Sueño .19
Anoche
soñé que yo era el mar.
Cada
ola era como una procesión de esperanza. Un camino en búsqueda de una compañía.
Tu compañía. Esa compañía. Compañía de libertad. Compañía de soledad. Compañía
total.
Cada
ola, cada explosión de espuma, una liberación al aire de deseos inconfesables,
de miedos, de terror, del terror que te encadena al silencio, que te hace un
cuerpo gigante, inamovible aunque fluctuante. Cada ola un grito, un canto, una
llama fresca que nadie encendió.
Entonces
vi dentro de mí los peces muertos. Allí, meciéndose al ritmo de mis corrientes.
Una danza fúnebre. Una procesión de fantasmas dormidos, sus escamas apagadas un
recuerdo de que lo mío era un vaivén de oscuridad. Acudir siempre a llamados
imaginarios.
Entonces
vino una corriente helada. De rabia. Y yo fui una tormenta.
Luego
vino una corriente melancólica. Y yo fui casi un lago. Lacio. Desganado.
Y te
vi a lo lejos. Hundido en la arena. Enterrado hasta al fondo. Lejos del mar. Lejos de mí.
Mi
corazón comenzó a diluirse, y por las grietas que se hicieron en todo mi ser
comenzó a brotar agua salada. Y me di cuenta que todo era un recuerdo del futuro.
Yo
no era el mar, yo iba a llorar hasta hacerme mar. Te iba a llorar. Iba a
inundar con mis lágrimas el planeta que seríamos. Y las criaturas que vivirían
en mí estarían primero vivas y se irían muriendo poco a poco, de mengua, de
arponazos de melancolía, hasta dejarnos solo con los ojos de muerte en soledad
en que acabaron esos seres fantásticos que creamos al ir mojando nuestros
desiertos.
Y de
pronto fue como un estallido de sabores amargos, de luces de colores
intermitentes, caí por un vacío, luego atravesé un túnel y bajé hacia un banco
de arena, miré hacia arriba y allí se veía el destello de la luz y se delineaba
la superficie del mar. ¿Yo nadaba en mí? No. Yo había venido a morir. Yo no era
el mar. El mar eras tú. Y era yo quien nadaba en tus lágrimas. Y era yo quien
había matado nuestras criaturas a arponazos. Y era yo quien te había hecho
inundar ese planeta que fuimos. Fui yo. La destructora. La que acabó con el
planeta que tú habías creado, la que le anuló el poder de tu dios. Era yo.
Maldita yo.
Me
acuné junto al vientre de una ballena muerta. Y abrí los ojos, para soñar junto
a ella la muerte de las dulces asesinas. Las asesinas que matan sin querer
matar.
Desperté
con ojos hinchados y húmedos. Un vaivén de soledad que a veces sentía que me
ahogaba.
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