablas con la gente y le haces preguntas absurdas, y
comentarios, hasta das datos, mira en tal parte sacan la leche en la mañana,
entonces alguien más que escuchó la conversación dice, no yo fui ayer y no
había en la mañana, la sacaron a las dos de la tarde porque como ya la gente
sabía que la sacaban en la mañana se estaba comenzando a hacer demasiada cola.
Después alguien llega con un cuento peor, de alguien que desmayó, o de unas
viejas que se jalaron los pelos, de una muchacha y un señor que se insultaron,
de la gente que roba el carrito de otro que se distrajo mientras pesaba unas cosas,
de puños, patadas, pleitos. Y encima siempre sale un cuento de inseguridad.
Todo con un epílogo de preguntas incontestables como ¿hasta cuándo?.
En el medio de esto las colas van creciendo como gusanos
maltrechos entre los anaqueles, llegando a veces hasta el fondo del
supermercado, confundiéndose con otras de servicios como carnicería. La gente
pregunta. Gruñe. Se queja. Nadie sabe
dónde está parado. Si en la cola para una caja, para otra, para nada. Caja
rápida ya no existe, por lo que la mirada del señor mayor que tiene en sus
manos pan y dos litros de jugos es de una desesperanza que a uno le duele algún
hueso que no sabía que existía. Otros están sacando cuentas. Pensando si vale
la pena llevar algo que no necesitan porque tal vez es lo que pronto va a
escasear.
Y de pronto llegan y cierran una caja. En tu cara. Y te
provoca armar un carnaval y lanzar los huevos que tienes en el carrito, como lo
hiciste aquella vez que terminó en el vecino tocando la puerta y acusándote con
tu mamá. Solo que esta vez no lo haces, no porque seas más maduro, sino porque
te da miedo. Te da miedo por todos lados. Entre otras cosas te da miedo porque
no sabes cuándo no vuelves a ver un huevo. Y estás en el purgatorio. Y
malgastar la comida así es un verdadero pecado.
Más allá una señora con la compra en brazos mira hacia la
caja abarrotada y se queja porque está segura que se le colearon. Alguien más
protesta que no se está coleando, sino que está tratando de pasar. Cada dos
minutos alguien pregunta que cuánto de eso te puedes llevar por persona.
Entonces alguien se queja, ¿por qué me tienen que racionar? Alguien comenta lo
que pasó ayer que puede haber sido cualquier cosa, un apagón, un comentario
idiota de algún funcionario, que puede ser el presidente (casi siempre), un
ministro, un vocero, hasta un anónimo.
Las colas siguen. Unos detrás de otros. Esperando que el San
Pedro virtual del punto de venta se pronuncie. Porque qué lindo quedaría un
episodio de esos después de tanta espera.
Los anaqueles parecen humor negro de los dioses. El producto
regulado casi nunca está, el que le sigue con precio mediano de vez en cuando
lo encuentras, y después está aquella cosa importada, que tiene un precio
ridículo, y que te hace pensar en ese programa gringo, The Price is Right (El precio justo), en el que los participantes
tenían que adivinar el precio de los productos. Aquí jamás serviría eso, porque
un día una galleta importada puede costar 30,00 BsF y otro 542 BsF. Cualquier
cosa es posible. No hay referencia. Todo depende.
Claro que mientras compras uno te debates entre tantos
mensajes, desde agua contaminada, hasta leche contaminada, además está todo el
lío Monsanto y los conservantes. ¿Qué consumimos? ¿Qué compramos? ¿Qué es peor?
¿El pollo con hormonas, el colorante, el MSG de los cubitos? Al final uno
racionaliza las cosas y dice, mira antes que Monsanto me mata un malandro, y te
llevas lo que sea. Recuerdas que no hace mucho unos amigos se intoxicaron con
productos de una empresa nacionalizada. Así que ahora produce pánico la bendita
marca de Hecho en Socialismo. Porque miren, este purgatorio también fue hecho
en socialismo. Y lo hicieron tan bien, que no tuvimos que morirnos para llegar
a él. Es así como lo van matando a uno.
Y lo que mata no es la escasez. No es la resignación. No es
el miedo, casi la pérdida del hábito de ir con una lista de compras. ¿Qué vas a
hacer con una lista de compras? Ser un optimista es una buena respuesta. Sí
bueno. No todo puede ser negro y malo, hay que ver las cosas buenas, si no
encuentras harina todo uso, hay leudante, y vice-versa, y todo se puede, y todo
se resuelve, y uno aprende a vivir como sea. Hay gente que está peor. Y si te
pones a ver, no estamos tan mal.
Pero sí estamos mal. Porque hay que llegar y autoayudarse.
Consolarse. Convencerse. Subirse el ánimo. Porque yo tengo treinta y cuatro
años y esta es mi etapa productiva. Mi vida es escribir y promover lectura,
trabajo en dos bellos proyectos de los cuales pasó más de la cuenta alejada
porque tuve que hacer la clásica peregrinación de farmacias o supermercados.
Porque tuve que ir al purgatorio y salir a las tres horas. Con cosas que no
necesitaba y sin unas cuantas que fui a buscar. Sin concentrarme en lo que quiero
crear, en mi rol en la sociedad, sino usando el intelecto para sortear las
trampas del purgatorio y no irme al infierno en el intento.
Comentarios
Ya me ha dado por tomarlo a chiste y me invento una historia, al mejor estilo de Dan Brown, como que estoy en la búsqueda del Santo Grial y debo interpretar los códigos secretos....y hasta me ha pasado por la cabeza registrar el carrito de supermercado que alguien dejó olvidado... y es en un momento como ese que me detengo y lo bizarro de la situación me devuelve a el horror cotidiano